Tecnolología

Jordi Bernabeu Farrús: "Si con doce años quiere tener Instagram mejor que sea desde el móvil del padre o la madre"

Psicólogo especialista en adicciones y coautor del libro 'Viure entre pantallas'

Barcelona¿Cómo aprender a vivir en un mundo entre pantallas? ¿Es posible conseguir que los niños y adolescentes puedan hacer un uso saludable? De todas estas cuestiones habla el nuevo libro Vivir entre pantallas. Entender y acompañar a los jóvenes en el mundo digital (Rosa dels Vents, 2024), escrito por los psicólogos expertos en jóvenes y adicciones Josep Matalí y Jordi Bernabeu. Es con este último que me encuentro para sacar un poco de luz a esta cuestión que maneja de cabeza a padres y maestros.

¿Qué debo hacer si mi hijo de diez años me pide ya un móvil?

— Hay que tener claras dos cosas: una es disponer de un dispositivo y la otra es disponer del acceso y la autonomía dentro del entorno digital. A mí me gusta la aproximación sucesiva, primero ofreciendo un uso supervisado y progresivo. Algunas cosas a los doce años no son necesarias, pero si con doce años quiere tener Instagram, y las tiene, que sea supervisado, por ejemplo, desde el móvil del padre o la madre. Se trata de ir garantizando la autonomía poco a poco y no pasar de cero a cien. Se trata de ir garantizando la autonomía poco a poco y no pasar de cero a cien.

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En el libro defiende que ni todos los usos de las pantallas son problemáticos, ni todos los problemas tienen que ver con sus usos. ¿A qué se refiere?

— Cualquier problema asociado al entorno digital suele estar ligado a otros problemas de base. Se suele utilizar la palabra adicción de una forma muy frívola, pero no deja de ser un trastorno muy importante en la vida de una persona que le afecta a ella ya todo su entorno. Nosotros hablamos sobre todo del sobreuso de las pantallas y de qué impacto puede tener en nuestras vidas.

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¿Debería regularse el número de horas que pasan los jóvenes ante la pantalla?

— Esto es muy relativo. Un joven puede estar siete horas conectado, pero no es lo mismo si está escuchando a Spotify, jugando o haciendo los deberes. Tampoco es lo mismo si su entorno familiar y social está lleno o si es un entorno en el que no hay apoyo o con un ambiente desfavorable. Hay jóvenes que están muchas horas conectados, pero en la vida offline funcionan, tienen amigos y unos resultados académicos razonables.

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¿Dónde está el límite, pues?

— Es en el momento en el que se rompe la complementariedad entre la vida presencial y la vida online. Cuando el joven se aísla, deja de tener contacto con el mundo real y su comportamiento se sale de todo lo que sería lógico y razonable a su edad, cómo recluirse en la habitación y dejar de ir a la escuela, entonces sí que hay un problema. Ahora bien, esto es un proceso que no pasa de un día para otro. Es necesario que los adultos observen sus cambios de comportamiento y de estado de ánimo mucho antes.

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Supongo que el hecho de que estén pasando la adolescencia tampoco ayuda.

— Sí, y también hay que tener en cuenta que hay personas que tienen una base afectiva más triste y que les cuesta hacer relaciones sociales. Son personas que se sienten solas o tienen alguna vulnerabilidad psiquiátrica de base que hace que, cuando descubren el entorno digital, les sirva como compensador de todas estas carencias. La vulnerabilidad tiene que ver con estos chavales que, al igual que podría ocurrir con el alcohol, muestran una necesidad más intensa para estas plataformas. En el otro extremo están quienes tienen una vida offline llena, pero que cuando entran en el mundo digital, no saben poner el freno de mano y tienen problemas de autocontrol.

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¿Cómo dar un buen ejemplo a los adultos?

— Antes de responder, me atrevería a preguntar si los adultos hemos definido realmente cuál es el problema que queremos prevenir. ¿Qué nos preocupa de su uso? ¿Hemos sabido transmitir un buen mensaje a los chavales? Debemos asumir nuestras propias incoherencias, porque nosotros tampoco estamos haciendo un buen uso de las redes sociales. Al final, no se trata de qué uso hacemos del entorno digital, sino de cuál es nuestro funcionamiento en la vida.

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¿Alguna idea?

— Hay estudios que demuestran que no se trata tanto de hacer cosas como un día en casa sin móviles, sino potenciar aspectos como la sobremesa familiar, el ritual de cenar juntos y hacerles sentir parte de una historia familiar. Todo esto son factores protectores que dan sentimiento de pertenencia, de resiliencia y con un proyecto de vida. Si los hijos se sienten acompañados y con una estructura detrás, después sabrán hacer un buen uso del entorno digital.

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¿Podemos aspirar a que sepan realizar una desconexión digital?

— ¿Somos capaces de definir lo que es una desconexión digital? Creemos que significa desconectar el móvil, pero quizá sea el hecho de aprender que estar conectado no significa estar siempre disponible, o de realizar acciones sin la necesidad de obtener reconocimiento y de ser visto. Desconectar, en cierto modo, implica que la realidad es siempre la presencialidad.

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