Ni perdón ni olvido

Ahora que se avecina Navidad es un buen momento para hablar de los representantes de la Iglesia católica. Especialmente del papa de Roma, aunque no hace demasiada fiesta. El Papa, en un gesto excepcional, ha llamado a ochenta obispos de la Conferencia Episcopal Española para una reunión en el Vaticano. El Vaticano, como tantas empresas, no evita desplazamientos ni en plena crisis climática. Y eso que en su caso tienen otras formas de comunicarse. Al menos, la terrenal y la celestial. El Papa revolucionario se ha excusado diciendo que se podría haber desplazado él, pero entonces habría sido una visita de estado y la cosa se complicaba. Si eres Papa, eres la cabeza de demasiadas cosas, encuentro. Los representantes de la Conferencia Episcopal, algo menos revolucionarios que el Papa, esperaban que en la reunión se tocara el tema de la pederastia dentro de la Iglesia pero pudieron salir aliviados. Había un tema mucho más preocupante: la carencia de vocaciones. Así pues, después de que el Defensor del Pueblo elaborara un informe donde se hablaba de 440.000 víctimas de abusos por parte de la Iglesia, que las víctimas no se sintieran especialmente defendidas tras conocer el informe, y que el cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal, Joan Josep Omella, negara la cifra, el Papa ha dejado pasar el tema porque a la empresa les cuesta encontrar a empleados jóvenes y eso es mucho más urgente. Con los años que llevan de abusos y encubrimientos, entiendo que no les viene de ahí abordarlo con rapidez.

Omella, en cuanto se conoció el informe, aparte de negar la cifra de víctimas que aportaba el Defensor del Pueblo, añadió que persiste la idea de que los curas, “como son célibes, son propensos al abuso , cuando a nivel social donde más casos existen es dentro de la familia y están casados”. Esto me hace pensar que también es justamente en las familias heterosexuales donde hay más abusos de todo tipo (y es la familia que la Iglesia católica defiende enconadamente) pero la Iglesia insiste en criminalizar a los homosexuales por el hecho de serlo, todavía que el papa Francisco haya aclarado que ser homosexual "no es un delito". Debe entrar sólo en la categoría de castigo. Un castigo muy superior al que han recibido todos estos pederastas a los que les han prescrito los delitos (en este caso, lo son) y respecto a los cuales la Iglesia católica, muy apropiadamente, sólo ha pedido "perdón", cuando lo ha hecho. Que los abusos cometidos a menores prescriban es de las cosas más bestias que debemos soportar en este mundo, en el que los derechos de la infancia son menospreciados sistemáticamente en todas partes. Son conocidas las consecuencias que tiene un abuso así de por vida y la dificultad de poder reconocerlo y expresarlo incluso muchos años después. Pero ni así.

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Nunca hay que poner ninguna expectativa positiva en la reacción del poder eclesiástico ante estos delitos cometidos durante años y cerraduras. Pero siempre es un varapalo ver cómo actúan, con qué soberbia tan impropia, cómo les interesa mantener sus reinos en contra de las sagradas escrituras. La impotencia crece al ver cómo una telaraña enorme de complicidad social ha permitido estos abusos, siendo cómplices. Pero, por si todavía queremos desesperarnos un poco más, basta con ir a las conclusiones del cardenal Omella, que hizo un resumen del viaje contaminante al Vaticano con un “Hemos venido encantados y nos vamos contentos”. Es lo que nunca podrán decir tantos niños y niñas que han sido víctimas del poder más devastador de la Iglesia. Que no haya vocaciones, por tanto, parece, en principio, una buena noticia.