Medio ambiente

Descontrol de conejos en los cultivos de Lleida

Los roedores arrasan cultivos y sistemas de riego y los labradores reclaman cacerías y el uso de biocidas

Albert González Farran
y Albert González Farran

TàrregaEl conejo salvaje está provocando estragos en Ponent. Si bien los datos de la Generalitat ya son alarmantes –el último censo oficial es de 93 ejemplares por kilómetro cuadrado en el plan de Lleida–, los agricultores hablan de cifras escalofriantes y aseguran que en sus fincas se superan los mil conejos por kilómetro cuadrado. En cualquier caso, hay una emergencia cinegética, porque se supera el umbral del medio centenar que indica la administración. De hecho, todo el mundo coincide en que la situación está descontrolada. Los roedores arrasan con todo tipo de cultivos, destrozan los sistemas de riego y agujerean el subsuelo. Pero el conflicto también recae en las soluciones. Administración, labradores e ingenieros no se ponen de acuerdo y esto ha movido al sector agrario a convocar espontáneamente las primeras tractoradas de protesta en la comarca de la Urgell.

La llamada Taula de Cogestió del Conill, formada por el Govern y los principales sindicatos y cooperativas, aprobó en marzo una partida de 30.000 euros para financiar medidas que según los labradores “son inútiles”. Las jaulas trampa, las vallas en las fincas y la agilización de los permisos de caza son algunas de las iniciativas, pero no son suficientemente eficaces. Otra reunión a finales de mayo sirvió para levantar vetos de caza en zonas protegidas y permitir las batidas diarias. Pero la plaga de conejos sigue desbordada. “He perdido más 60.000 euros en mis cultivos de pistacho”, asegura Ramon Boleda, propietario de Verdú (l'Urgell). “Estamos desesperados, porque los conejos se han comido todo el cereal y han convertido mis tierras en un colador”, denuncia Josep Maria Huguet, labrador de Sidamon (el Pla d'Urgell). “En tan solo tres años he tenido que arrancar 200 manzaneros mordisqueados por los conejos”, dice Josep Maria Armengol, de Bellmunt (la Noguera). Los tres coinciden en las soluciones: luz verde a la caza a discreción (sin autorizaciones previas) y el uso de biocidas (venenos) en los cultivos para la aniquilación de los roedores. Ninguna de las dos medidas las acepta de momento el Govern.

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"Hacemos todo lo que podemos para frenarlo”, asegura la directora general de Gestión del Medio, Anna Sanitjas, y anticipa que en la próxima reunión con el sector, el 15 de julio, “se debatirán más medidas”. Pero ninguno implica permitir barra libre a los cazadores. “Estamos concediendo autorizaciones en menos de 48 horas –advierte la directora–, pero se tiene que acatar la ley española de caza”. Paralelamente, niega que el debate sobre el uso masivo de biocidas, como el fosfuro de aluminio, esté sobre la mesa. “Es un producto tóxico”, sentencia. 

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Francesc Miarnau, ingeniero agrónomo de Torres de Segre y agente calificado para producir y aplicar biocidas en Lleida desde hace décadas, asegura que la prohibición del fosfuro en los cultivos “es una falacia”. La ley española permite aplicarlo cerca de las infraestructuras públicas (vías de tren, carreteras, canales...), “pero también en los campos de golf y en los almacenes de piensos”. “Si se manipula correctamente es imposible que pase a la cadena alimentaria”, añade Miarnau. Por eso él es partidario de formar a los labradores en la utilización de este producto.

Un origen misterioso

El origen de la plaga del conejo es un fenómeno en el que parecen intervenir varios factores, como la disminución de cazadores, la sequía y el despoblamiento rural. Pero hay labradores que aseguran que los conejos son ahora más ágiles, más resistentes a las enfermedades y más fértiles. “Este no es el conejo catalán”, manifiestan algunos, recriminando que en las últimas décadas se han introducido especies no autóctonas. La Generalitat niega que se haya hecho de manera oficial.

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El coordinador del Centro de Fauna de Vallcalent, el ingeniero forestal Joan Alàs, argumenta que la superpoblación del conejo se debe básicamente “a la falta de depredadores naturales”. “Hemos roto la cadena trópica”, dice Alàs, y cita a los zorros, las águilas y las rapaces como los principales ausentes. “Si los reintroducimos, tendremos gran parte de la solución”, concluye.