Año Sabater Pi

Jordi Sabater Pi o el naturalista total

Este año se celebra el centenario del científico barcelonés, pionero mundial a la hora de estudiar gorilas y chimpancés, y reinterpretar la idea de cultura

Olvidamos a Copito de Nieve. Hay quien dice que puso Barcelona en el mapa del turismo mundial, pero para Jordi Sabater Pi, que en 1966 lo envió desde la entonces Guinea Española, no fue más que una anécdota, una casualidad feliz que a menudo le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado, estaba satisfecho de que el gorila blanco estuviera en el zoo de su ciudad, un objetivo por el cual rechazó un cheque en blanco de la Expo de Montreal 1967, pero, por el otro, tenía que lamentar a menudo que sus aportaciones científicas, capitales en los campos de la primatología, la etología y la evolución humana, y abundantes en otros muchos, quedaran eclipsadas por el famoso gorila albino. Centrémonos, pues, en la ciencia de Jordi Sabater Pi, que floreció en las selvas africanas.

Dibujar el mundo

Sabater llegó a África el día de San Juan de 1940 con diecisiete años. Como después de la Guerra Civil el panorama para una familia como la suya, que se ganaba la vida en el ámbito de la cultura catalana, era desolador, decidió probar suerte como capataz en una finca de cacao y café en Guinea. El poco tiempo que le quedaba entre jornadas maratonianas bajo una combinación de un sol que estrellaba las piedras, tormentas torrenciales y violentos enjambres de insectos lo dedicaba a explorar la selva. También estudiaba la lengua de los fangs, la etnia mayoritaria del país. Si tengo que vivir aquí y trabajar con ellos, me irá bien hablar su idioma, pensó. Esta actitud, que ahora parece tan razonable, era una rareza en una colonia de la España franquista, en la cual se consideraban a los nativos como poca cosa más que una fuente de fuerza sucia y mano de obra barata. Pero Sabater tenía otra manera de estar en el mundo: observaba su entorno con aquella curiosidad auténtica que lo convierte todo en conocimiento y, de rebote, en respeto.

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Por eso vio el contacto directo con los fangs como una oportunidad de conocer un universo cultural completamente diferente. Investigó las costumbres, las estructuras de los clanes y la toponimia. También fijó con dibujos los tatuajes que los más viejos llevaban en la cara y que, inexorablemente, se perdían con su muerte. En esta investigación, el dibujo le hizo mucho más servicio que la fotografía. El poco contraste entre los tatuajes, hechos con hollín que se introducía en la piel con astillas de bambú, y la piel oscura de los portadores hacía que no se apreciaran bien en las fotografías de la época. Sabater recogía así una herencia de los naturalistas de los siglos XVIII y XIX, como Alexander von Humboldt o el propio Charles Darwin, que consideraban el dibujo como una parte fundamental del proceso de construcción de conocimiento científico. Muchas veces se ha considerado la ilustración como un mero ornamento a la verdadera ciencia, un complemento sujeto al autor y carente de objetividad. Pero precisamente este es su valor: a diferencia de la fotografía, el dibujo permite capturar los matices seleccionados por la sensibilidad del autor y desestimar los detalles superfluos para concentrarse en la esencia del objeto observado. Se trata, pues, de un proceso intelectual que constituye un auténtico lenguaje para observar y conocer mejor el mundo. Cuando empezó a observar animales en la selva guineana, Sabater ya los dibujaba (lo hacía desde que era pequeño y observaba pájaros en los humedales del Empordà). Y no dejaría de hacerlo nunca. Encontraba absurdo que un naturalista no supiera dibujar. Era como querer estudiar física sin saber matemáticas, decía.

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La mirada del gorila

Su actividad naturalista empezó a adoptar un cariz más profesional en 1950, después de ver un anuncio en una revista de etnología en el que James P. Chapin, el conservador de pájaros del American Museum of Natural History de Nueva York, pedía si alguien había visto una especie muy particular de pájaro que forma parte de los llamados indicadores de la miel. Son pájaros que se alimentan de cera. Cuando detectan una colmena de abejas emprenden un vuelo acrobático que llama mucho la atención y, a continuación, se lanzan en picado, de forma que seguirlos es una manera inequívoca de encontrar miel. Sabater se puso en contacto con Chapin y, desde aquel momento, mantuvieron una profusa relación epistolar que se alargaría hasta 1964, cuando murió. Además de investigar y estudiar el indicador de miel cola de lira, que era la especie que interesaba a la ornitólogo norteamericano y que Sabater tardó doce años en localizar, en aquellas cartas que Chapin decoraba con minuciosas ilustraciones de pájaros hablaron de la posibilidad de estudiar los gorilas de costa. No los había estudiado nunca nadie. Sabater, sin embargo, no sabía cómo hacerlo. No era un académico. Chapin se lo resolvió enviándole toda la bibliografía existente sobre el tema y poniéndolo en contacto con los máximos expertos mundiales en primatología.

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Equipado con esta mochila intelectual y una mochila física donde llevaba una cámara fotográfica, una libreta y una lata de leche condensada que tomaba mezclada con Coca-Cola para no desfallecer, el 4 de mayo de 1956 se adentró a la jungla guineana con Lluís de Lassaletta, un comerciante de animales con quien mantenía una relación de amistad que más adelante se complicó. Lo que vio en aquella incursión lo recordaría toda la vida. De una mata de cardamomo que se movía emergió una forma negra y compacta que se concretó en un majestuoso gorila de hombros plateados. Cuando el animal, un macho que medía 1,75 metros y pesaba 180 kilos, empezó a andar apoyando los nudillos de las manos en la hierba, Sabater se fijó sobre todo en su mirada. El fotógrafo sudafricano Steve Bloom dice que, si miras a un gorila a los ojos, cambiarás para siempre. Algo parecido le pasó a Sabater, que enseguida vio en la mirada de aquel gorila una cierta vivencia del mundo transformada en unas emociones con las que un humano se podía identificar perfectamente.

A este encuentro le siguieron más observaciones a partir de las cuales Sabater, conjuntamente con Lassaletta, publicó en 1958 y 1960 dos artículos científicos que tuvieron un gran eco internacional. En los casi treinta años que vivió en África, además del pájaro indicador de la miel cola de lira, Sabater describió por primera vez la metamorfosis de la rana goliat, la más grande del mundo (puede llegar a los cuatro kilos), y descubrió los hábitos de muchas especies de primate, pero los animales que más estudió fueron los gorilas y los chimpancés. Su amplia curiosidad, destreza investigadora y habilidad gráfica lo convirtieron, pues, en lo que se podría decir un naturalista total. Poco después de que lo hiciera Jane Goodall, descubrió que los chimpancés fabricaban herramientas. Pero todavía dio un paso más allá al darse cuenta de que el proceso de manufactura y utilización se transmitía de manera cultural entre las poblaciones de estos simios. También estudió los nidos que gorilas y chimpancés hacen cada noche para dormir y que se pueden considerar como una especie de precursores de los primeros asentamientos urbanos que construían los antepasados de los humanos modernos. De hecho, el biólogo Edward O. Wilson, que murió en 2021 y que está considerado uno de los científicos más influyentes del siglo XX, decía que había pocos estudios de campo sobre el comportamiento con tanta relevancia en la comprensión de la evolución humana como los de Sabater.

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Hoy en día, cuando se habla de gorilas, el primer nombre que viene a la cabeza es el de Dian Fossey, que llegó a África en 1966 y se hizo famosa en 1988 a raíz de la película Gorilas en la niebla. Si se tiene algo más de conocimiento sobre el estudio científico de estos simios, quizás se piensa en el biólogo George Schaller, que en 1959 viajó a los volcanes Virunga para estudiar a los gorilas de montaña durante dos años. Schaller, de quien Fossey heredó algunas técnicas de aproximación a los gorilas, publicó en 1963 una obra científica de referencia sobre estos simios y en 1964 publicó un libro divulgativo (The year of the gorilla) que ganó el National Book Award de Estados Unidos y que fue el que animó a Fossey a estudiar los gorilas. A los ojos del mundo, Schaller es el pionero en el estudio de estos animales. Lo que el mundo no sabe tanto, sin embargo, es que en sus obras el propio Schaller citaba a Sabater como quien mejor había estudiado a los gorilas hasta entonces. Como lo había hecho antes que él, se puede considerar a Sabater como el legítimo pionero en el estudio de los gorilas.

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El tridente Goodall, Fossey, Sabater

A finales de 1957, Sabater dejó el trabajo en la plantación para incorporarse al Jardín de Aclimatación de Bindung, que posteriormente se denominaría Centro de Adaptación y Experimentación Zoológica de Ikunde, un centro del Ayuntamiento de Barcelona concebido para conseguir animales para el zoo, plantas y entonces para el Jardín Botánico y objetos para el Museo Etnológico. A pesar de que Sabater denunció a menudo la falta de recursos (en algunos casos tenía que avanzar el dinero de su bolsillo para adquirir animales, tal como pasó con Copito de Nieve), a lo largo de los años consiguió enviar todo tipo de animales en Barcelona. A pesar de que la sensibilidad de la época era muy diferente de la actual, aquel trabajo le producía un malestar moral, porque se daba cuenta que contribuía a malograr los ecosistemas africanos. Además de conseguir animales, sin embargo, y aunque nadie se lo hubiera pedido, hacía investigación. Y mucha. Siempre defendió que el centro de Ikunde se tenía que dedicar principalmente a la ciencia y no a la captura. Y él se consagró en cuerpo y alma, lo que a veces producía cierta tensión con la entonces director del zoo, Antoni Jonch.

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A mediados de los 60, a pesar de no tener ningún título universitario, Sabater era conocido internacionalmente como uno de los mayores expertos en grandes simios. Después de superar alguna reticencia por su falta de titulación, en 1966 el Delta Regional Primate Research Center de la Universidad Tulane de Nueva Orleans, referencia internacional en primatología, lo contrató como director de investigación de campo del programa de estudio de primates en África Occidental. Además, la National Geographic Society contribuyó a la financiación del proyecto con la idea de impulsar un programa de investigación ideado por el paleoantropólogo Louis Leakey, que tenía el objetivo de estudiar a los grandes simios para descifrar el proceso de hominización que siguieron los australopitecos, y homínidos anteriores, hasta los humanos modernos. El programa contaba con tres partes: el estudio de los chimpancés en Tanzania, conducido por Jane Goodall; el estudio de los gorilas de montaña en los volcanes Virunga, a cargo de Dian Fossey, y el estudio de los gorilas de costa en Guinea, que dirigía Sabater.

El febrero de 1969, la situación política en Guinea se complicó tanto que Sabater volvió a Barcelona. Trabajaría en el zoo. A pesar de haber publicado en las revistas científicas más prestigiosas del mundo, Nature incluida, notaba que mucha gente lo menospreciaba por no tener título, así que inició su carrera académica. Se licenció en la Universitat de Barcelona en 1976, desde donde introdujo la disciplina de la etología en España, y empezó a dar clases aquel mismo año. Se doctoró en 1981. En 1987 fue nombrado catedrático. Quizás por esta carrera académica tardía, no llegó a recibir nunca el reconocimiento que merecía. Ahora que se celebra su centenario, habría que reconocer el valor de su investigación con la dimensión internacional y pionera que tuvo, y, como mínimo, conseguir que siempre que escuchemos los nombres de Dian Fossey o Jane Goodall no podamos evitar asociar el de Jordi Sabater Pi.