Trump y Harris, tan lejos y tan cerca
Así que saltó la noticia del sospechoso armado merodeando el campo de golf donde jugaba Donald Trump, Kamala Harris escribió lo de “la violencia no tiene lugar en Estados Unidos”. Pues sí que tiene y lo sabe todo el mundo. La violencia armada es una condición estructural bajo la que se desarrolla la vida en Estados Unidos, también la vida política. Los estadounidenses no son peores que nosotros, los europeos, pero van armados, incluso con rifles con mira telescópica capaces de dar diana a 400 metros, como éste de Florida. Si, después, para ganar votos, Kamala Harris sale al debate diciendo que no se le ocurre prohibir las armas, continuarán allí mismo y continuarán llorando matanzas.
¿Es lo mismo que gane la una que la otra? No, nada. No sólo porque Trump es un tipo reñido con la decencia, sino porque Harris tiene razón cuando dice que Trump se presenta para solucionar sus problemas personales, no los de la gente. Y porque en Estados Unidos, un presidente nombra a los jueces del Tribunal Supremo. El presidente se va, pero los jueces se quedan de por vida, y pueden girar la interpretación de las leyes hacia un lado. Todo esto, más todo el nacionalpopulismo europeo que está esperando a que Trump vuelva a la Casa Blanca como aliado de sus mensajes contra la inmigración.
En América, como en Europa, la emocionalidad ha acabado ocupando toda la acción política en perjuicio de la propuesta razonada: estructuras B para desprestigiar al contrario, mensajes de odio (“Odio Taylor Swift”, escribió Trump), el miedo al diferente como forma de ganar votos, descrédito del pacto, invención de peligros, degradación de la convivencia... Y como faltan cincuenta días para el 5 de noviembre, todavía sentiremos mayores.