“No fue una regla fuerte, fue un parto”: así es vivir en silencio un aborto precoz
Un 20% de los embarazos se truncan antes de la semana 12, son las pérdidas más frecuentes pero también las más invisibilizadas y menos estudiadas
BarcelonaLas mujeres hemos asumido hasta tal punto que un embarazo puede truncarse precozmente que no lo anunciamos hasta que han pasado 12 semanas, el primer trimestre de la gestación, cuando se producen la mayoría de pérdidas gestacionales. Son tan frecuentes –es la complicación obstétrica más común– que las hemos normalizado pero, de rebote, invisibilizado y silenciado. A veces, el embarazo se interrumpe abruptamente antes incluso de haberlo dado a conocer y es como si no hubiera existido. "Ya tendrás otro". "No era prácticamente nada". "Ocurre a menudo". "Es como una regla". Son frases que todas las mujeres que hemos sufrido pérdidas gestacionales hemos oído alguna vez.
"Desde la obstetricia clásica nos habían enseñado que las pérdidas precoces son frecuentes y que no pasa nada, que las mujeres están habituadas. Y es así como nace su invisibilización", asegura la jefa de ginecología y obstetricia de el Hospital de Sant Pau, Elisa Llurba, que constata que gracias a la labor de familias y de profesionales las pérdidas neonatales más tardías –las que atribuimos a fetos con cara y forma de bebé– ya se han visibilizado y formado a los profesionales para atenderlas, pero no ocurre lo mismo con las pérdidas precoces.
Son aquellas que se producen por debajo de las 12-14 semanas de gestación, cuando la mujer todavía no tiene una barriga visible, cuando en muchos casos todavía no ha dado la noticia, cuando no tiene la forma que asociamos con un bebé . "Son la última frontera de la obstetricia", según Llurba. Se calcula que alrededor de un 15-20% de los embarazos se truncan antes de la semana 12 y un 5% más antes de la semana 22. Y entre un 4-5% son abortos de repetición (cuando la mujer tiene 3 o más pérdidas gestacionales). Sin contar a los embriones que en reproducción asistida no llegan a implantarse.
Para romper este silencio el Grupo AFIN de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), en colaboración con la Universidad de Alicante y el Servicio de Ginecología, Obstetricia y Reproducción Asistida del Hospital de Sant Pau, ha desarrollado el proyecto de investigación Pérdidas reproductivas tempranas: del malestar físico y emocional invisible al posible duelo personal, familiar y social, liderado por Diana Marre (UAB), María José Rodríguez Jaume (UA) y Elisa Llurba (IIB Santa Cruz y San Pablo). El objetivo del proyecto es visibilizar esta realidad e identificar las necesidades de asistencia y acompañamiento de estas mujeres y sus familias.
Para empezar, no hay un registro de abortos espontáneos. "No sabemos cuántos hay en España, no está reconocido legalmente, cuenta como 'restos abortivos' y hay una ausencia de protocolo y una carencia de atención psicológica porque se considera que "eso no es nada", "ya tendrá otro», a diferencia de quien lo pierde a las 24 semanas, por ejemplo, porque entonces sí, ya tenía forma de bebé", sostiene Llurba. Pero la experiencia del dolor "no está relacionada con las semanas de gestación", añade la socióloga Maria José Rodríguez.
Falta de investigación
Al considerarse una complicación obstétrica frecuente, hasta que no se han tenido tres abortos no se plantea realizar un estudio o pruebas para averiguar la causa. "Y ya vamos tarde", observa la ginecóloga e investigadora del Hospital de Sant Pau, CristinaTrilla, que ha obtenido una beca para estudiar los abortos precoces. Además, con el aumento de la edad de la primera maternidad, para algunas mujeres puede ser su última oportunidad para ser madres. "Aún existe la idea de que un aborto es normal o entra dentro de lo que se considera mala suerte", dice Llurba. Y esto también explica que haya poca investigación.
"Los estudios son limitados y hay factores que pueden contribuir a un aborto pero no indican necesariamente causalidad. Se ha estudiado tan poco y de forma tan sesgada que no tenemos una imagen completa", observa Trilla, y añade que para la mujer tiene "un coste emocional importante" no tener respuestas. "¿Verdad que hacemos autopsias a personas de 75 años y también cuestan mucho dinero? Igual de importante es en un embarazo", añade esta ginecóloga, que cree que hay un sesgo de género en salud que puede explicar esta carencia de investigación. "Se han investigado poco porque los abortos los sufrimos las mujeres", sostiene. "Y no existe un registro nacional de abortos porque no se le ha dado la importancia que tiene ni se ha reconocido", añade.
Un aborto tiene un coste para la mujer que lo sufre y su familia, pero las profesionales que han participado este octubre, coincidiendo con el mes del duelo perinatal, en la jornada Pérdidas gestacionales tempranas: derribando tabúes en el Hospital de Sant Pau, también apuntaron que tiene un coste social, ya que en un entorno en el que cada vez se tienen menos hijos, "cada aborto es una familia que queda incompleta". Además, no tener ese hijo deseado es la primera consecuencia a corto plazo, pero también hay consecuencias “sobre la salud mental, complicaciones obstétricas en un siguiente embarazo o riesgos metabólicos y cardiovasculares en el futuro. Las pérdidas son un indicador de futuros problemas en las mujeres", asegura Trilla.
Establecer la causa de un aborto es difícil, ya que suele ser multicausal. "Puede haber una causa cromosómica –un 60% de los casos puede ser por causas genéticas– pero el porcentaje va descendiendo a medida que sumas abortos porque probablemente hay otras causas", explica Cristina Trilla.
Pese a que las sociedades científicas internacionales hablan de esperar hasta un tercer aborto para realizar un estudio, algunos obstetras ya lo hacen a partir del segundo. En el Hospital de Sant Pau está en funcionamiento desde febrero una unidad especializada en pérdidas del primer trimestre que hace diagnóstico a partir del segundo, y en algunos casos del primer aborto.
"Sí, hace 22 años. Lo curioso es que mucha gente cuando le cuentas te dice que ella también ha pasado por lo mismo”.
Sonia Casas
"Puse una reclamación a la doctora que me atendió en urgencias por la poca empatía y el poco tacto con el que me dijo que se le había parado el corazón".
Miriam
“En el inodoro de casa, en urgencias estuve 5 minutos para comprobar que 'todo bien'. Rápido y muy triste”.
Calín Semaan
“Tres pérdidas. El trato poco empático, tanto del personal sanitario como del entorno. Me sentí mucho, muy sola”.
Judit Ballesteros
“Yo he perdido cuatro, tres de los cuales fueron abortos espontáneos y el propio ginecólogo los menospreciaba, incluso con la interrupción del embarazo que me practicaron con mi hija de 16 semanas porque sufría el síndrome de Edwards ”.
Mar Casas
Cómo comunicarlo
De las entrevistas realizadas para el proyecto de investigación del grupo AFIN, el Hospital de Sant Pau y la Universidad de Alicante se desprende que el sufrimiento y el proceso de duelo asociado a los abortos no dependen de las semanas de embarazo, del tamaño del embrión, de si se tienen o no hijos o de si se han experimentado otras pérdidas anteriormente. También cada persona lo recibe de forma distinta. Algunos sólo lo explican en el entorno más íntimo y otros buscan espacios públicos de apoyo. Algunos le ponen un nombre y otros, no. Algunos hacen un ritual y otros no hacen nada. Y hay para quien era ya un hijo y lo viven como una muerte mientras que otros no lo viven así. "Por eso hay que saber escuchar y preguntar a las mujeres cómo sentían ese embarazo. Cómo entienden lo que les está pasando y cómo quieren que nos refiramos porque hay quien no lo sentía como un hijo y tampoco se ha de provocar un problema donde no hay", explica la matrona del Hospital de Sant Pau, Maria Llavoré. "Aunque fuera de ocho semanas, para mí era mi bebé", decía, en cambio, una de las mujeres entrevistadas.
Otro de los temas que surgió en el estudio es la importancia de las palabras, ya que tienen un "impacto significativo tanto en quien las escucha como en quien las expresa", explica Diana Marre, directora del grupo de investigación AFIN (UAB). "Dar la noticia siempre es difícil. Cuando veo que no hay latido siempre intento decirlo rápido, porque te ven la cara, no hay que ocultar nada y respetar sus silencios", dice Cristina Trilla , que constata que todavía falta mucha formación entre los profesionales. "Aprendes con la experiencia a expensas de ensayo-error", añade. Según Llavoré, los sanitarios saben controlar muy bien el dolor físico pero no tanto el emocional.
Hay pérdidas que se detectan después de experimentar síntomas –sangrado, dolores abdominales, molestias– y suelen confirmarse en un servicio de urgencias y otros, en un control rutinario: el temido "no hay latido" cuando te están haciendo una ecografía. Algunas de las mujeres participantes en el estudio lamentan el cambio de vocabulario de los profesionales sanitarios antes y después de detectarse que no existe latido. "Llegas y te dicen: «vamos a ver al bebé», y después, cuando no hay latido, ya pasa a ser restos abortivos". En función de cómo se dé el diagnóstico también dependerá cómo se vivirá la experiencia de la pérdida. A veces basta con mirar a los ojos o dar la mano. Y respetar su tiempo y silencios. "Porque nosotros no conocemos a esa persona, no sabemos cuál es su bagaje, su relación con la muerte, lo que ha pasado antes ya veces es sólo dar tiempo y esperar, no hace falta mucho más, en realidad", dice Trilla.
Las participantes señalan que esta "falta de sensibilidad" también se da en la familia, el entorno laboral o las amistades, que dicen frases como «no pasa nada, ya volverás a quedarte embarazada», «esto es que no tenía que ser» o «ya tienes un hijo», a menudo con la mejor de las intenciones o porque no tienen más recursos.
Más información
El estudio pone de manifiesto que si bien se han producido cambios legislativos relevantes y se han mejorado los protocolos de atención a las pérdidas durante el segundo y tercer trimestre de gestación, estas mejoras no han alcanzado las del primer trimestre. Inmediatamente después de diagnosticar la pérdida, mientras la mujer y su pareja la están gestionando, los profesionales suelen plantear las opciones para acabar con el embarazo si todavía no está en curso: esperar a que se desencadene fisiológicamente, desencadenarlo con fármacos o hacer un raspado. Suele ser una decisión difícil para la gestante y que debe tomar rápido, sin tiempo ni espacio para valorar las opciones. Por eso, algunas se arrepienten tras la decisión tomada, sobre todo por el desconocimiento del proceso de expulsión con fármacos en casa.
Las mujeres reclaman más información de lo que supone pasar por un aborto quirúrgico (raspado) o farmacológico: saber qué es lo que experimentarán y verán. "A una de las mujeres le dijeron que sería como una regla fuerte y fue un parto, lo expulsó en el inodoro y decía 'lo que no hice con una mascota lo hice con mi hijo'", explicaba la investigadora del grupo AFIN Lynne McIntyre en la jornada celebrada en Sant Pau. "Yo parí, no fue una expulsión de restos abortivos, como dicen ellos. Sentí dolores, contracciones, mi cuerpo pasó por un parto", expresa otra de las mujeres entrevistadas. "En la mayoría de casos termina en un proceso quirúrgico, pero no se da ningún trato especial, es como una intervención de rodilla o de apéndice, y eso lo hemos intentado cambiar porque no es una apendicitis, esta mujer ha perdido el su hijo", constata Elisa Llurba.
Las asociaciones de familias están rompiendo tabúes y también reticencias institucionales, como por ejemplo ver los restos de un raspado, algo que no se prevé en los protocolos, o que una mujer se lleve el cuerpo de su hijo de 14 semanas . "Los profesionales de la salud les dicen "no verás nada" pero sí, verán algo que nunca han visto, a diferencia de los sanitarios, que sí han visto restos abortivos antes", explicaba en la jornada Alexandra Desy, investigadora del grupo AFIN.
También se pone de manifiesto en el estudio que las mujeres necesitan un espacio de intimidad para digerirlo –y no otras embarazadas o mujeres con bebés al lado–, información clara, lenguaje sensible, que se tenga en cuenta la pareja, reconocimiento jurídico y social y algún tipo de tratamiento de los restos abortivos más allá de "tíralo al inodoro".
Los resultados de esta investigación, en definitiva, muestran que las pérdidas del primer trimestre del embarazo se minimizan con el argumento de que son normales o entran dentro de lo esperable estadísticamente, pero mientras tanto las mujeres las siguen sufriendo y no se han investigado lo suficiente.
Cristina Martínez Hita tiene 46 años y sufrió cuatro abortos en dos años, entre el 2012 y el 2014, después de tener su primera hija, Paula. El primero lo perdió a las ocho semanas, el segundo a las cinco semanas, el tercero a las 16 semanas y el cuarto a las 10 semanas. No le realizaron pruebas hasta después de la tercera pérdida.
En los dos primeros abortos se dio cuenta porque empezó a perder sangre. En uno estaba impartiendo clase –es profesora– y en el segundo, mientras caminaba por la calle. En ambos casos acudió al servicio de urgencias en el hospital. "La segunda vez me atendió a un ginecólogo de guardia en una clínica privada y sus palabras textuales fueron: «no tiene latido, vístete»", recuerda. "No me preguntó cómo estaba o si quería llamar a alguien. Me dejó sola llorando y me dijo que me marchara a casa y que ya lo expulsaría. Salí fatal y cuando vino mi pareja a recogerme pusimos una queja", dice. En el primer aborto le hicieron un raspado. Critica que la pusieran junto a mujeres embarazadas: "Debería haber una unidad, con apoyo psicológico, para mujeres que han perdido un embarazo. No puede que tú esperes para un raspado y delante de ti haya una mujer embarazada de ocho meses superfeliz".
La tercera pérdida fue distinta. Estaba de 14 semanas de embarazo cuando en una ecografía vieron que algo no funcionaba. El bebé, que era una niña, sufría una enfermedad incompatible con la vida. Le dijeron que podía continuar con el embarazo, pero lo más probable era que no llegara ni al quinto mes y decidieron abortar antes. De la semana 14 a la 22, una mujer puede abortar legalmente si lo desea, pero requiere un informe médico. Cuenta que iba a pasar una evaluación psicológica, pero a la sanidad pública no le daban hora hasta tres semanas después y ella quería interrumpirle ya. "Era muy doloroso porque sentía cómo el bebé se movía, la gente me preguntaba por el embarazo, mi hija también, y era horrible. Ya estaba de 15 semanas, no podía esperar otras tres semanas", explica. Así que recurrió a una clínica privada donde un médico le practicó el aborto "tras pagarle 800 euros dentro de un sobre". "Me sentí como si estuviéramos en el Londres de los años 60. Se aprovecharon de la desesperación", lamenta.
Como ya era el tercer aborto, le realizaron un estudio genético. Nada salió. "Me dijeron que había sido mala suerte. Que era el azar". A ella esto le daba fuerzas para volver a intentarlo. "Me daba tranquilidad pensar que en la siguiente podía salir bien". Unos meses después volvió a quedarse embarazada. "Y volví a perderlo, a las 10 semanas, fue muy duro", recuerda Cristina. "Me recomendaron que abortara con fármacos. Fue muy desagradable, dolor de contracciones y expulsando coágulos de sangre. Lo pasé mal y nadie me ofreció ayuda psicológica, ni a la sanidad pública ni a la privada. Me la pagué yo de mi bolsillo", explica. Recuerda que tanto hombres como mujeres le decían cosas como "No pasa nada, ya tienes una hija". "¿Perdona? Como si tengo cinco. Creo que en cuanto a los abortos hay violencia contra la mujer. No me sentí acompañada en ninguno de los cuatro abortos", sostiene Cristina, a quien tampoco le gusta hablar de pérdidas. "Yo no he perdido a ningún bebé, es que no se culpa mía, mi bebé ha muerto. El vocabulario importa", sostiene.
Asegura sentirse incomprendida por su entorno. "Solo me sentí 100% acompañada por las mujeres que habían pasado por un aborto", recuerda. "Yo me sentía muy triste, como si se me hubiera muerto un familiar. ¡Es que para mí había muerto mi hija aunque fuera sólo de 10 semanas! Para mí eran mis hijos", razona.
Se sentía con fuerza de volver a intentarlo una vez más y fue entonces cuando se quedó embarazada de la que es su segunda hija, Sara. "Hice un luto y me despedí de los cuatro bebés y me sentí preparada", dice. Este último embarazo lo vivió con miedo y estuvo de baja por el historial previo de abortos de repetición. "La gente te dice que no vivas el embarazo con miedo, que se lo vas a pasar al bebé, y encima te sientes culpable". Cuando parió, cogió a la niña y la miró a los ojos: "Estaba bien y estaba sana. Siento que es una niña muy especial, ¡llevaba cuatro años esperándola!"
“Aborto espontáneo en la semana 8. Me trataron de maravilla en todo el proceso, aunque me quedé hospitalizada por un raspado en la planta de maternidad. Dos noches escuchando bebés llorando, fue una tortura. Al ir al CAPa pedir la baja la doctora me dijo: “no llores, ¿no sabes lo de 'mujer legrada, mujer embarazada?'”.
Sther
”A las 10 semanas perdí a mi segundo hijo. Siempre recordaré la frase: 'no hay latido'. A mí me ayudó que me dijeran que no buscara explicaciones, que si no iba a venir era por algo”.
Ester Font
"Sufrimos una pérdida en la semana 8. El personal fue muy cuidadoso con nosotros y con las explicaciones de cuáles eran los pasos después de la pérdida".
Lorena G.
“Sí, a las 8 semanas. El ginecólogo no estuvo a la altura, pero el abrazo de la enfermera nunca lo olvidaré”.
Barbara
“Dos pérdidas. Una en Alemania (de gemelos) y otra aquí. En Alemania muy mal, incluso empezó hablando como si estuviera embarazada porque ni miró el expediente. Y sola porque era época de cóvido. En Barcelona, algo mejor aunque coincidir en urgencias con las mujeres que se marchan con sus bebés, no ayuda”.
Sandra
“Dos pérdidas y los comentarios de turno: 'eres muy joven', 'sólo es la semana 9', 'relajate y verás'...”.
Laia