Merz y la Europa alemana
Alemania también se ha sumado a Europa de las coaliciones frágiles. Friedrich Merz ha llegado herido a la cancillería. El cristianodemócrata, eterno aspirante a suceder a Angela Merkel, quería hacer de su llegada al poder una demostración de fuerza del retorno alemán al liderazgo europeo, pero aterriza convertido en el símbolo más evidente de la debilidad de la coalición que lidera entre la CDU-CSU y una socialdemocracia en bajón. Con un Bundestag fragmentado y con la extrema derecha de Alternativa para Alemania convertida en la primera fuerza de la oposición, Merz se estrenó con una revuelta parlamentaria inédita que apunta a una Alemania imprevisible. La primera potencia de la UE, en plena crisis existencial, y con urgencias políticas, económicas y de seguridad pendientes, ve cómo la lógica del consenso que hasta ahora había convertido a Alemania en uno de los pilares de la estabilidad europea también se ha puesto en cuestión.
La excepcionalidad alemana es hoy terrenal. Hace tiempo que ha dejado de ser el poder hegemónico en una UE con una extrema derecha fortalecida e influyente, está dividida sobre la conveniencia y la capacidad de renunciar al entendimiento con Washington, crece la tensión interna sobre Ucrania o sobre Israel, así como sobre la acelerada construcción de una defensa europea. La Alemania de Merz comienza a parecerse a la Francia de Macron, donde un partido de extrema derecha, el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, se ha convertido en la primera fuerza política del país y el Parlamento está dividido en tres bloques antagónicos formados por facciones rivales. El eje franco-alemán representa el corazón de la Unión Europea del pasado bajo el peso de la realidad política de las nuevas mayorías que están transformando una UE que no sólo está redefiniendo políticas y alianzas, sino incluso su propia identidad como poder supranacional.
En este contexto, las promesas de liderazgo europeo de Merz van de la mano de un repliegue migratorio. La primera consecuencia de esta nueva aritmética política y de los debates de unas elecciones dominadas por la cuestión de la inmigración ha sido el orden de que los inmigrantes sean expulsados de inmediato en la frontera, con excepciones para niños, mujeres embarazadas y otros grupos vulnerables, y de reforzar el control policial en las entradas al país. La medida se anunció, precisamente, en plena visita del canciller a París y Varsovia para reactivar la llamada alianza del triángulo de Weimar. En una rueda de prensa conjunta, el primer ministro polaco, Donald Tusk, advirtió "sin querer estropear el buen ambiente" de que no estaba dispuesto a hacer ver "que todo está bien" ante una medida de endurecimiento fronterizo que puede volver a provocar tensiones entre Alemania y sus vecinos.
El episodio anticipa un mandato complicado para un Merz que deberá hacer equilibrios entre su discurso de "más Europa" y las políticas de repliegue que intentan ocupar el terreno político de la extrema derecha. Pronto veremos cuáles son los límites de las promesas de liderazgo formuladas por un Merz victorioso, ahora que es consciente de su fragilidad política interna en Alemania.
A la hora de la verdad, en esta Unión Europea la fortaleza y la capacidad de influencia de Merz puede depender mucho más del poder prácticamente absoluto (con alguna excepción, como la presidencia del Consejo, en manos del socialista portugués António Costa) que el Partido Popular Europeo ostenta en estos momentos de las instituciones comunitarias.
La noche de la victoria electoral, el pasado 23 de febrero, Merz aseguraba que su "prioridad absoluta" sería "reforzar a Europa lo antes posible". Pero, más allá de las palabras, la agenda de Merz parece destinada a reactivar, sobre todo, la Unión que Alemania necesita para poder relanzar su maltrecha economía y competitividad. Hoy es Berlín quien renuncia a la defensa de la ortodoxia fiscal y pide una revisión de las reglas del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, reformadas hace menos de un año. La paradoja es que Alemania, Finlandia y Dinamarca han decidido ahora que la deuda y el déficit son menos urgentes que poner en condiciones a la defensa europea, mientras que Francia, Italia y España se encuentran en el mismo campo que los Países Bajos, ejerciendo de neofrugales y resistiéndose al endeudamiento. En esta Alemania imprevisible, Merz logró, incluso antes de llegar al poder, que el Parlamento saliente le aprobara una reforma constitucional diseñada para desbloquear la capacidad de endeudamiento público para rearmar al país.
Pero, más allá de la alineación geopolítica de Merz con Macron en Ucrania y del discurso compartido de la ambición geoestratégica por Europa, la visión del nuevo canciller para la UE está aún por ver. La de Merz no será una Europa alemana, como lo fue con Merkel durante los años de descalabro financiero, pero el nuevo canciller busca y necesita una Europa al servicio de una Alemania en crisis.