LA CATALUNYA BUIDA

El desequilibrio territorial ahoga a los pueblos pequeños

El acceso a servicios son la clave para atraer a nuevos vecinos

Maria Garcia
y Maria Garcia

GironaLa crisis del coronavirus ha disparado la popularidad del mundo rural: los paisajes naturales y la poca densidad de población ahora cotizan al alza. Pero no todo son ventajas, como se ha hecho visible también con las nevadas. Cuanto más lejos se viva de las áreas metropolitanas de las cuatro capitales, menos servicios básicos se tienen al alcance. El hospital más cercano puede estar a una hora en coche, el instituto a 70km, la farmacia en el pueblo de al lado o para ir a clases de piano o comprar ropa debes desplazarte a una gran ciudad.

Este desequilibrio territorial se ha puesto especialmente de manifiesto durante la pandemia: las zonas menos pobladas claman al cielo porque se están aplicando las mismas restricciones en Barcelona (con más de dos millones de habitantes) que en pueblos como Blancafort, con menos de 400. Sin embargo, a la vez, el covid ha demostrado que es posible hacer teletrabajo en muchos trabajos donde, hasta ahora, ni se había planteado. Y esto ha abierto un abanico de oportunidades para las zonas rurales deshabitadas: internet facilitaría la llegada de nuevas familias y actividades económicas que reavivarían territorios desolados y que hace tiempo que suplican políticas efectivas para evitar perder los pocos vecinos que les quedan. Para conseguirlo, según los expertos es necesario un pacto de país para acabar con las diferencias territoriales que provocan una desigualdad de oportunidades; y que hace décadas que agravan el despoblamiento de algunas comarcas.

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Despoblación y envejecimiento

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Los últimos doscientos años, ha habido varios procesos migratorios del mundo rural al urbano. El primero importante fue en el siglo XIX, como consecuencia de la industrialización y la crisis de la filoxera, y el segundo entre los años 50 y 70 del siglo XX. "Ahora no estamos en fase de despoblación, aunque notamos los efectos de esta migración del campo a las ciudades", puntualiza el profesor de geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y ex secretario de planificación territorial, Oriol Nel·lo.

Si se compara la población de 1920 con la de 2020, según los datos del Idescat las tres comarcas que más han perdido población en los últimos 100 años son el Priorat (-55%), Terra Alta (-51%) y el Pallars Sobirà (49%). Las siguen las Garrigues (-36%), Ribera d’Ebre (-28%) y Conca de Barberà (-25%). Paralelamente a la pérdida de residentes, ha ido aumentado el envejecimiento: entre el 20 y el 30% de los vecinos del Priorat, Terra Alta y Pallars Sobirà tienen 65 años o más. "Cuando se van muriendo los abuelos, no hay relevo generacional", lamenta el geógrafo y técnico de la Cátedra de Economía Local y Regional de la Universidad Rovira i Virgili (URV), Josep Maria Piñol.

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Escuelas y médicos, cerca

Para las familias y para la gente mayor, uno de los requerimientos más importantes a la hora de elegir dónde vivir es la proximidad con los centros educativos y sanitarios, que suelen quedar lejos de las zonas menos pobladas. "La escuela rural es una pasada cuando son pequeños, pero cada año tenemos que estar luchando para que no la cierren en un pueblo u otro. Y si quieres ir a la universidad, tienes que ir fuera, con el aumento de gasto que esto conlleva para las familias", describe el técnico de la entidad Prioritat (promotora de la candidatura del Priorat como paisaje patrimonio de la Unesco), Joan Vaqué, vecino de la Vilella Baixa. En la comarca no hay ningún centro hospitalario y los más cercanos están a 30 o 60 minutos. "Tenemos que ir a Reus o a Móra d’Ebre, y cuando una mujer tiene que parir, tiene una hora de coche hasta el hospital", lamenta.

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Sin casas disponibles

Uno de los principales escollos es la falta de vivienda. En muchos pueblos hay casas y pisos vacíos, que son segundas residencias o herencias de hijos o nietos que han dejado que se degradaran. "En zonas turísticas los alquileres están a precios desorbitados, y en otros, como en Molló, tenemos muchas casas pero ni se alquilan ni se venden, y algunas están a punto de derrumbarse. Hay muchas familias que quieren venir, pero no tenemos vivienda para ofrecer ", explica el alcalde de Molló y profesor de geografía de la Universidad de Barcelona (UB), Pep Coma.

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Comunicaciones

Una de las otras desventajas de las zonas rurales es la conectividad. Aunque la mayoría de comarcas cuentan con carreteras mínimamente transitables, el transporte público sigue siendo uno de los deberes pendientes. "La R3 de Rodalies, entre Barcelona y Puigcerdà, tendría más usuarios si los horarios fueran competitivos y el servicio fuera rápido y eficiente", pone de ejemplo Coma, que considera que las conexiones ferroviarias son "importantísimas".

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Sin olvidar una de las demandas de todas las familias y empresas: una buena conexión a internet. "Hay núcleos urbanos donde aún no llega la fibra óptica, otros, como Les Llosses, que tienen conexiones muy malas; y sin internet no se puede trabajar ", recalca el alcalde de Molló. Vaqué lamenta que hay zonas, especialmente en el sur, que no tienen ni siquiera una buena conexión eléctrica: "Tenemos la central nuclear al lado, pero cada dos por tres se nos va la luz. Y cuando nieva, tres días sin luz. Hay empresas que no pueden instalarse por la falta de potencia ", dice con las manos en la cabeza.

Servicios esenciales

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El trabajo, la vivienda, las escuelas, los centros sanitarios y la conectividad son los principales elementos que determinan que una familia se instale en un lugar. Pero una vez cubiertas las necesidades más básicas, también es importante tener cerca servicios como supermercados, tiendas, centros recreativos, escuelas de idiomas o de música, gimnasios, farmacias, cines o teatros. "Muchos vecinos se han acabado marchando porque a partir de las seis de la tarde no hay nada, todas las calles están vacías", indica el presidente de la Associació Micropobles de Catalunya, Mario Urrea.

Desequilibrios territoriales

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"El sur solo existimos cuando se tienen que instalar centrales nucleares, parques eólicos o las infraestructuras que nadie quiere. Somos como un país de segunda categoría y nunca nos escuchan ", critica el técnico de Prioritat. La suya es una de las quejas más comunes en los territorios menos poblados: sienten que la Generalitat toma decisiones desde Barcelona, sin tener en cuenta su realidad. Por ello, según los expertos, uno de los puntos clave es el reequilibrio territorial: "Que todo el mundo, con independencia de donde viva, tenga un acceso equitativo a la renta y a los servicios", subraya Nel·lo.

Repensar el futuro

Durante los últimos años se han impulsado varios proyectos en todo el territorio para atraer vecinos a las zonas deshabitadas. Ahora, además, como consecuencia del covid han surgido nuevas iniciativas para intentar facilitar el traslado de la ciudad al campo. Sin embargo, según los expertos, hay que repensar el futuro de las comarcas menos pobladas, y elaborar una hoja de ruta para el conjunto de Catalunya, hecho desde y con los municipios y sus vecinos. "Es un problema del conjunto del país, no de un ayuntamiento o de un territorio. Hay que implicar a todos los actores: ayuntamientos, diputaciones, consejos comarcales, conselleries ... ", alienta Urrea. Desde la Associació de Micropobles han elaborado un Estatuto propio que busca "discriminar de forma positiva los pueblos con pocos habitantes".

Para intentar romper la fractura entre el mundo rural y el urbano, nació hace 100 años la Mancomunidad de Catalunya, que se marcó como objetivo que no hubiera un solo ayuntamiento sin "policía, escuela, biblioteca, teléfono y carretera". Y, aunque no se pudo finalizar, lograron modernizar gran parte del país, a pesar de la falta de competencias y recursos. La clave de su éxito, según el historiador y miembro del Instituto de Estudios Catalanes Albert Balcells, fue que elaboraron "un proyecto nacional, viable y plausible que se ganó la confianza de los ciudadanos, que creyeron que valía la pena el esfuerzo y el sacrificio para hacerlo realidad". Un siglo después, el reto del equilibrio territorial sigue sobre la mesa.