Putin y el otro orden global

Vladimir Putin es el dueño del tiempo. Lo es en el frente de guerra en el este de Ucrania, donde avanza lentamente, kilómetro a kilómetro, mientras toda la maquinaria militar occidental se afana por proveer a las fuerzas ucranianas de la munición necesaria para resistir. También lo es en el frente político. Putin aprovechará la cumbre de los BRICS que arranca hoy en Kazán para enviar el mensaje de que ni es el paria internacional que algunos habían anunciado ni Rusia está aislada en su guerra en Ucrania. Pero la agenda de la reunión es otra.

Los BRICS, fundados hace dos décadas por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, se han convertido en un modelo de diplomacia multilateral en un mundo cada vez más fragmentado. Son una plataforma informal sin reglas ni estatutos comunes; heterogéneos en términos de desarrollo económico y capacidades científicas y tecnológicas. Pero, sobre todo, son un espacio cada vez más significativo de la emergencia de los países del sur para pedir un orden global distinto, que supere los equilibrios institucionales y de poder edificados después de la Segunda Guerra Mundial a partir del liderazgo de Estados Unidos ahora en declive.

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El poder global se ha ido diluyendo en un número cada vez mayor de actores, públicos y privados, que intentan llenar el vacío de Estados Unidos en retirada y que, ante el interrogante de una carrera presidencial hacia la Casa Blanca imprevisible, toman sus posiciones en la escena internacional. Y, mientras, las fracturas internas en la sociedad estadounidense debilitan el poder global de Washington.

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Tradicionalmente se decía que Estados Unidos tenía, al menos, dos o tres políticas exteriores: la del departamento de Estado, la del departamento de Defensa y la de la Casa Blanca. Hace unos días, hablando con un alto diplomático de la Unión Europea, le pregunté si creía que en estos momentos la política exterior de EE.UU. dependía únicamente de los intereses en defensa, y me contestó que si algo determina en estos momentos la política exterior estadounidense es el miedo. El miedo como fuerza argumental ante los enemigos internos y externos.

Ante el desconcierto de Washington, Rusia y China se alimentan una a otra en el imaginario de este mundo alternativo, que ahora se refuerza. La ampliación de los BRICS con la entrada de Irán, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía confirma una expansión geopolítica que representa el 46% de la población mundial y casi un 30% del PIB global. Arabia Saudí aún duda de si añadirse, y entre la treintena de futuros candidatos se encuentra Turquía, país miembro de la OTAN.

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El Sur Global sigue ganando influencia, pero también heterogeneidad. Los BRICS crecen como un espacio multiregional y multidimensional, formado por regímenes políticos distintos. Es el espacio geográfico en el que se consolidan los flujos comerciales globales a consecuencia de la reglobalización.

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Las organizaciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, estiman que la fragmentación geoeconómica puede reducir el crecimiento económico mundial en siete puntos porcentuales o más en un futuro previsible. Y, según datos de la ONU, esta tensión global no sólo redujo el comercio mundial un 5% en 2023 en comparación con 2022, sino que las relaciones comerciales se bifurcan: entre un aumento del 6,2% entre los países geopolíticamente cercanos y un descenso del 4,4% entre los países geopolíticamente lejanos.

En medio de un sistema internacional cuestionado, y con las Naciones Unidas convertidas en un campo de batalla, los BRICS emergen como los grandes portadores de una alternativa simbólica al orden internacional nacido después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque, a la hora de la verdad, la formulan de forma distinta y, a veces, incluso contradictoria. Lula da Silva defiende una "multipolaridad benigna". China habla de "una comunidad global con un futuro compartido". Unos apuestan por la estrategia confrontacional (como Rusia) y otros por las alianzas flexibles (como hace India). Y para muchos de ellos su renuncia al orden internacional establecido no implica que comulguen con la agresividad rusa de consolidación de sus “esferas de influencia”. Sin embargo, Putin conseguirá hoy una imagen cargada de simbolismo geoestratégico.