Agustí Villaronga: “Los directores somos unos mercenarios”

El mallorquín presenta en el Festival de Málaga 'El vientre del mar', una singular reconstrucción de un naufragio histórico de 1816

BarcelonaUna película sobre un naufragio rodada en medio de una pandemia. ¿Casualidad? “Sí, pero las casualidades nunca son del todo casuales”, dice Agustí Villaronga (Mallorca, 1953), que ha presentado este jueves en el Festival de Málaga El vientre del mar, la película “más personal” de su carrera y una de las más inesperadas: el proyecto surge durante el confinamiento, que pilló al director en Mallorca cuando estaba a punto de estrenar una obra en el Teatre Principal de Palma.

“La película surgió de la dificultad para poder expresarme con normalidad. Fue un acto de rebelión”, dice el director. “Yo había escrito una obra de teatro para dos personajes y se me ocurrió hacerla en cine, con poco dinero y en pocas semanas. Sin la pandemia la película no existiría, porque habríamos ido a hablar con televisiones y plataformas y no es un proyecto fácil de vender. En cambio, así, lo hemos hecho rápido y con mucha libertad”.

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Tràiler de 'El vientre del mar'

El vientre del mar parte de un libro de Alessandro Baricco, Océano mar, concretamente de un capítulo –que lleva el título de la película– que reflexiona sobre uno de los naufragios más trágicos de la historia naval, el de la fragata francesa Alliance en 1816 ante las costas de Senegal. Fue el que inspiró el famoso cuadro de Théodore Géricault La balsa de la Medusa:antes de que el barco se hundiera, algunos tripulantes construyeron una balsa de 12 metros de largo donde se amontonaron 147 personas que vivieron un horror, perdidos a la deriva y enfrentados los unos a los otros. Solo sobrevivieron nueve.

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Dos miradas enfrentadas

Lo que más interesa a Villaronga de la historia es la manera en la que Baricco se aproxima a ella, con dos perspectivas muy diferentes: la del oficial médico Savigny (“una persona fría y analítica”) y la de uno de los marineros, Thomas (“más visceral, empático y solidario”). “Es como un viaje a las profundidades, pero no solo las del mar sino a lo más profundo del ser humano”, dice el director, que para retratar la batalla entre estos dos personajes contó con Roger Casamajor y Oscar Kapoya y un grupo de figurantes en el que hay mayoría de personas afrodescendientes con la idea de crear un paralelismo con la situación actual de la crisis de los refugiados en el Mediterráneo, un gesto que también se hace explícito cuando el film introduce imágenes reales de migrantes naufragando documentadas por el fotógrafo Francesco Zizola.

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Si cuando se habla de los naufragios suele ponerse el foco en las heridas del cuerpo y del alma, es como si El vientre del mar quisiera hablar de las del alma. “Un naufragio es un hecho trágico pero puede ser cualquier cosa, una guerra o un desastre natural –explica–. Como dice Baricco, solo una persona que no haya estado en peligro puede ser realmente libre. Las que viven experiencias tan extremas pueden sobrevivir físicamente, incluso mentalmente, pero hay una parte que queda inconsolable. Nunca podrán ser las mismas personas”. No es un discurso muy lejano al tema central de la filmografía de Villaronga: la impronta del horror en las personas. “Sí, pero aquí son adultos y yo acostumbro a usar personajes en el tránsito de la infancia a la pubertad o de la pubertad a la madurez, que es un momento en el que los hechos marcan más”.

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Entre el cine, el teatro y la literatura

La libertad con la que Villaronga filma El vientre del mar le ha permitido alternar el blanco y negro y el color y adoptar un estilo narrativo juguetón en el que conviven –a veces dentro de una misma secuencia– el artificio de un escenario teatral y el realismo de un rodaje en el mar. En parte responde a una necesidad: el presupuesto era escaso. “No teníamos los medios para rodar Titanic, pero solo los necesitas si quieres rodar desde el naturalismo –dice–. Preferimos utilizar una especie de máscara que mezcla literatura, teatro y cine: el teatro permite la abstracción, la literatura aporta el peso de la palabra, que es muy importante aquí, y el cine le da una dimensión poética y la identificación con los personajes”.

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El vientre del mar es la película más experimental de Agustí Villaronga junto con Aro Tolbukhin: en la mente del asesino, pionera en la hibridación de ficción y documentales. Él la siente como una de las películas más personales que ha hecho. “También porque me coge mayor –matiza–. Son temas que ya he tratado pero ahora lo hago con un poso de vida y experiencia que antes no tenía”. Pero el director manifiesta una cierta distancia con la idea de autoría. “Al fin y al cabo, los directores somos unos mercenarios. A mí se me identifica mucho con el cine de autor, pero yo en realidad he hecho pocas películas que sean realmente mías. Pan negro, Incierta gloria, El rey de la Habana son películas que nacen de la productora, y también algunas de las primeras. Tú dejas tu impronta y personalidad como narrador, pero no tienes la libertad que he tenido ahora con El vientre del mar”.

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¿El regreso de Villaronga a Mallorca, donde no rodaba desde El mar, tiene que ver también con esta libertad? “Fue casualidad, por encontrarme aquí durante la pandemia –explica–. Pero en el fondo no es casualidad: si estaba preparando una obra en Mallorca cuando estalló la pandemia es porque no me gusta vivir tan desvinculado de Mallorca, está saliendo gente que hace cosas interesantes y no me entero porque vivo fuera”. ¿Ha echado de menos rodar en su tierra, en su mar? “La verdad ees que no, yo no echo de menos nada –dice después de pensar un rato–. Te acostumbras a vivir con lo que hay. Yo he dado muchas vueltas y llega un momento en el que ya no miras atrás”.