La castañera vs. Halloween: una batalla desigual
La terrorista 1 pregunta si por Halloween podemos hacer el “truco o trato”, como si en lugar de en Barcelona viviéramos en Wisconsin
BarcelonaSí, lo confieso, soy una persona miedosa. Pero miedosa nivel que cuando ya tengo los terroristas tirones en la cama con la luz apagada y me preguntan “Mamá, ¿qué es esa sombra?” justo antes de dormir, me hago la fuerte y con tono sereno contesto “...Será un reflejo de un playmobil...” mientras mis glándulas sudoríparas vuelven a tener nueve años y se ponen en marcha visualizando a la niña de la curva que viene a decirme que un día murió en el recibidor. O peor, el espíritu de algún antepasado del edificio que ha quedado sepultado bajo la montaña de ropa para lavar y clama venganza.
Por este motivo, cuando la terrorista 1 el otro día salió de la escuela preguntándome si por Halloween podríamos hacer el “truco o trato”, como si en lugar de en Barcelona viviéramos en Wisconsin, me visualicé siendo asesinada con la mirada por los vecinos a los que despertamos cada día a las ocho de la mañana cuando bajan por las escaleras gritando como si les estuvieran robando el hígado, y saqué la artillería pesada para explicarles que en casa somos más de la castañera . “¿La abuela del pañuelo? ¿Todavía está viva?”, preguntó la primogénita con el tacto que la caracteriza. La segunda añadió: “Pero tiene carmelz?” Así que de camino a casa les hice un speech sobre la importancia de la castañera, que no tiene caramelos sino castañas quemadas que se te enganchan a los empastes dentales y boniatos, que son como una calabaza pero en pequeño y escueta. Viendo que mis argumentos hacían aguas mientras avanzaba la conversación y que aquello no lo remontaba ni disfrazando a Sebastián Yatra con una falda y un pañuelo en la cabeza, decidí pasar por el súper para comprar ingredientes y dejar que al llegar a casa esnifaran coco rallado y se metieran piñones en los orificios nasales, para hacer unos panellets y regalarlos a la profesora. Pray for her.
Chantaje emocional
Y así pasamos la tarde, mientras yo les hablaba de lo amable que era la castañera, que aunque ya estaba jubilada y podría ir a Marbella con el Imserso cada otoño prefería quedarse aquí para vender castañas “el tiempo que le queda de vida, con una chaqueta que le va pequeña”. Un marketing que se acercaba al chantaje emocional para evitar picar puertas por el barrio como si fueran Testimonios de Jehová con enanismo y las pupilas dilatadas por el azúcar, pidiendo caramelos a casa de un asesino en serie que nos descuartizara con una sierra mecánica o , peor aún, de un trabajador en activo de los servicios sociales.
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