¿Amnistía? ¿Qué amnistía?

MadridLos partidos son maquinarias electorales capaces de ponerse de 0 a 100 en pocos segundos. Y a los políticos, ante una convocatoria electoral, se les inyectan los ojos de sangre y empiezan a salivar. Lo demuestra el hecho de que el PSOE ya ve este jueves las ventajas de una convocatoria que el miércoles lo había cogido a contrapié. Los socialistas confían en que una victoria de Salvador Illa a apenas un mes de las europeas servirá para bajar los humos al PP, muy crecido a raíz del resultado de las gallegas y la irrupción del caso Koldo. Y por eso, este jueves, el día supuestamente histórico en el que se ha aprobado la primera ley de amnistía de la democracia, el debate ha pasado sin pena ni gloria.

¿Amnistía? ¿Qué amnistía? Los oradores, todos salvo Pilar Vallugera, de ERC, han aprovechado sus turnos de palabra para lanzar mensajes electoralistas pensando en los comicios. Especialmente, PP y PSOE, que se juegan el 12-M mucho más que un gobierno autonómico. El PP ha puesto ahora todas sus esperanzas en las elecciones catalanas para conseguir que la legislatura descarrile. No descarriló con la amnistía (cuando Junts votó en contra algunos soñaron con esta posibilidad), no parece que vaya a descarrilar ya por el caso Koldo, y por tanto ahora ya solo les queda esa bala. "Las elecciones catalanas marcarán el inicio del fin de esta legislatura", ha proclamado Alberto Núñez Feijóo desde la tribuna de oradores lleno de satisfacción en un ejercicio de manual de wishful thinking. Por el contrario, Patxi López (PSOE) insistía en que "los socialistas ganarán estas elecciones", por lo que avalarán la apuesta de Pedro Sánchez por la "reconciliación" y será una importante inyección de autoestima antes de las elecciones europeas. Los socialistas esperan que Illa pueda gobernar de alguna manera y poder vender que recuperan poder territorial, pero si tienen que elegir entre el Palau y la Moncloa la cosa está más que clara.

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Aritmética diabólica

El PP aspira a mejorar resultados (ya trabajan para absorber a Cs) y superar a Vox, pero su gran esperanza es que la aritmética del Parlament sea tan diabólica que le acabe estallando a Sánchez en la cara. De hecho, este ha sido en los últimos años el gran sueño húmedo de la derecha española, que Carles Puigdemont les haga el trabajo sucio y desaloje a Sánchez de la Moncloa. Un tripartito de izquierdas en Catalunya, por ejemplo, podría tener ese efecto colateral.

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En el debate ha resultado al menos sorprendente oír a la diputada de los comuns Aina Vidal reivindicando la fuerza del bloque democrático a favor de la amnistía ("deberíamos estar orgullosos", ha dicho), cuando es justamente su partido el que ha abierto una importante grieta con ERC. Yolanda Díaz la escuchaba sentada junto al ministro Ernest Urtasun, lejos de su lugar habitual cerca de Sánchez, y con quien podemos interpretar que hablaba del nuevo escenario abierto en Catalunya. Aún más raro resultaba que criticara que el PSOE hubiera renunciado a los presupuestos del 2024 cuando han sido sus socios de los comuns los que han provocado ese movimiento en cadena que ha tumbado las cuentas de Aragonès, en una muestra de la dificultad que puede tener este espacio político para explicarse frente a sus electores. El mensaje que pretenden lanzar ahora es que Aragonès ya quería el adelantamiento desde un inicio, y que la negociación ha sido una pantomima.

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Pero sin duda lo más curioso han sido los abrazos entre los diputados de Junts y ERC tras la votación y ante todas las cámaras. Por un momento, la unidad independentista se ha hecho presente en el patio del Congreso en forma de lucha (y victoria) compartida. Quizá sea la última vez en mucho tiempo. Fuera, cuatro abuelos (literalmente) gritaban contra la amnistía y contra Catalunya. A pocos metros, un grupo de policías nacionales tenían una furgoneta con el capó levantado y discutían sobre algún problema del motor. El día que España tenía que romperse, lo que como mucho se ha roto ha sido una culata.