Una dómina, una muñeca hinchable y un pene de pitufo

Crónica desde el Salón Erótico de Barcelona, que estará abierto hasta domingo

BarcelonaCon la solana que cae, me voy al Salón Erótico, que este año está en el Pabellón del Vall d'Hebron. “Acceso artistas”, leo. Cometo el acto fake y entro. Adentro, todo lleno de tiendas de widgets sexuales y cremas. “¿Quieres que te presente a las dóminas?”, me pregunta el director del salón. Y lo sigo hacia el camerino de las dóminas, la más dómina de las cuales es Dómina Ghalia, una chica andaluza que debe de tener unos veinte años. Por el pasillo alguien me saluda. Es la sexóloga Helena Crespi, que se ve que impartirá una charla sobre erotismo y feminismo. Pasamos por un estand de vaginas de medida real regentado por un señor con crocs y por una tienda de lubricantes aptas para veganos o diabéticos (no se trata de tener una subida de azúcar o una bajada de principios mientras, digamos, chupas). “¿Tenéis gustos dulces o también salados?”, le pregunto a la dueña. “También tenemos uno de beicon”, dice.

La dómina Ghalia, con los zapatos rojos en la mano, me dice que tiene mucho interés en que conozca a las otras dóminas. Se llaman Oni, Ilina y Damsel. “¿Quieres un sumiso?”, quiere saber. Y enseguida –solo faltaría— acude un señor sin camiseta que estaba comiendo mandarinas. “Yo es que conocí a un sumiso por casualidad y vi que me gustaba todo este mundo”. En el camerino hay un paquete de preservativos (de la marca Shadow Strong, de látex natural). “Soy autónoma”, me explica Ghalia (y me hace saber que es del epígrafe “artistas”, como una servidora, lo que dice mucho las dos). Las otras comentan que han hecho sesiones para gente de setenta años, que no lo habían probado nunca y que la película 50 sombras de Grey ha ayudado a popularizar la dominación, a pesar de que el mensaje que daba era malo.

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Las dejo acabarse de vestir y voy hacia la tienda “Bustos realistas y compactos”. Es de muñecas hinchables, pero con una novedad. Ocupan menos. “Disfruta de una 'sex doll' en el mínimo espacio”, dice la propaganda. Y, efectivamente, hay una que no tiene piernas ni cabza, sino solo el centro de gravedad. En un estante, ojos. “Es que a las muñecas se les puede cambiar el color de los ojos”, me explica el dueño, Jordi Mestres. Y exclama: “A estas muñecas dales énfasis, porque son... Yo me he enamorado de la pelirroja”. Se refiere a una muñeca que tiene piel como de silicona. “Dependiendo de la medida, pesan más o menos. Te la pueden hacer delgada, tipo atlética o... curvy, por decirlo así”. Junto a la pelirroja, unos potecitos de crema. “Son para solucionar las marcas”, me explica. “Cuando les pones ropa nueva, a veces les queda la piel un poco irritada”. Y coloca bien, sin darse ni cuenta, unos penes dobles de color negro, blanco y azul (para los amantes de los pitufos eróticos).

Fascinada, veo que las dóminas ya están dedicándose a la vejación del sumiso de las mandarinas. Quizás que me vaya a comprar unos gofres en forma de falo y que, en un rinconcito, me los coma sin ser vista.