Las familias buscan un lugar en el oasis del Raval

Niños, deporte y música contra el estigma en la única zona verde del barrio

BarcelonaEl parque de Sant Pau del Camp es posiblemente la zona verde más disputada de Barcelona. Está en medio del Raval, el barrio más denso y multicultural de la ciudad. Este pequeño pulmón que rodea el antiguo monasterio de Sant Pau del Camp tiene todo tipo de pretendientes que cada día se disputan casi cada palmo de suelo, y durante los últimos meses –y esto es noticia– también hay familias que se lo quieren hacer suyo. Comparten el espacio con chatarreros senegaleses, jóvenes magrebíes, personas sin techo, algún drogadicto y algún carterista que busca refugio. Con la excusa de una pequeña remodelación urbanística, el Ayuntamiento de Barcelona cerró el parque en verano del 2019 cuando la inseguridad de la ciudad llegó a su máximo. Antes de precintarlo, efectivos de los Mossos d'Esquadra, Guardia Urbana y Policía Nacional protagonizaron un polémico desahucio que acabó con 29 personas identificadas y nuevo de trasladadas al centro de internamiento de extranjeros (CIE).

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El parque está situado a menos de 50 metros de la comisaría de los Mossos d'Esquadra de Nou de la Rambla, pero esta proximidad no ha evitado que Sant Pau del Camp haya sido durante mucho años uno de los lugares más peligrosos de la capital catalana. Los vecinos, directamente, habían renunciado a él. Las obras se alargaron todo un año, entre otras cosas porque se cerró sin tener ni adjudicada la primera fase de las obras. El precinto sacó la delincuencia del parque, pero, también, cualquier actividad posible. El Raval se quedó sin su única zona verde. El ayuntamiento de Barcelona aprovechó la tregua para repensar el espacio e intentar volver a seducir a los vecinos. Un año más tarde, en verano del 2020, reabrió con nuevas instalaciones deportivas y un amplio abanico de actividades vecinales. "El objetivo es que vaya cambiando el estigma que este parque tiene para la población y que vea que se hacen otras cosas", explica Sergi Brió, responsable de comunicación de Xamfrà, una entidad que se vale del teatro, la música y la danza como herramienta para la inclusión social. Una de estas "otras cosas" es el festival de música y teatro que están preparando para los dos primeros viernes de julio. Xamfrà forma parte de una red de entidades que, con el apoyo del distrito y de un equipo de dinamización, intentan que los vecinos vuelvan al parque. También forman parte Impulsem, el conservatorio del Liceu, Arnau Itinerant y el CEM Can Ricart.

Desde que el parque reabrió, el frágil equilibrio se ha mantenido, en parte gracias a la pandemia, pero esto se ha acabado. Este verano sin restricciones llegará acompañado de miles de turistas despistados. Las previsiones en materia de seguridad son preocupantes y muchos ojos vuelven a mirar hacia el complicado parque. Por otro lado, la única zona verde del Raval volverá a cerrar un verano más, a pesar de que esta vez, parcialmente: a partir de mediados de julio, se ejecutará la segunda fase de las obras que está previsto que acabe en octubre, cuando llegue el otoño.

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"¿Quieres pintar un ratito?"

Hasta que las excavadoras entren en el parque, el distrito cruza los dedos por que el frágil equilibrio se mantenga. En esta tarde de miércoles hay una decena de niños que intentan hacerse fuertes en un rincón de la plaza. Sus madres, cubiertas con telas de colores flamantes, charlan mientras Yema y Massimo, dos jóvenes trabajadores sociales, entretienen a los niños con cuentos y juguetes extendidos por el suelo. "¿Quieres ir a pintar un ratito?", pregunta Yema a Isha, que responde con una sonrisa porque le encanta pintar. "Continúa siendo un espacio tensionado", reconoce Yema, pero destaca que cuando hay niños "las actividades negativas del parque se desplazan. No sé si les recuerda a su niño interior... pero vienen a decirnos que el espacio es muy guapo", dice orgullosa. Susana es una de las madres que usa el espacio: "Ha mejorado pero tampoco mucho. A las cuatro de la tarde todavía puedes ver gente pinchándose, pero ya estamos acostumbrados", dice mientras su hijo pequeño corre por el parque.

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Una pareja de 13 años aprovecha esta cara más amable de la plaza para preguntar si han visto un pasar a chico con el pelo rizado. "Me acaba de robar el móvil y los Mossos me dicen que no puedo presentar denuncia porque soy menor", dice el chico, que se adentra en el parque a ver si lo encuentra. "Si lo veis me avisáis, por favor, va con una chica con el pelo rojo", describe. A solo tres metros de esta ludoteca itinerante hay un grupo de migrantes de África Occidental. Algunos solo llevan cuatro meses en Barcelona y preguntan tristes qué tienen que hacer para conseguir papeles mientras que otros hace años que viven en Barcelona y ya tienen pasaporte, pero el trabajo no llega. Uno de ellos tiene problemas mentales y de vez en cuando empieza a gritar e increpar a alguien, mientras agita un cartón de vino que lleva en la mano. Sus amigos lo controlan cuando se pasa.

"El alcohol es muy malo", dice el Michael, un nigeriano que prefiere la hierba. En otro rincón del parque hay también dos sintecho casi invisibles que secan la ropa que acaban de lavar eb la fuente del pipicán y más allá hay dos jóvenes europeos que juegan a baloncesto. También hay unos jóvenes al pump track, un espacio pensado para hacer acrobacias con bicis y patinetes, y un padre francés que enseña a patinar su hijo. Aprovechando el desnivel de la plaza, a la zona más alta, hay pequeños grupos de jóvenes magribins que van y vienen constantemente, moviéndose con aquella falsa seguridad de los chicos de su edad.

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En uno de los accesos del parque están Mar, Adri y Cristina, que hablan mientras los perros que llevan juegan en el césped y lo husmean todo. "Un día desenterró una jeringuilla", dice Adri de su perro. Cristina viene a menudo al parque. "Han puesto una pista para patines, genial; hay niños y niñas, sí, genial. Pero el problema es de fondo. Hay mucha pobreza. Y en algún lugar tiene que estar, ¿no?", dice.