¿Qué fue el Procés?
BarcelonaOcho años después de los hechos de octubre de 2017 todavía no existe un consenso definido sobre qué fue el llamado Procés, un período que arranca con la Diada de 2012, la primera organizada por la ANC, y que podemos dar por oficialmente terminado el 12 de mayo de 2024, cuando el independentismo pierde la mayoría en el Parlament. Durante este período, con mayor o menor intensidad, el debate sobre la independencia y el referéndum de autodeterminación domina la agenda política catalana y, en parte, la española. No cabe duda de que el momento culminante del Procés fue el 1 de octubre del 2017, cuando más de dos millones de personas participaron en un referendo sobre la independencia desafiando así la prohibición dictaminada por las instancias judiciales españolas.
Visto en perspectiva, el Procés fue un intento, por parte de los representantes políticos catalanes que en ese momento ostentaban la mayoría en el Parlament, de forzar a España a pactar un referéndum de autodeterminación a través de una operación masiva de desobediencia civil. El gran debate, y el gran dilema ético que tuvieron que afrontar sus líderes, era hasta dónde querían llevar esa desobediencia civil y qué riesgos para las personas implicadas estaban dispuestos a asumir. Curiosamente, los dos líderes del Procés, que han vivido enfrentados desde entonces, estuvieron de acuerdo en esta cuestión y optaron por, vista la reacción del Estado al 1-O, no crear una situación que pudiera provocar, además de una profunda fractura social catalana, males mayores.
Porque hoy sabemos que unos muertos sobre la mesa no habrían cambiado nada, o quizás sí, pero a peor para la parte catalana. El Estado nunca estuvo contra las cuerdas ni dispuesto a ceder en una cuestión, la de la integridad territorial, que es consustancial a su existencia. También sabemos que la Unión Europea nunca habría movido un dedo en la dirección de poner en peligro la unidad de uno de sus miembros. Podía presionar para una solución negociada que apaciguara los ánimos, como hizo, pero España podía perfectamente ignorar estas presiones, como así hizo, sin sufrir ninguna consecuencia.
El 'farol' de Ponsatí
El problema del Procés, y lo que ha hecho difícil su gestión posterior por parte de los independentistas, es que nunca se vendió como lo que era, una operación de desobediencia civil para crear una crisis política que forzase al Estado a negociar, sino como un proceso de independencia unilateral que era imposible de llevar a cabo si el Estado, que tiene el monopolio de la fuerza, no lo permitía. Es el famoso farol que denunció Clara Ponsatí. La supuesta jugada maestra hizo que una parte de la población catalana contraria a la independencia entrase en pánico y corriera a sacar el dinero de los bancos, y también que una fracción del independentismo se creyera que con una simple declaración política en el Parlament Catalunya sería independiente como por arte de magia. Pero, sobre todo, quien más creyó la amenaza fue una parte del Estado, con la judicatura a la cabeza, que desde entonces se resiste a abandonar el rol que adoptó como salvadora de España.
Tras el 1-O todavía hubo un tiempo en el que se intentó hacer creer que desde el exilio se podría forzar al Estado a celebrar el referéndum, lo que, junto a la ola de solidaridad con los presos políticos, permitió ocultar el fracaso durante un buen puñado de años. Pero la realidad es terca y se ha acabado imponiendo. Y el resultado final, más allá de la pérdida general de credibilidad del proyecto independentista, fue la eclosión de un proyecto de extrema derecha catalana que se alimenta en parte de la frustración provocada por el Procés. Y, mientras, sus líderes siguen en activo y todavía no han dado una explicación convincente de lo que fue el Procés. Una al menos igual de clara que la expuesta en este artículo.