Pobreza

Malvivir con dignidad en un asentamiento de Barcelona

La capital catalana tiene detectados 77 espacios y casi 300 personas viviendo en naves y descampados

BarcelonaPasan pocos minutos de las doce del mediodía. Parece un sitio inhóspito. Incluso agresivo. Asfalto. Vallas de alambre. Cemento. El sonido incesante de los coches que circulan por la Ronda Litoral acentúa la sensación de espacio hostil; es un mormoleo molesto que silencia el balanceo cercano de las olas del mar. Es uno de los 77 asentamientos –con 278 personas– que el Ayuntamiento de Barcelona tenía contabilizados a finales del 2023, el 60% entre los distritos de Sant Andreu y Sant Martí.

Jamaa intenta dotar de dignidad a su casa humilde y se apresura a ordenar la minúscula mesa exterior. Encima, hay una sartén desgastada, un par de vasos, cubiertos... Vive en una barraca construida alrededor de una tienda destartalada, aprovechando un sofá, plásticos, neumáticos y maderas para dar robustez a la precaria construcción. La suya es una de entre la docena de construcciones –mezcladas con tiendas de campaña– que hay enganchadas a la Ronda Litoral, junto a Diagonal Mar, en un descampado frente al mar. Con una sonrisa sincera, servicial y consciente de su papel de anfitrión, ofrece insistentemente una de sus tres sillas. Jamaa regala una figura de metal de una virgen al periodista y despierta a su amigo, Mohamed, porque el chico, de 23 años, habla mucho mejor el inglés que él.

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Un largo periplo europeo

Los dos amigos salieron de Marruecos en el 2022. En avión. Volaron a Turquía para dar el salto a Europa, pero tardaron casi un año en atravesar Bulgaria. La policía les impidió repetidamente. "Serbia, Bosnia, Eslovenia, Croacia...". Mientras Mohamed enumera a los países que dejaron atrás en su trayecto hasta Barcelona, ​​Jamaa muestra su gemelo. Un perro le arrancó la piel de un mordisco. Ambos amigos llegaron a estar diez días perdidos por el bosque buscando comida para sobrevivir. La mayor parte del viaje fue a pie. En Barcelona no encontraron la ciudad de los sueños que algunos amigos les vendieron. Inicialmente, vivieron en la zona de Sagrera y en verano se instalaron en el asentamiento de Diagonal Mar. Llevan medio año malviviendo aquí, con lo que pueden recoger gracias a la chatarra y aprovechando los centros comerciales y los recursos públicos –algunos alejados– para cargar el móvil, ducharse o proteger los documentos importantes. En la cabaña no lo guardan por miedo a que les roben.

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Cuando Mohamed habla de su madre, se emociona. "Confía en mí", asegura orgulloso, pero a la vez consciente de que, pese a estar empadronado en la ciudad, le queda mucho por obtener toda la documentación y, por ejemplo, trabajar como diseñador gráfico. Es la profesión que estudiaba en Marruecos, pero tuvo que abandonar para buscar un futuro mejor en Europa.

El asentamiento en el que viven Mohamed y Jamaa apareció hace un año. Esta misma semana se ha instalado un nuevo huésped, en una minúscula tienda de campaña que contrasta con los lujosos edificios del otro lado de la carretera. Los recién llegados se ubican a una distancia prudencial de sus vecinos. No son una comunidad. Cada uno hace la suya. "Tenemos poco contacto, solo si necesito un poco de sal, pero no estamos todo el día pidiéndonos cosas", relata Abdallah. Él fue el primero en levantar una chabola en este descampado, hace casi un año, justo al lado contrario que sus dos compatriotas. También es de Marruecos, y lleva una década residiendo en Barcelona. "Aquí no molestas, estamos lejos de los pisos, quiero estar tranquilo", argumenta.

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El miedo a ser expulsados

Para Abdallah, después de perder el trabajo, refugiarse en este terreno baldío de Sant Martí es la única salida para sobrevivir. Cuenta que las plantas que tiene en el exterior de su humilde hogar y la ropa tendida en la red hilo ferrata de la Ronda significan que vive allí alguien. Es una cuestión de seguridad, una de sus preocupaciones: "Intento dormir durante el día, porque por la noche debes estar atento por si vienen a robarte o viene un yonqui". La soledad, sin embargo, no es un problema. Aunque no tiene prácticamente interacción con los demás miembros del asentamiento, se refugia en el paseo marítimo cuando quiere establecer cierta vida social. Eso sí, no formar parte de una familia, no le exime de cierta responsabilidad: "La chica de aquella tienda hace días que no viene, está desaparecida. Pero ¿quién preguntará por ella?".

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Los asistentes sociales y la Guardia Urbana realizan visitas esporádicas al asentamiento –la última hace ya tiempo–. Les remarcaron que no hicieran fuego en el interior de las chabolas por un tema de seguridad, mientras Abdallah, por su parte, pidió si les podían instalar unos baños portátiles y darles acceso a agua. Sin embargo, de momento la petición no ha sido escuchada. Sònia Fuertes, comisionada de Acción Social del Ayuntamiento, asegura que estos baños, a veces, son una buena opción para dar respuesta a las necesidades de estas comunidades. La insalubridad y la seguridad son dos cuestiones fundamentales. La política de Barcelona, ​​si no hay problemas graves en estos dos ámbitos, es no echar a estas personas. "En algún sitio deben vivir", concluye Fuertes. En este sentido, cuando en el consistorio reciben quejas de vecinos sobre un asentamiento, deben "contrastar" si son "razonables" y, por tanto, hay que actuar, o el "rechazo" viene motivado por "prejuicios".

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Precisamente, éste es uno de los temores de Abdallah: que explicar su realidad pueda suponer que les acaben expulsando de lo que es su casa. Aquí, dice, no duelen a nadie, están alejados de todos. Además, el descampado en el que viven está bastante limpio. Mohamed y Jamaa guardan la basura en una caja alejada de su barraca. El perro de una mujer que se instaló hace poco vaga por el terreno ladrando a los desconocidos. Su tienda de campaña contrasta con la construcción que han realizado una pareja de jóvenes sudamericanos que no quieren saber nada de la prensa. A base de palés, maderas y plásticos han levantado una choza de más de 50 metros cuadrados. Tienen una gran cantidad de garrafas de agua y un cubo enorme donde él se lava. En el asentamiento se ve de todo: bicicletas, tendederos, carros de la compra...

"A veces son gente que está ahorrando para pagar los dos o tres meses de la habitación de alquiler que les piden", dice Fuentes. Los precios de la vivienda en Barcelona, ​​cada vez más altos, abocan a mucha gente a la calle. Sin embargo, las cifras de asentamientos se mantienen bastante estables. En 2021 el consistorio tenía 86 contabilizados, con 384 personas, y en 2022, 63 y 283 personas. Cuando son familias, y existen niños, la supervisión de los servicios sociales es obligatoria para garantizar la escolarización y el seguimiento de la salud de los menores. En cambio, cuando son adultos es voluntario y éstos a menudo rechazan el acompañamiento. Sin embargo, algunos sintecho, si se cambian de ubicación, lo notifican.

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El Patriarca Abraham

Desde el asentamiento del Mar Bella hay poco más de un kilómetro hasta la parroquia del Patriarca Abraham, junto al cementerio de Poblenou. En el trayecto de un lugar a otro se esconden tres o cuatro tiendas de campaña, solitarias, ocupando algunos rincones del Parque del Poblenou, buscando el cobijo de los muros de la Ronda.

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En la parroquia del Arzobispado de Barcelona, ​​como si fuera un tetris urbanístico, hay enclaustradas diferentes barracas que aprovechan las cavidades que la arquitectura moderna de la iglesia ofrece. Entre muro y muro, una choza; alguna incluso con una puerta de verdad. En este espacio, a ambos lados del templo, el Ayuntamiento tiene detectadas a cuatro personas, dos de ellas atendidas por los Servicios Sociales, desde marzo de 2023.

Uno de ellos es el Garip, un ciudadano argelino que va aterrizó en Barcelona en 1998. Vive con su compañera y un perro, después de que tuvieran que irse de un local de Gràcia donde estaban instalados. Arregla muebles y recoge chatarra. "Esta carretilla la hice yo", dice orgulloso mientras muestra su nuevo objetivo para reparar, un sofá roto, y resalta que tiene una placa solar que le permite cargar el móvil. La convivencia con los feligreses y sacerdotes es complicada. Su barraca y el tendido de muebles y utensilios que acumula por doquier flanquean la puerta de entrada del templo del Patriarca Abraham. "No nos dan ni el buen día", maldice: "Vivimos como neandertales".