Se dispara el uso de relojes GPS para niños como alternativa al móvil
Los padres son los que tienen el control del dispositivo, que también permite realizar llamadas
BarcelonaBarcelona, Sant Cugat y la demarcación de Girona son las zonas donde viven Neus, Xavi, Ruth y Oriol. A pesar de los kilómetros que los separan, tienen en común que sus hijos, que están entrando en la adolescencia, llevan en la muñeca un reloj que permite geolocalizarlos y que puedan realizar o recibir llamadas de las personas que las familias hayan autorizado previamente . Pero no sólo ellos han optado por este dispositivo: en los cuatro casos, la mayoría de compañeros de clase de sus hijos o amigos también lo traen.
Los padres controlan el reloj, en la mayoría de modelos, a través de una aplicación que se instalan en su móvil. “Cada vez que mi hijo llama, me llega un mensaje que me dice con quien ha hablado y el rato que lo ha hecho. Además también tengo la opción de bloquear todas estas funciones, en nuestro caso, por ejemplo, las tiene desactivadas durante el horario escolar”, explica Xavi, padre de un niño que estudia primero de ESO.
Aunque Amazon nunca da datos sobre números de ventas de productos, el éxito de estos relojes es evidente. Basta con ir a la pestaña de los relojes inteligentes para comprobar que entre los 100 más vendidos hay siete que tienen estas características. Uno de los tres que tiene más éxito, y que cuesta 47,99 euros, detalla que el niño puede añadir, con el visto bueno de las familias hasta quince contactos para chatear en cualquier momento. Además, en caso de emergencia, si se pulsa el botón de SOS durante unos segundos llamará a los tres números escogidos por estos casos hasta que alguien conteste y, al mismo tiempo, los padres podrán verificar en todo momento la ubicación de sus hijos y, si sale de lo que se haya limitado como “zona segura”, se les notificará de forma inmediata.
“Teníamos claro que no tendría móvil a los 12 años. Esto sumado al movimiento que ha habido en el último año para retrasar la compra del primer dispositivo hasta los dieciséis años y al que se ha adherido el centro escolar donde estudia mi hijo, nos ha reafirmado nuestra decisión”, explica Xavi . Tanto él, como Ruth, Neus y Oriol reconocen que uno de los principales motivos para comprar estos dispositivos es por su propia tranquilidad. Todos tienen hijos o hijas de entre diez y doce años que recientemente han empezado a ir a la escuela oa extraescolares solos, algunos de ellos tienen recorridos de hasta una hora en transporte público. “Soy superpatidora, lo compramos sobre todo por mí y también porque si a mi hija, que ahora ha empezado la ESO, le pasa algo, pueda llamarme. Por ejemplo, el otro día cogió los ferrocarriles en dirección contraria y me llamó para que le dijera dónde estaba y cómo podía volver”, explica Ruth, madre de una niña de doce años. En ningún momento se plateó adquirir un móvil sin internet. “Aunque no sea uno smartphone, tengo la sensación de que si das este paso abres la puerta a que te pida un móvil con más funciones”, explica.
La hija de Neus y el hijo de Oriol todavía hacen primaria, pero han empezado a ir a extraescolares solos. “Quisimos darle una herramienta que le permitiera mantenerse en contacto con nosotros en caso de que se encuentre con alguna situación inesperada o necesite consultarnos algo, sin exponerlo a los riesgos asociados a un teléfono móvil completo, como el acceso a redes sociales”, explica Neus, madre de una niña que estudia sexto. "Además de darnos tranquilidad como padres, le permite gestionar situaciones nuevas que quizás no sabría resolver", añade.
Sylvie Pérez, psicóloga y profesora colaboradora de los estudios de psicología y ciencias de la educación de la UOC, cree que este tipo de dispositivos están pensados básicamente para minimizar los miedos de las familias. “Ponerle un GPS me parece una falta de confianza hacia el menor, lo que hace falta es darle los recursos necesarios para moverse en la sociedad en la que vivimos para que acabe siendo autónomo. Las familias debemos hacer un esfuerzo y asumir que se están haciendo mayores y dotarlos poco a poco de autonomía y, en este sentido, qué da más autonomía que las idas y vueltas a la escuela sólo explicándoles previamente ¿dónde pueden ir oa quiénes pueden pedir ayuda si les pasa algo, sea en una escuela o en una tienda?”, pregunta.
Las dudas del GPS
Precisamente, la función de tener geolocalizado al menor generó un debate en casa de Oriol, padre de un niño de diez años. "Personalmente lo considero una mala función y no lo activo nunca porque creo que no debemos saber a cada minuto dónde están nuestros hijos, lo que me gusta es que me pueda llamar si le pasa algo", argumenta. Oriol optó por el reloj porque es más difícil de perder que un móvil sin internet. "Un teléfono, además, es la entrada a las pantallas y abre ventanas para tener juegos y otras basuras". De hecho, su hijo le ha integrado como una herramienta que sólo puede realizar llamadas y que se pone los días que debe ir solo por la ciudad. “La idea es que le dure mucho tiempo y que haga de muro de contención en la entrada del teléfono y las redes sociales. Nuestro objetivo es aguantar hasta los dieciséis años, ya veremos si lo conseguimos”, apunta.
La psicóloga insiste en la importancia de empezar a darles autonomía en los últimos cursos de primaria. “Sorprende que muchos padres no firmen las hojas de autorización para que en 4º, 5º o 6º salgan solos de la escuela, esto hace que cuando lleguen a la ESO, los menores se encuentren con cambios de horarios y tengan que pasar de blanco a negro, lo que es comprensible que genere miedo a las familias”, apunta. Además, también recuerda que el camino hacia el móvil durante la adolescencia es “inevitable” y que, de optar por dispositivos como el reloj o un teléfono sin internet, lo más aconsejable es plantearle al menor que es una herramienta para que las familias estén tranquilas: "Se le puede explicar que, como vemos que el salto de primaria a la ESO es importante y los padres temen que pueda pasar algo cuando van solos, se le da el dispositivo" , apunta. “Los hijos deben comprender nuestros miedos, pero debemos tratar de no trasladarlos a ellos”, concluye.