No importa de dónde venimos?
Han pasado 35 años desde que celebramos la caída de un muro y la convirtimos en el símbolo de una nueva era de libertad. Desde entonces, no hemos parado de construir muros. Hemos llorado los campos de trabajo y exterminio y desde entonces hemos abierto campos de refugiados. Y ahora Bruselas nos propone abrir campos de migrantes fuera del territorio de la Unión Europea, como Italia ha construido en Albania.
No es sólo que me haga sentir mal, que sí, sino que como ser humano y europeo siento que no es lo correcto. Porque mientras haya gente que tenga que huir de desastres (y de desastres bélicos, climáticos, políticos, el mundo está lleno) no construiremos campos suficientes para meterlos, porque la fuerza de los que huyen de la miseria es imparable . Para escapar de la miseria hay quien atraviesa África, salta el estrecho de Gibraltar y se propone atravesar el canal de la Manga. Porque cualquiera de nosotros que mire atrás descubrirá que hubo un inmigrante en la familia. Y porque cualquiera de nosotros que mire adelante sabe que cuando se crean no-lugares avanza el no-derecho para todos.
Y claro que de la sanidad y la educación lo llamamos universales y sabemos que no pueden ser literalmente universales, pero seguro que entre los que se quejan de las colas por ser atendidos hay quien ya le está bien poder disponer de mano de obra barata. Todos estamos atrapados en nuestras contradicciones y en nuestros miedos irracionales. Trump ha olfateado perfectamente que la inmigración hace de miedo; y hace tanta que incluso ha conseguido que a los últimos recién llegados les esté bien que alguien hable de muros. No, no tengo la solución, pero Meloni y Von der Leyen tampoco.