“No tengo pensión, ni ayudas, ni tengo nada. No sé dónde dormiré a partir de ahora”

Girona cierra el Palau de Fires, donde pasan la noche una cuarentena de personas sin hogar

GironaTiene 42 años y llegó hace 15 de la India. Durante todo este tiempo, Jasdeu siempre había hecho temporada trabajando en restaurantes de la Costa Brava, sobre todo en Lloret de Mar. Pero hace más de un año que, como consecuencia de la crisis del coronavirus, no encuentra trabajo. “No han venido turistas y no han abierto casi nada. En 7 o 8 meses me acabé los ahorros que tenía y tuve que dejar el piso. No me había encontrado nunca en una situación parecida”. Y es que, por primera vez en su vida, tuvo que dormir en la calle. “Una noche vinieron 12 chicos y me lo robaron todo: la manta, el móvil, la ropa… todo. Intenté luchar pero eran 12 y yo estaba solo”. Hasta que hace 4 meses empezó a pasar las noches en el Palau de Fires de Girona, donde el Ayuntamiento había habilitado un espacio para las personas sin techo. El recurso empezó con el inicio del plan de frío, pero también con el comienzo del confinamiento nocturno. Y, ahora, con la derogación del toque de queda, finaliza también este servicio: la noche del domingo al lunes ha sido la última que han podido pasar entre las cuatro paredes del recinto. “No tengo pensión, ni ayudas, ni tengo nada. No sé dónde dormiré a partir del lunes”, reconoce Jasdeu. 

Hasta la llegada del covid, el Palau de Fires básicamente solo se utilizaba, como su nombre indica, para ferias y congresos. Un pasado no tan lejano que todavía se puede apreciar a pesar de que haya cambiado su uso: las camas donde duermen las personas sin hogar están colocados en expositores de madera que ahora son como paredes que separan pequeñas casas, formadas por una litera doble o un colchón individual, e identificadas con un número. Algunas tienen ropa encima, otras las han decorado con grandes pañuelos, y en todas hay pistas de sus ocupantes: mochilas, zapatos o toallas. En total hay espacio para 60 personas, a pesar de que actualmente duermen una cuarentena, la gran mayoría hombres. 

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Uno de ellos es Mohamed, de 52 años, que tampoco tiene claro qué hará a partir de la semana próxima, cuando cierren el Palau Firal. “Tengo un coche pequeño y de momento me apañaré ahí”. A él le han ofrecido la ayuda de una asistenta de La Sopa, el centro de acogida de Girona, que lo asesorará para buscar trabajo y para saber dónde podrá ir a comer y a ducharse. “Pero me han dicho que no tienen espacio para dormir”. La misma respuesta que le han dado a Adbelkarim, que tiene casi la misma edad, 50 años; y a Oussmane, de 26. “Me han dicho que no hay plaza. Tendré que buscar dónde dormir, no sé donde iré”, dice Adbelkarim, y Oussmane coincide: “Me han dicho que puedo ir a ducharme y a comer a La Sopa, pero que no hay plaza para dormir”. 

En cambio, Moisés, de 41 años, y Hamsa, de 19, sí podrán vivir en el Centro de Acogida a partir del lunes. “Empezaré el plan de trabajo y podré estar ahí hasta que ahorre lo suficiente como para poder alquilar una habitación”, indica el primero. Y Hamsa señala que él empezará un curso dentro de un par de semanas, mientras también busca trabajo. “Estoy bastante mal, la verdad. Solo quiero trabajar pero no encuentro nada”. 

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Camas sobre los boxes de vacunación

Desde que a finales de octubre se puso en marcha el servicio, se estableció un horario para los usuarios: a las siete de la mañana se levantaban para desayunar y a las 8 tenían que marcharse. A las 13 h podían volver para comer, hasta las 16 h, y a las 20 h se reabría para que pudieran pasar la noche. 

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Durante unos meses, las personas sin techo fueron los únicos ocupantes del recinto, pero desde finales de abril conviven también con EPIs y jeringuillas. El Palau Firal es el punto de vacunación masivo de la ciudad, y ahora presenta una imagen inimaginable en la época precovid: en el piso superior hay expositores que sirven de habitaciones, y la planta baja está dividida por boxes con personal sanitario que vacuna a los centenares de personas que cada día se vacunan. Una opción que el departamento de Salud también ha ofrecido a las personas sin hogar que duermen en el recinto, como miembros de un colectivo vulnerable: a todos los que han querido se les ha inyectado la vacuna de Janssen, que es la única que solo requiere una sola dosis.

Y mientras Oussmane, Adbelkarim y Moisés lo han aceptado, Hamsa prefiere esperar que se acabe el Ramadán y Mohamed no tiene claro si se la quiere poner: su hermana que vive en Francia le ha dicho que hay médicos que la desaconsejan. Y es que, a pesar de que el virus ha hundido sus posibilidades de encontrar un trabajo que les permita volver a tener un techo, contagiarse no es la principal de sus preocupaciones. 

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De hecho, a pesar de que las entrevistas han sido individuales y por separado, los cuatro que no tienen lugar para dormir a partir del lunes han hecho las mismas preguntas al finalizar: “¿Tú me podrías ayudar? ¿O sabes de alguien que me pueda ayudar?”