"Lo que me encontré en la residencia de Tremp no tiene nombre"
Los hijos de un hombre que murió en el centro explican las patéticas condiciones que vieron
BarcelonaEvaristo tenía que estar en la residencia Fiella de Tremp un mes, o mes y medio, el tiempo justo para recuperar un poco de fuerza en la pierna. Lo habían operado del fémur y no podía volver a casa porque vivía en un segundo piso sin ascensor. Su hijo dice que el hombre ingresó en el centro el 9 o 10 de noviembre -no recuerda bien la fecha- y que no le permitieron volver a verle hasta dos semanas y media después, cuando la Evaristo ya había muerto por coronavirus. “Me lo encontré con los ojos y la boca abiertos, y los puños cerrados”, dice el hombre, que tuvo que sacar él mismo el cuerpo de su padre de la residencia.
Este es el relato de un despropósito y de lo que pasó en la residencia de Tremp, donde ya han muerto 61 personas por covid. Con todo, de momento nadie ha asumido una mínima responsabilidad y en el municipio impera la ley del silencio: nadie quiere hablar de lo que ha pasado en una residencia que gestionaba una fundación religiosa con mucho poder en Tremp.
A Evaristo lo operaron del fémur en el Hospital Comarcal del Pallars, en Tremp, porque en el de Vielha, que es donde lo tendrían que haber intervenido, no funcionaba la máquina de rayos X, según explica el hijo. Antes de la operación “se daba cuenta de todo y era autónomo: salía a pasear, se sentaba en un banco, iba aquí, iba allá”, explica la hija. Es decir, la típica vida de un hombre de 92 años que estaba relativamente bien. Pero después de la operación se quedó que no podía ni andar.
“Del hospital comarcal lo trasladaron al centro sociosanitario, pero allá solo estuvo poco más de una semana. Así que decidimos llevarlo a la residencia porque teníamos muy buenas referencias y además podían hacerle fisioterapia”, añade la hija. El Hospital Comarcal del Pallars, el centro sociosanitario y la residencia Fiella forman parte de una misma isla en Tremp. Un edificio está al lado del otro.
Pero lo que tenía que ser la solución se transformó en un problema. La hija explica que el padre estuvo aislado en una habitación la primera semana que estuvo en la residencia, porque este es el protocolo de la Generalitat para los nuevos ingresos como medida de prevención para evitar posibles contagios. La segunda semana las monjas que se encargaban del centro tampoco le permitieron que nadie le visitara porque, argumentaron, a Evaristo le costaba adaptarse a la residencia y era mejor que no viera a la familia. A partir de entonces, saber como estaba Evaristo se convirtió en una odisea.
“Llamaba por teléfono y, o bien no me respondían, o bien me decían que la monja no se podía poner”, explica la hija. Finalmente el 26 de noviembre le comunicaron que Evaristo tenía coronavirus pero que estaba “estable”. Dos días después le dieron la fatal noticia: había muerto. Era sábado 28 de noviembre, el mismo día que la Generalitat intervino la residencia Fiella porque 120 de sus 143 abuelos tenían coronavirus y parte de su personal también se había contagiado.
Un escándalo
Por la noche el hijo del Evaristo fue a recoger el cuerpo del padre. En el vestíbulo de la residencia le esperaban una doctora, una asistenta social y un miembro del equipo directivo del centro. Le dieron una bata de protección y lo acompañaron a la primera planta: “Me dijeron que continuara yo a solas recto por el pasillo hasta la habitación de mi padre”. Según dice, por el pasillo deambulaban dos mujeres con Alzheimer. “También me encontré una señora sudamericana que se cagaba en todo porque decía que estaba sola para encargarse de todos los abuelos de la planta y que eran las doce y media de la noche y todavía no les había dado la cena. A las mujeres con Alzheimer les gritaba, «Id a la habitación»”, explica.
El hijo de Evaristo asegura que el padre estaba en un dormitorio que no era el suyo: habían escogido para él una habitación individual grande, pero se lo encontró en un “cuchitril” donde apenas cabía la cama. “El respaldo de la cama estaba totalmente levantado, y él, cubierto con tres mantas. Cuando lo destapé, vi que tenía los ojos y la boca abiertos, y los puños cerrados. Es un escándalo. No tiene nombre, lo que me encontré. Había muerto solo”.
El hombre dice que él mismo metió el cuerpo del padre dentro de dos bolsas de cadáveres, después lo colocó encima de una litera que le facilitó la trabajadora y mientras lo trasladaba hasta el ascensor las dos mujeres que sufrían Alzheimer le siguieron por el pasillo, sin mascarilla y sin ningún tipo de protección.
“No hago ninguna declaración más a los periódicos, estoy totalmente decepcionado. No se ha dicho la verdad ni las cosas como son”, dice antes de colgar el teléfono de manera abrupta padre Joan Antoni Mateu, rector de Tremp y presidente de la Fundación Fiella. Por su parte, el departamento de Salud también mantiene silencio. Se excusa en el hecho de que la Fiscalía de Lleida está investigando si la dirección del centro cometió un delito de homicidio imprudente y otro contra la seguridad en el trabajo, y dice que en consecuencia prefiere no hacer declaraciones.
Autocrítica de la alcaldesa
La única que sí que hace autocrítica es la alcaldesa de Tremp, Maria Pilar Cases, que admite que tendría que haber controlado más la situación: “El 22 de noviembre envié un whatsapp a la directora de la residencia para ofrecerle ayuda y me contestó que lo tenía todo controlado. No insistí más hasta que el 25 de noviembre por la noche un miembro del equipo directivo del centro me alertó que aquello era un caos y que necesitaban cubiertos de plástico, cubos, mascarillas y guantes”.
Cases considera que en el futuro alguna administración tendría que implicarse en la gestión de la residencia. Hasta ahora solo estaba en manos de la Fundación Fiella, que está vinculada al obispado de Urgell y tiene un gran peso económico en Tremp. Sin ir más lejos, la fundación cedió a la Generalitat los terrenos donde actualmente está situado el Hospital Comarcal del Pallars. Quizás por eso en el municipio, de poco más de 5.800 habitantes, no se ha levantado ni una sola voz por lo que ha pasado en el centro: las trabajadoras y los familiares callan. Tampoco se ha filtrado nada.
Los hijos de Evaristo afirman que, cuando hace casi un mes que el padre murió, la residencia todavía no les ha devuelto las pertenencias del hombre: ni la televisión que se llevó para poner en la habitación, ni la silla de ruedas, ni la ropa. Eso sí, por ahora no les han cobrado nada. Pagaban 1.500 euros al mes.