Queda planeta por destruir

Es interesante leer en este diario, una al lado de la otra, la entrevista que hace Carla Turró al periodista Marzio G. Mian (un especialista en el papel clave que juega actualmente el Ártico en la nueva guerra fría –no es un juego de palabras– entre Rusia y los países de la OTAN) y la crónica de Sonia Sánchez sobre la COP30, la cumbre mundial sobre el clima que se celebra estos días en Belém, Brasil, en la región de la Amazonia. La COP30 viene cargada de cumpleaños redondos y de simbolismos (la selva amazónica –el pulmón del mundo, como se le ha llamado– es un icono de la lucha por el cambio climático, ya la vez una de las zonas naturales del planeta más sometidas a presiones especulativas y financieras), y también de dudas, ynceras gran dinero. Lo que explica Mian sobre el Ártico es un ejemplo perfecto de cómo el cambio climático cambia las condiciones geopolíticas: el hecho de que se funda el hielo del Ártico sólo significa, para algunos gobiernos (con el de Rusia a la cabeza) y para muchos inversores globales, una nueva gran extensión de terreno para conquistar y explotar, llevándose. El mundo no se acaba: primero debemos exprimirlo hasta las escombreras. Después ya veremos si marchamos a colonizar otros planetas, un tipo de alternativa en la que ya están trabajando los equipos de Elon Musk y otros personajes a los que les gusta la rima entre megamillonario y visionario. Aunque también rima con parasitario.

Hace diez años del Acuerdo de París, que deben ponerse en paralelo con los cinco que se cumplen de la pandemia de la cóvid-19. Los gráficos (que también podemos ver en la crónica de la COP30) nos muestran que, desde la firma del acuerdo por parte de 195 gobiernos del mundo, las emisiones de CO2, Lejos de remitir, no han hecho que aumentar. Caen en picado, eso, sí, en el 2020, como es lógico, debido al paro global de la actividad. Pero desde entonces se disparan y llegan, en agosto de 2025, a su máximo. La idea de que la pandemia marcaría un punto de inflexión y un cambio en nuestra forma de vivir no llegó ni a ser la formulación ingenua de un buen propósito: más bien, un espejismo. Según lo miramos, sí que ha habido un cambio: hemos conseguido llevar la pulsión consumista, escapista y autodestructiva hasta un paroxismo que seguramente nunca habíamos conocido como ahora.

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Que el cambio climático avanza rápido ya no es una advertencia de los científicos, sino una evidencia de que vivimos en nuestros cuerpos, sobre todo aquellos que vivimos en zonas especialmente afectadas por este cambio, como es el Mediterráneo. Sin embargo, nos encontramos constantemente frente a paradojas como la de la COP30: una cumbre global contra el cambio climático llena de negacionistas del cambio climático. Seguramente se llegarán a tomar decisiones efectivas sólo cuando se produzca tal desastre que no sea posible mirar a otro lado. Mientras, mandan siempre las dos grandes características que identifican a la especie humana: la avaricia y la estupidez.