Netanyahu y un árbol
Entiendo que la vida de un año se escribe en los anillos de los árboles y sólo cuando el árbol está muerto puedes ver –leer– las penurias y abundancias, la sed y el sacipio, en ese dibujo. Y se sabe que los árboles hijos de estos árboles aprenden a no dejarse perder el agua, o aprenden a dejársela perder, y hacen sistemas, a menudo extraordinarios, para no dejar derramar gotas, ni picosadas de pájaros beneficiosas, o para que se deslice hojas abajo.
Del mismo modo, en la raza humana, hay anillos que están en el cuerpo de cualquiera. El hambre que pasó tu antepasado hará que tú tengas tendencia a almacenar grasa, y el hambre de la guerra de ellos te será transmitida con palabras o formas de hacer y nunca tirarás el pan, porque has visto los ojos, desencajados, tristetes , reprobadores, de los abuelos, si quieres hacerlo.
Entiendo que los judíos tienen en la piel, como los árboles, el Holocausto. El asesinato metódico, el siniestro aprovechamiento de los cuerpos y las historias (los dientes de oro, las propiedades, la piel, el pelo, los hijos...), el frío, el miedo y la arbitrariedad. Y entendiendo esto, no entiendo, pues, cómo puede que el Estado de Israel, con su cabeza, cause un dolor similar al mayor desastre de la historia del mundo. El jefe de estado sale en una foto, en una mesa, con el teléfono, listo para ordenar una nueva masacre. En la mesa, una botella de agua de una marca concreta que aquí no conocemos. Qué grave sabe, esta botella de plástico, un signo de civilización, un objeto cotidiano normalísimo. El líder le cogerá, sorberá y, a continuación, sin memoria corporal, ordenará matar.