'Monstruos': la serie que odias y te fascina a la vez

En el primer capítulo de la serie Monstruos: La historia de Lyle y Eric Menendez existe una secuencia que muestra el funeral de los padres de Lyle y Eric Menendez. En la ceremonia, Lyle pide que suene Girl I'm gonna miss you, de Milli Vanilli, para despedir a sus padres. El tema desconcierta a los asistentes por inapropiado, porque el mensaje no conecta en modo alguno con una dedicatoria de unos hijos que acaban de perder a sus padres asesinados de manera atroz. La escena tiene la inquietud y la perplejidad que definen el tono de la serie.

Si la serie Monstruos, de Netflix, recogió inicialmente el caso real del asesino en serie Jeffrey Dahmer, en esta nueva temporada se centra en contar la historia de los hermanos Menendez, que en 1989 asesinaron a sus padres y aseguraron que lo habían hecho como reacción a los abusos sexuales y la violencia que sufrieron por su parte desde pequeños. Su historia se convirtió en uno de los primeros grandes casos mediáticos en Estados Unidos y se prolongó hasta siete años para esclarecer las motivaciones reales del crimen.

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Monstruos: La historia de Lyle y Eric Menendez es terriblemente adictiva, incluso de forma perturbadora, porque la truculencia y la emocionalidad incluso acaba estorbando. Y sin embargo, es difícil abandonarla. Los mecanismos del morbo son obvios. La dosificación de la información respecto al guión y la construcción de tramas son perfectas. La estética opulenta e idealizada que recrea el Los Angeles de los años noventa le da una pátina visual de melodrama de sobremesa que aún contribuye más a generar ese espíritu contradictorio entre plegar y seguir viéndola.

La serie tiene las características habituales de las producciones de Ryan Murphy: los colores vibrantes, la ambientación exuberante y sofisticada y unos personajes que soportan el peso de sus tragedias personales abocándose a tramas truculentas expresadas a través de una tensión narrativa fría pero con mucha carga psicológica.

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Los nueve episodios, sin embargo, acaban siendo excesivos. Existe una dilatación exagerada e innecesaria de la historia. El preciosismo narrativo agota. Te asoma al cansancio, al igual que muchos estadounidenses acabaron hartos del culebrón mediático de los hermanos Menendez. Las interpretaciones de ambos actores protagonistas (Nicholas Alexander y Cooper Koch) son poderosas y Javier Bardem retrata muy bien las dualidades de un terrorífico cabeza de familia. Las canciones edulcoradas de Milli Vanilli van sonando a lo largo de la serie, en contraste con la crudeza y truculencia de algunas escenas. Todos tenemos presente que Milli Vanilli era una farsa musical, y la banda sonora del grupo es como si transportara el mismo dilema sobre los hermanos protagonistas: ¿eran unos farsantes sociópatas que buscaban el dinero de la familia o eran realmente dos hijos traumatizados que no van encontrar otra salida para acabar con los abusos? La serie, en el fondo, es como una provocación al espectador, un desafío a aguantar la historia, a obligar a que la audiencia se posicione y, a la vez, a desorientarla a la hora de sacar conclusiones sobre los hermanos.