Bajo un puente
Bajo el puente de la C-31, entre Badalona y Sant Adrià de Besòs, se han concentrado todas las realidades del mundo y algunas miserias de este país. En él encontramos grandes clásicos universales: el penúltimo en llegar contra el último, o sea, pobres contra muy pobres, trabajadores con economías precarias contra aquellos que aspiran a ser precarios con papeles algún día, en una situación que vendría a ser un inesperado (y amargo) giro de guion de lo que antes se llamaba lucha de clases. Todo ello alimentado por la confusión interesada entre miseria y delincuencia, y el evangelio del odio según TikTok, vestido de preocupación por la seguridad.
Cómo se nota que la gestión de los inmigrantes sin papeles no solo no da votos sino que los quita. Porque el desalojo del B9 no solo no cogió a ninguna administración por sorpresa, sino que todo el mundo sabía que llegaría, y, cuando llegó, todo el mundo sabía el día y la hora. Y ninguna administración ha sido buena para ahorrarnos la vergüenza colectiva de un grupo de personas bloqueando la ayuda a otro grupo de personas. Comparemos el (no) despliegue de medios que ha habido en Badalona con el que se organiza con cadena de mando, rigor uniformado y comparecencia en cada telediario cuando hay un incendio o una riada. El discurso antiinmigración ha conectado tan bien en nuestra sociedad precarizada en lo económico y asustada en lo social que no hemos oído al president de la Generalitat convocar al trabajo, primero, y a la reflexión colectiva, después, sobre el huevo de la serpiente que una sociedad nía cuando cede a los impulsos más primarios. Decir que el gobierno de Catalunya ha acompañado este desahucio "con valores" ha sido la guinda de una chapuza lamentable.