¿Quién es el peor corrupto de todos?
Cuando un ser vivo se corrompe, lo que hace es experimentar una transformación. Sigue siendo lo que es, pero en una forma deteriorada, degenerada. La corrupción, del latín corruptio-ōnis, es una degradación de lo que se considera el estado ordinario o "normal", un estado inferior hacia el cual cualquier ser vivo está expuesto a transitar. En el caso de las personas, la acepción no tiene un significado sólo biológico, sino también moral y, por extensión, muchas veces también legal. En los últimos casos, nos referimos a la transgresión de un código que ese hombre o mujer se había comprometido a respetar. La corrupción política presenta distintas expresiones y dimensiones, tantas como las normas que pueden ser violadas, a menudo más de una al mismo tiempo. La corrupción económica constituye, por tanto, sólo una de las corrupciones políticas posibles, aunque de las más frecuentes y la que más rechazo genera en la sociedad. Se da cuando alguien aprovecha su poder político para conseguir ilegítimamente un beneficio privado. A menudo se trata de dinero, pero ni mucho menos de forma exclusiva.
Como ha dicho alguien, la corrupción existe desde el instante preciso en que Adán decidió, pudiendo no hacerlo, quejar la manzana que Eva le brindaba. Quiero decir que la transgresión de la norma, del compromiso, del tipo que sea, es tan antigua como el ser humano. Las personas se corrompen, o quizás quien se corrompe es aquél que, de hecho, ya lo era, de corrupto, y lo que ha pasado es sencillamente que esta condición íntima y latente ha encontrado el momento, la ocasión, para manifestarse.
Corrupción política de tipo económico, sobre la que, hoy, como en otros momentos, se discute acaloradamente, existen tres grandes tipologías. En primer lugar, existe aquel o aquella que, como en la definición, aprovecha su posición para obtener dinero u otros beneficios individuales. El segundo tipo es el caso de aquél que emplea su situación para reunir dinero para su partido u organización. Típicamente, en España, a cambio de adjudicaciones de obra pública. La tercera clase, frecuente, es una hibridación de las dos anteriores, y se da cuando la persona aprovecha que recauda dinero para el partido para embolsarse también él, muchas veces sin que sus superiores en la jerarquía tengan conocimiento. Vale la pena hacer un inciso aquí, abrir un interrogante: ¿Debe tener moralmente la misma consideración, debe sufrir el mismo rechazo y reprobación, aquél que roba para el partido que aquél que roba para quedárselo él? Personalmente, creo que el segundo es peor, porque, siendo el mismo hecho, las intenciones y los motivos no lo son. Todos los grandes casos de corrupción política de carácter económico de la historia contemporánea de España y Cataluña se ajustan a la taxonomía de tres categorías. Desde el caso Filesa hasta la trama Gürtel, pasando por el 3% y el caso de los ERE o por el escándalo protagonizado por Ábalos, Cerdán y Koldo García.
Meterse dinero en el bolsillo implica indefectiblemente al menos otra transgresión, puesto que es necesario simular, disimular y mentir. La magnitud de la indignación y del escándalo dependerá de lo grande que haya sido el robo, pero también de la densidad del engaño. Con esto quiero decir que, cuanto más honrado y leal sea considerado el corrupto hasta la hora de ser desenmascarado, mayor será la correspondiente sorpresa, el desengaño y la indignación. A menudo, el corrupto que todavía no se ha revelado a ojos de los demás como tal pasa largos años actuando, simulando que no lo es. Actúa de esta forma por obvia necesidad, ya que no parecer corrupto es condición necesaria para poder serlo. A su vez, este engaño contribuye, si se trata de un buen actor, a hacerlo cada vez menos sospechoso, a fortalecer y solidificar su apariencia de probidad y honradez. Y su confianza. Esta circunstancia última, por cierto, se convierte en un peligro para el corrupto, que, confiado, puede olvidar las precauciones y tomar riesgos cada vez mayores y, a menudo, finalmente excesivos.
Cuando se habla de estas cosas a veces se añade que la gente de derechas suele escandalizarse menos que la gente de izquierdas ante la corrupción de este tipo. Siendo consciente de que generalizar siempre es mentir, tiendo, sin embargo, a creer que el tópico se acuerda lo suficiente con la realidad. Seguramente porque la derecha tiene una relación más instrumental y positiva con el dinero –hasta el punto de creer que la riqueza es una prueba de las virtudes de la persona–, mientras que, por su parte, la izquierda tiene una relación más conflictiva, que hace que en su subconsciente la opulencia presente irradiaciones negativas, emparentadas con culpa tan sentidas.