Existe la opción de solicitar el nuevo permiso de 8 semanas para el cuidado de los hijos o menores acogidos por más de un año. Está pensado para favorecer la conciliación durante los períodos sin escuela, aunque puede solicitarse en cualquier momento del año siempre que el niño no tenga los ocho años. Sin embargo, de momento es un permiso sin remunerar. Es un permiso por hijo y el trabajador se puede distribuir estas semanas de la forma que necesite.
Once semanas sin escuela: ¿Cómo lo hacemos?
La conciliación familiar se complica en verano, con el paro escolar, sobre todo para aquellas familias que no pueden permitirse hacer vacaciones durante los meses de julio y agosto
BarcelonaEs madre soltera y trabaja en la recepción de un hotel de Lloret de Mar. El verano es el mes más fuerte de trabajo y no puede realizar vacaciones. Ni ahora, que su hijo tiene once años, ni desde que se le acabó el permiso de maternidad cuando Pol tenía cuatro meses. Por tanto, ni ella ni su hijo saben qué es ir de viaje en verano, hacer una escapada a la montaña o desconectar cuatro días a la playa. Meritxell (nombre ficticio porque prefiere mantener el anonimato), sin embargo, capea como puede estas once semanas sin escuela y, sin embargo, se considera afortunada porque tiene red, familia y amigos que le han ayudado a salir adelante; no sólo los veranos sino todo el año. La monoparentalidad le ha obligado a espabilarse para poder cuidar de su hijo, cumplir los turnos y horarios en el trabajo y procurar que el niño esté lo mejor posible. El verano es un reto más. "Tenemos suerte de que vivimos en un lugar de playa y siempre hay alguien que puede llevarse a Pol", explica con resignación.
No tiene los abuelos disponibles para hacerse cargo, porque ya son mayores, y ha tenido que buscar canguros. Meritxell recuerda que cuando Pol aún era un bebé le volvía la cara al volver de hacer la jornada laboral. Durante unos años, y también durante el curso, una amiga se cuidaba de ello todo el día. Ahora tiene otro trabajo y Meritxell se lo combina con otras madres de la escuela que le echan una mano para ahorrarse, entre otros, el comedor escolar. Los veranos siempre los ha sufrido. Cuando su hijo era más pequeño, le dejaba con la amiga todo el día, pero ahora tiene que apuntarlo al casal, que debe ser el de la escuela porque, si no, la logística se le complica con los sus horarios. "Cuando hago turno de tarde llego a medianoche", se lamenta.
El coste de no tener vacaciones en verano
Pocas familias pueden estar todo el verano sin canguros, ni colonias, ni casales. La mayor parte de los padres y madres que trabajan tienen, a lo sumo, cuatro semanas de vacaciones y las escuelas hacen once. Es una situación difícil de casar con dos progenitores trabajadores y con trabajos convencionales, pero la tarea se complica todavía más en las familias monoparentales y en las familias que, por el motivo que sea, no pueden hacer vacaciones en verano. Dedicarse al sector turístico, como Meritxell, es un ejemplo, como lo es el caso del padre de Vega, que es guía turístico en Barcelona. Es autónomo y no puede realizar vacaciones ni en julio ni en agosto, que es cuando hay un pico de trabajo. La madre, Alejandra, también es autónoma y tampoco tiene vacaciones pagadas. Si lo hace, es "a costa de no cobrar" explica ella. Reconoce que antes de tener Vega, que ahora tiene cinco años, trabajaban en verano y se marchaban de viaje fuera de temporada y estaban muy acostumbrados porque llevaban años llevando ese ritmo. Pero con la escuela –ya partir del próximo año con la niña en primaria– este plan se complica y deben organizarse el verano en función del paro escolar.
Viven en Barcelona, pero Alejandra se trasladará a Tarragona a casa de la abuela una parte del verano. Se instalará, y mientras ella trabaja, su madre estará con Vega. Cuando se pliegue, podrá estar por la niña y acabar de pasar el día de una manera un poco diferente. El padre concentrará sus jornadas en tres o cuatro días y, así, podrá pasar más tiempo con su familia. Él es de Extremadura y no tiene red en Cataluña. Pese a este montaje, en julio tendrán que apuntar la Vega cuatro semanas en el casal.
Cuatro semanas de casal pueden representar fácilmente entre 400 y 600 euros por niño. Según un estudio de Aliança Educació 360 de 2022, el precio medio por semana es de 77 euros para los centros y de 354 euros para las colonias. La oferta y la diversidad de casales es cada vez mayor y los niños y niñas de todas las edades pueden pasar el verano realizando actividades tan diferentes como vela, patinaje, escalada, música, fútbol, manualidades, teatro musical o robótica. El coste depende de muchos aspectos, pero difícilmente una semana de casal cuesta menos de 130 euros. Los más económicos son sin comedor, lo que quiere decir que a la una de la tarde ya están fuera.
Por tanto, las familias que necesitan casales muchas semanas en verano deben mirarlo muy bien. Es lo que han hecho los padres de Nil (también nombre ficticio). El año pasado se acababan de trasladar de municipio y pagaron "la novatada", explica la madre, con 1.000 euros de casal por un mes. "Con estos importes casi vale la pena pedirse un permiso sin remunerar", dice Raquel.
¿Cuánto cuesta ir al revés del mundo?
Por eso, este verano lo han estudiado mejor y Nil hará fútbol cuatro semanas por 600 euros. Su padre no va a hacer vacaciones en todo el verano porque tiene un negocio vinculado al mundo de la restauración, claramente estacionalizado, y de junio a septiembre no tiene ni un solo día libre. Ni los fines de semana. Ella sólo entrega tres semanas porque también se guarda días para irse los tres de vacaciones en invierno y, por tanto, estas cuatro semanas de casal no bastan. El croquis estival es mucho más complicado: la primera semana de vacaciones –la de San Juan– en Nil se marcha fuera de la ciudad con unas tías y así pasa unos días con los primos. Los enlazará con el fútbol hasta los tres últimos días de julio, cuando la abuela saldrá al rescate. En agosto Nil tiene plaza en un casal de mañana del ayuntamiento, algo más económico, y combinará la actividad con estar con Raquel e ir a la piscina municipal. "El error del año pasado fue priorizar la piscina, que encarece mucho el casal", explica la madre, "y este año hemos optado por hacernos socios de una piscina durante el verano y disfrutar de ellas tardes".
La semana de septiembre, de momento, no está cerrada, pero Raquel no cree que haya problema para poder ir al casal de la escuela, que alarga su estancia hasta las seis de la tarde y así los cubre hasta que ella pliega del trabajo. Para Raquel, el verano es "un trámite" que debe pasarse y tiene la sensación de que va "a contracorriente" de todos. "Descansar sólo tres semanas de las once es un dolor de cabeza y un dolor para el bolsillo", concluye.
Más diversidad, más oferta
El sector del ocio educativo ha ido creciendo y cada vez existe una oferta más amplia en verano que se ha ido adaptando a las necesidades de las familias. No es raro ver colonias en agosto pero tampoco casales. La ciudad de Barcelona es un ejemplo de esa extensión. El programa Te verano mucho se puso en marcha en 2016 con poco más de 200 entidades colaboradoras. El pasado año ya tuvieron 562 y ofreció más de 1.000 actividades para niños y niñas de la ciudad. Ha sido una apuesta del consistorio porque, tal y como explica el comisionado de políticas de infancia, adolescencia y LGTBI, Javier Rodríguez, "las familias tienen cada vez menos tiempo para dedicar en verano". Además, muchas familias carecen de redes familiares o de ancianos que puedan apoyar y acompañar durante los meses de julio y agosto, por lo que la demanda no ha parado de aumentar. En verano se ofrecen 183.000 plazas únicas y un 16% ya están en agosto, sobre todo en la primera semana, pero hay hasta 200 actividades más allá de estos días.
Un verano diferente
Los padres de Nilo no pueden plantearse que no haga casales por logística familiar, pero también ven que el niño les pide realizar actividades con otros niños porque solo en casa se aburre. Vega aún es pequeña, pero Pol hace ya tiempo que ve que sus veranos no son como los de muchos niños y niñas que salen de la rutina y visitan lugares nuevos. Meritxell lo sufre porque se imagina que con la vuelta a la escuela se explicarán qué han hecho y dónde han ido, y Pol no podrá compartir ninguna aventura. Esto también le ocurre en Navidad y en Semana Santa. Ella reconoce que va al día a día ya veces ni se da cuenta pero le sabe mal porque el niño se ha acostumbrado a pasar el verano sin su madre. De hecho, algún verano su amiga se la ha llevado al pueblo y, en una ocasión, pudo organizarse para ir ella también. Pero explica que Pol no recuerda haber ido con su madre. "Está acostumbrado a que esto lo hace con mi amiga", dice Meritxell, "y duele mucho; me pierdo muchos momentos de ocio".