Así hace de padre

José María Toro: "Un maestro debe evitar el error de querer ocupar el puesto del padre"

Maestro de primaria, conferenciante, formador de docentes y padre no biológico de Óscar, de 37 años, y abuelo de Naia e Índigo, de 7 y 3 años. Publica 'Por qué gusto que seas el maestro de mi hijo. Ser y Presencia de los educadores con Co-razón (Desclée De Brouwer), una reflexión sobre su experiencia como maestro. De su libro anterior, 'Educar con Co-razón', se han realizado ya 21 ediciones.

BarcelonaUn maestro debe evitar cometer el error de querer ocupar el puesto del padre. Un padre adoptivo puede ejercer más o menos influencia, pero padre sólo hay uno. hijo de mi pareja. Y durante los años de docencia siempre consideré que debía honrar al padre y la madre de cada alumno, independientemente de sus limitaciones, incluso de errores o irresponsabilidades que pudieran cometer, por grandes que fueran.

Maestro y padre adoptivo de un mismo niño.

— Se puede decir que enamoré antes al hijo que a mi madre.

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Explícamelo.

— Las cosas fueron así. María y yo trabajábamos en la misma escuela, pero ella llevaba a su hijo a otra escuela. Un día que en la otra escuela hacía fiesta, me preguntó si el hijo podía estar en mi clase y le dije que sí. Durante la hora del patio, ella vino a encontrarme: "¿Sabes qué me ha dicho mi hijo? Que quiere estar en este colegio y con este maestro". Así que desde segundo hasta sexto de primaria hice de maestro del niño y me convertí también en la nueva pareja de su madre.

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Debió de ser un momento delicado.

— Sí, pero cuando la relación se concretó, logré seguir manteniendo buena relación con mi padre. De hecho, en aquella época compartíamos muchos momentos los cuatro: el niño, su madre, su padre y yo. A la gente le sorprendía esa relación. A veces estábamos comiendo los tres adultos y el niño se acercaba y besaba a mi padre ya mí me abrazaba. Esto me enseñó que los hijos tienen una capacidad sorprendente de asimilar las cosas y de adaptarse a nuevas situaciones, siempre que los adultos que les rodean tengan cierta estabilidad y se comporten con orden y coherencia.

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Y el niño, ¿cómo lo vivió?

— Yo era consciente de que vivía una mezcla de emociones, a veces contradictorias. Claro que me apreciaba, pero al mismo tiempo yo no dejaba de estar ocupando el lugar de su padre. Una vez quise decirle expresamente que era consciente de que él sentía cosas opuestas y le dije que yo lo comprendía, que él no debía sentirse culpable, que era normal. Legitimé aquella contradicción. Mi condición de maestro me ayudó a tener siempre con el chico una actitud extremadamente respetuosa. El respeto implica claridad por ver las cosas, por reconocer y aceptar los espacios de cada uno. La paternidad también afectó a mi trabajo de docente.

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¿Cómo?

— Me hizo ganar prudencia, delicadeza, pulcritud y diligencia. Me enseñó a ser más cuidadoso e impregnó todo lo que hacía de un amor incondicional.

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¿Y qué ocurre cuando las cosas se tuercen? Al cabo de los años, ¿cuáles han sido los recursos más afectivos?

— En el libro explico que es necesario educar sin prisa porque el objetivo no es llegar antes sino más adentro. Por tanto, cuando un padre o una madre se da cuenta de que su propio estado de ánimo no es el mejor para encarar una situación, cuando siente que se ha roto la conexión con el hijo, debe detenerse durante unos instantes .

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Detenerse para hacer qué?

— Para dar la vuelta a la conciencia hacia el propio mundo interior. Detenerse para repararse. Hay que volver a nuestro centro, reconstruir el nuestro modus presencia, nuestra postura corporal, nuestra actitud, nuestras emociones.

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A veces es necesario desencallar las situaciones de forma más rápida.

— Otro recurso es el humor. En cualquier ámbito, la risa facilita mucho la comunicación y las relaciones personales. El humor es una especie de sexto sentido, una forma intuitiva de percibir y vivir las cosas. El humor nos predispone a incorporar una nueva mirada sobre las cosas y nos permite entender lo que nos rodea de forma más abierta, nos permite descubrir cosas insólitas, nos permite ir más allá de lo obvio.

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Acabamos con un tercer recurso.

— El contacto desde la ternura. Hoy existe una cierta prevención hacia el contacto físico con un niño. Hay miedo. Pero educar sin tocar es casi imposible. La ternura es el puente que conecta el corazón del adulto con el alma del niño. Nuestras manos son una extensión del corazón. Por eso hoy, siendo abuelo, procuro que mis manos y mi mirada de ternura sea la forma en que hablo a mis nietos.