“Lo hice por ti”, podía leerse en el eslogan del escenario desde donde se conmemoró el 80 aniversario del Desembarco de Normandía en la playa de Omaha. Había 200 veteranos, la mayoría de los cuales desembarcaron en la campaña militar de liberación de Francia de los nazis. Americanos, británicos y canadienses que en los últimos años de vida dicen "Hicimos lo que teníamos que hacer". Nuestra Omaha de hoy es una playa ucraniana, que representaba a Volodímir Zelenski cuando se fundía en un abrazo con uno de los ancianos. A pocas horas de nuestro confort, miles de personas luchan por repeler la invasión del régimen autoritario de Vladimir Putin mientras nosotros pensamos si saldremos de casa para ir a votar. Los europeos tenemos el riesgo de olvidarnos de que la libertad personal y la colectiva se luchan, como se luchan la democracia y el progreso. Vamos por el camino de olvidar que defender una determinada idea de Europa no tiene fecha final. En palabras de Emmanuel Macron, “Europa puede morir”, y lo sabe muy bien porque tiene el aliento de la extrema derecha euroescéptica de Le Pen en la nuca, y sabe que Francia fue la de la Resistencia, pero también la de Vichy.

Europa es un ideal inspirador que necesita renovación de energía y objetivos. Porque la economía del Viejo Continente va a marcha lenta por detrás de EEUU, y ya no digamos de China o India, por la reacción de los europeos a la globalización y el miedo a los cambios tecnológicos y laborales, y por la atracción que provoca la extrema derecha en tiempo de incertidumbres.

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La Unión Europea necesita un paso adelante y una reforma de la toma de decisiones que consolide un núcleo fuerte capaz de compartir soberanía en temas económicos, fiscales, de política exterior y de defensa. Los socios que no comparten los valores del progreso ni los valores de la tolerancia, que flirtean con los enemigos de Europa, no deberían conseguir frenar ni bloquear el núcleo duro de la UE, que debe poder dibujarse en círculos concéntricos más ágiles que ahora. Las tensiones internas amenazan la cohesión política y la calidad democrática, y es hora de compactar el núcleo duro avanzando en la cesión de soberanía. En un mundo que mira al Pacífico, los países miembros están condenados a la irrelevancia si no refuerzan el poder conjunto de la UE.

Decisiones inminentes

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En los próximos años, en la UE se tendrán que tomar decisiones sobre temas importantes en un mundo en transformación y donde su peso específico va claramente a la baja. En la parte geopolítica deberá hacerse la paz en Ucrania, y hoy no se puede descartar que sea Rusia quien gane la guerra. Donald Trump está en condiciones de poder volver a la Casa Blanca, con consecuencias sobre las relaciones bilaterales y una reducción del peso de EE.UU. en la OTAN. Las relaciones con China pueden seguir deteriorándose.

Entre los retos más importantes, Europa no puede equivocarse, ni dilatar la respuesta al cambio climático ni posponer la reacción a la erosión de su competitividad ni de su influencia económica en el mundo. La Unión también debe hacer frente a los cambios de la ola de la inteligencia artificial y actuar no solo en la regulación, sino también en facilitar las condiciones para ser un actor y no un observador de la nueva revolución.

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La Unión Europea es nuestro mejor futuro si no caemos en la autocomplacencia y somos capaces de plantear los objetivos de las políticas europeas un poco más allá de las mezquinas guerras internas. Es decir, si se rectifica el rumbo actual de exportar las batallas de las políticas internas a los debates de Bruselas.

La campaña interna

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Con la pretensión de contradecir la derrota que le auguraban la mayoría de sondeos y de incentivar el voto, los socialistas han hecho una campaña en clave interna y emocional. Pedro Sánchez y el Madrid progresista han descubierto ahora cómo parte de los jueces hacen política en el partido informal de la tradición y el inmovilismo, que actúa ajeno a las decisiones de los electores en las urnas. Las fuerzas de la reacción están absolutamente presentes en una determinada manera de impartir justicia, de hacer política, de autorizar manifestaciones disfrazadas de rezar el rosario.

Pero el populismo no está lejos cuando se hace campaña con la emocionalidad y no con los temas. Hoy hay que ir a las urnas pensando en qué Europa queremos y quién puede defender mejor los valores de esa idea de Europa que sirvió para poner los cimientos de la paz y el crecimiento y el progreso de un Viejo Continente capaz de vivir en la diversidad y, a pesar de las dificultades, en cierto equilibrio.