Perfil

Miquel Iceta, de ideólogo a ministro de la causa federal

Después de renunciar al objetivo de presidir Catalunya, se ocupará de canalizar el diálogo en nombre del Estado

BarcelonaHace meses que el entorno de Miquel Iceta (Barcelona, 1960) lo notaba desanimado. Después de cuarenta años bregando en los altibajos de la política, el Procés y la carencia de rumbo de un Govern dividido, así como la degradación de las instituciones que a menudo ha atribuido al independentismo, lo habían acercado al agotamiento, pero también a la frustración de no haber conseguido construir una alternativa suficientemente atractiva a los ojos de los catalanes. “El día que detecte que una persona lo puede hacer mejor, lo dejará”, repetía los últimos años un dirigente muy cercano a él. Y así lo ha hecho. Cediendo a Salvador Illa la posibilidad de presidir la Generalitat, el líder del PSC renuncia a uno de sus objetivos personales y, a medio plazo, engrasa todavía más su relevo después de seis años al frente del partido. A cambio, un billete de AVE hacia Madrid para ser ministro, uno de los pocos papeles que, a pesar de aparecer siempre en las quinielas, todavía tenía pendiente. Denominaciones del cargo aparte (Política Territorial y Función Pública), su cartera será la catalana, y su objetivo, el diálogo. Ahora ya oficialmente al otro lado de la mesa.

Pese a su conocida faceta mediática, la del político que baila a ritmo de Queen, hace solo seis años que se destapó con el Don’t stop me now en su primera campaña como candidato socialista. La mayor parte de su carrera, de hecho, la ha pasado entre bambalinas, como estratega en la sombra de un partido en el cual ha militado desde su fundación (1978). Y es precisamente en el gobierno español donde, después de una breve etapa de cuatro años como regidor en Cornellà de Llobregat (1987-1991), empezó a moverse en los engranajes del poder. Hasta 1995 fue director del departamento de análisis del gabinete de Presidencia del gobierno de Felipe González, cuando Narcís Serra era vicepresidente, y todavía aguantó un año más en el órgano como subdirector. Pronto se descubriría, sin embargo, como un gran orador, estiloso pero incisivo, irónico y, en todo caso, habilidoso en el cuerpo a cuerpo parlamentario. Un político de raza y con capacidad para interlocutar con adversarios, ya estuviera en el Congreso (1996-1999) o en la cámara catalana, donde aterrizó en 1999 al poco de convertirse en el primer político en el Estado que declaraba abiertamente su homosexualidad.

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La renovación que buscaba Sánchez

A pesar de predicar la prudencia, un cierto atrevimiento ha marcado sus pasos los últimos años. Especialmente en julio de 2014, cuando se ofreció para coger el mando que Pere Navarro dejaba en el PSC, entonces un partido devastado por la ruptura y hundido en las urnas. Y lo recosió, fortaleció y encendió la mecha para que la marca socialista volviera a cotizar al alza, una tarea que internamente se le agradece como pocas. Por eso también ni el mismo Illa, su escudero en la dirección desde el 2016, cuestionó que pudiera repetir como candidato hasta que él renunció. Y eso que el cargo de ministro, que algunas fuentes socialistas interpretan como un premio de Pedro Sánchez a Iceta  –a quien debe de su apoyo incondicional cuando la vieja guardia del PSOE lo defenestró–, también tiene para otros parte de operación del presidente español por no solo mejorar los resultados en Cataluña sino también renovar el PSC. A la tercera va la vencida, después de haberlo intentado ya con el apoyo implícito a Núria Parlon, que acabó perdiendo las primarias contra Iceta en octubre del 2016, o con la propuesta de convertir al primer secretario en presidente del Senado en mayo del 2019, frustrada por el independentismo en el Parlament.

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Con la incógnita de si JxCat y ERC continuarán gobernando en Catalunya después del 14-F, en el PSC dan por hecho que Iceta formará parte de la mesa de diálogo que tiene que encontrar una solución al conflicto con el Estado. De reivindicación catalanista, ponente del Estatuto e ideólogo de la tercera vía que –con más o menos entusiasmo– ha adoptado el PSOE a lo largo de los últimos años, el líder socialista ha pasado de defender el derecho a decidir a justificar la aplicación del 155. De fondo, eso sí, su voluntad de construir puentes entre Catalunya y el Estado. Fue el primero ahora hace tres años en hablar de los indultos a los presos y recibió la amonestación de Ferraz, pero Sánchez lo ha mantenido como consejero para entender el caso catalán y ahora es él quién defiende la medida de gracia. También, a raíz de la pandemia, la Moncloa ha adoptado su ideal de la cogobernanza federal, reivindicado por el mismo presidente español a la hora de anunciar su nombramiento. Dos éxitos de entrada para un ministro sin pelos en la lengua que no tiene problemas en admitir que, intenciones aparte, la reforma de la Constitución va para largo.