Volver a la rutina, volver a ir de bulto

Como profe y como madre os confieso que septiembre es mi mes preferido del año. Santo volvemos a ello. Me encanta elegir nueva agenda y empezar el curso con la ilusión de querer hacerlo todo bien. Es como cuando de pequeña estrenaba una libreta, hacía un bonito título y escribía las dos primeras páginas con muy buena letra. Septiembre es así, es el mes de las buenas intenciones, de las páginas en blanco y de los días largos que aún huelen a verano. Incluso nuestros hijos están pensando: "Este año sí que lo haré todo bien y sacaré muy buenas notas". En junio volvemos a hablar.

Mentalmente me propongo objetivos como llegar a la escuela con más tiempo, no procrastinar la corrección de los exámenes (bufo, me cuesta mucho corregir) y ser más aseada. No imagináis la gincana que me supone cada mañana salir de casa con los cuatro hijos, los respectivos bocadillos, las mochilas de la escuela y las cuatro bolsas de deporte. Cargamos tantísimo el maletero que los vecinos deben pensar que estamos de mudanza. Quizás tengo que rebajar un poco las expectativas y este curso sólo con "llegar a la hora y vestida" y "corregir" ya lo tendríamos.

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Para los maestros, el año nuevo comienza en septiembre y lo cierto es que encararme a la rutina con la piel morena se hace menos pesado. Ahora viene la cantinela que los maestros tenemos muchas vacaciones y no voy a ser yo la que os diga que no. Sí, tenemos vacaciones, pero piense que no tenemos un gran sueldo a pesar de la enorme responsabilidad, ni ascenderemos nunca, ni seremos nómadas digitales en Bali, ni nos haremos ricos comprando acciones de la empresa. Hemos hecho de nuestra vocación nuestra profesión con plena conciencia de que darse a los demás nunca tendrá una gran nómina y desgraciadamente ahora ya no tiene ni prestigio.

Os confieso que este verano he tenido un pinchito de envidia de las vacaciones de mis hijos adolescentes. Los he visto en el sofá holgazaneando y viendo series en bucle sin ni saber ni qué día era y he añorado los veranos largos de cuando era pequeña. ¿Recuerda esa sensación de tres meses de vacaciones eternas donde incluso nos apetecía volver a la escuela? Cuando nos hacemos mayores tomamos conciencia del valor del tiempo y queremos aprovecharlo cada instante; quedar con gente que hace tiempo que no vemos, leer el libro pendiente de Sant Jordi o simplemente, almorzar con calma. Volver a la rutina implica reanudar los horarios y volver a ir de bulto para llegar a todo.

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Todo ocurre

Para los que está ahora en plena crianza entiendo perfectamente que se muere de ganas de que los hijos vuelvan a la escuela y quizá esté deseando llegar al trabajo y sentarse en una silla por primera vez en todo el mes. Sé por experiencia que esta etapa implica muchísima dedicación pero también os digo que todo ocurre. Recuerdo cuando iba a la playa con los cuatro niños pequeños y mi cabeza era como la de un coreógrafo: uno, dos, tres, cuatro. Uno, dos, tres, cuatro. Llevaba el bañador desgomado, un táper de sandía en el bolso y los días optimistas, incluso un libro. Ahora que van solos he recuperado bastante tiempo y bastante calma aunque, atención espóiler, también es agotador discutir con adolescentes que siempre tienen razón y que sólo buscan saltarse los límites. He pasado de hacer recuento de hijos en la playa a hacerlo por la noche esperando a que todos lleguen a casa de las fiestas mayores correspondientes. Efectivamente, la maternidad implica que nunca más dormiremos de un tirón.

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El verano termina. Un año más Chanquete ha muerto y el cuaderno de vacaciones ha quedado por hacer. Toca preparar los libros, lavar las mochilas y hacer punta en los lápices que queremos aprovechar. Empieza la cuenta atrás para las próximas vacaciones porque todos sabemos que "sólo el verano cura un invierno". Bienvenidos al nuevo curso.