Una nación con futuro, no un drama histórico
Escribir sobre un sentimiento de pertenencia es, en esta última década, un ejercicio arriesgado. Las diferentes opciones partidistas han creado unas convenciones lingüísticas y, cuando no coincides plenamente, ya tienes asegurado un chaparrón de descalificaciones.
La nación como afirmación de comunidad con vínculos básicamente culturales (y, por tanto, lingüísticos), pero también vinculada como organización económica y como tradición jurídica que lleva a dotarse de instituciones políticas propias que garanticen la plena exitosa individual y colectiva, es una definición bastante compartida. También lo es que en los últimos siglos el estado español, que tiene una indiscutible realidad plurinacional, no ha sabido atender el anhelo de reconocimiento de la nación catalana y ha creado una organización fuertemente centralizada, característica de los estados unitarios, que choca todos los días con la realidad de una Catalunya que se reafirma en la voluntad de ser.
He aquí que estamos donde estamos. La Diada nos define como pueblo porque a los pueblos les definen, entre otras muchas cosas, las personas y los hechos que honran. La pérdida de nuestras instituciones y la resistencia al intento de minorizar nuestra lengua han marcado las principales reivindicaciones políticas catalanistas. Podemos encontrar emotivas versiones de este sentir en Pi i Margall, Almirall, Prat, Macià... y otros muchos referentes. Nuestra Diada, nuestros símbolos nacionales, nos homenajean conmovidos a los y las que defendieron nuestro sentimiento nacional en etapas de prohibición y persecución.
Ahora bien, la historia puede ser un punto de arranque, pero no un pretexto para las posiciones políticas. La historia señala la fecha de la Diada, pero no nos obliga a buscar simetrías.
Efectivamente, el viejo pleito catalán vuelve a estar encima de la mesa: enésima vez, enésima oportunidad, enésima correlación de fuerzas complicada, enésimo argumentario anticatalán de quienes buscan votos fáciles fuera de Catalunya. Pero, si las grandes manifestaciones de algunos días han convocado a la ciudadanía a mostrar los sentimientos solo en el eje nacional y muy especialmente en el rechazo a España, en esta la gran cuestión es la eficacia del autogobierno. De los presupuestos dependen la cantidad de recursos que destinamos a los servicios del otro eje, el social.
Recordemos el mensaje de 1888 a la reina regente sobre la necesidad de que “Catalunya torni a posseir ses Corts [...] es votin els pressupostos de Catalunya i la quantitat amb què té de contribuir el nostre país als gastos generals d’Espanya". Dicen que el redactado fue obra de Àngel Guimerà; más adelante, Pere Estasen formuló las bases para el enaltecimiento y la grandeza de la riqueza colectiva de Catalunya, que servirían de base para muchos otros que vinieron más tarde. Ninguno lo hizo desde el victimismo ni el pesimismo. No lo hicieron desde la queja y el lamento. Lo han hecho, generación tras generación, con la voluntad firme de encontrar la manera de situar a Catalunya en posiciones de vanguardia.
Desde entonces hemos vivido dos dictaduras, una República convulsa y una normalidad de 45 años de legislaciones en ses Corts recuperadas, el Parlament de Catalunya. Y queremos un trato económico justo. Queremos que se reconozca nuestra solidaridad. Exigimos que se acaben los discursos anticatalanes, especialmente de aquellos que tienen responsabilidades públicas. Personalmente, no quiero injertarme de resentimientos ni rencores. No quiero alimentarme de mentiras, fértiles o estériles. Quiero proclamar mi vínculo inseparable a esta tierra que llamo patria. Y esta patria necesitamos verla y vivirla más como un proyecto con futuro que como un drama histórico.