Jordi Pericot, el artista que envió a la 'MeRdA' el mercado del arte
El Ideal dedica una exposición original e inmersiva al precursor del arte digital
BarcelonaDespués de las grandes exposiciones dedicadas a tótems del arte de todos los tiempos, como Monet, Klimt o Frida Kahlo, el Centre de les Arts Digitals Ideal lleva a cabo una operación de rescate, homenaje y relanzamiento de un artista catalán de la vanguardia, Jordi Pericot (El Masnou, 1931), que se puede considerar “precursor del arte digital con recursos analógicos”, según Artur Duart, fundador del Ideal.
Si su nombre hasta ahora no es muy conocido por el gran público, puede ser porque se dedicó a un campo tan concreto como el arte cinético, un arte que busca el movimiento y que el espectador tiene que completar con su participación; es decir, que hay que moverse para ver el efecto óptico que crea el artista. Pero también puede ser porque, después de veinte años de trayectoria, dejó de producir arte con una obra muy explícita, titulada MeRdA (1984), donde se le ve en primer plano en una secuencia deletreando esta palabra, dedicada al mercado del arte. Pericot tuvo otra faceta potente como docente y catedrático, primero en Elisava y después en la Universitat Pompeu Fabra.
Mientras el Museo Nacional d'Art de Catalunya (MNAC) no completa su colección de arte de posguerra y vanguardia, es un centro de arte privado el que ha decidido recuperar con Pericot. Art expandit “un protagonista relevante del relato del país en unos años difíciles pero sorprendentemente llenos de creatividad, riesgo y libertad”, según el director del MNAC, Pepe Serra, que recuerda que el artista fundó en 1968 el grupo Mente con personalidades de vanguardia como Joan Mas, Oriol Bohigas, Ricard Bofill, Ricard Salvat, Mestres Quadreny y Daniel Giralt-Miracle.
El Ideal expondrá hasta mediados de septiembre 25 obras originales, provenientes del Espai d'Art Cinètic Jordi Pericot de El Masnou, que son un repaso de las diferentes etapas de su obra, con los juegos visuales geométricos que fue sofisticando, jugando con planchas de acero, cartón o metacrilato. Pero añade dos perlas de cosecha propia: la creación de una pieza inmersiva a partir de la obra de Pericot –donde hay que ponerse aquellas gafas 3D rojas y azules tan retro – y la reconstrucción de una obra que tenía que exponerse en la Rambla de Catalunya y en el Salón del Automóvil de París y que le requisaron en 1974: un Seat 133 que emula una patrulla de los grises lleno de un material que parece vómito y que le sale por todos los orificios. “Eso sí que me hace ilusión”, comentaba este lunes el artista, viendo el coche que diseñó. El arte visual estaba ligado al compromiso político y social. De hecho, cuando recuerda que participó en la Bienal de Arte de Venecia de 1972, después de Tàpies, dice que lo eligieron porque lo que hacía “valía la pena” pero también porque los "utilitzaron para dar una imagen de modernidad".
“No se tiene que tener miedo del cambio”
Jordi Pericot estudió filosofía porque le “permitía adquirir unos conocimientos sin comprometerse en ninguna profesión para toda la vida”. Se formó artísticamente en París, donde vivió una década, y de donde volvió para participar en el encierro de Montserrat en 1970. “La Caputxinada me la perdí y pensé que sería la manera de reintroducirme en el país haciendo algo que tuviera sentido”. Esto hizo que lo fichara la Policía Nacional, que tuviera que ir a Vía Laietana a menudo y que le retiraran el pasaporte. Él bromea diciendo que se quedó gracias a los grises.
Pericot dejó el arte con la intuición de que "se tenía que cambiar de chip": "La etapa artesanal del arte tenía que dar paso a otro mundo, el digital. Yo tenía la intuición de que vendría un mundo donde cada cual sería su propio artista y viviría el arte en su manera". “Habéis completado mi obra”, confesaba a los directores del Ideal. Él defiende que “las cosas no se acaban nunca, se construyen permanentemente”, decía el profesor Jordi Balló. Y Pericot lo certifica todavía hoy, a los 90 años: “Todo cambia invariablemente. No se tiene que tener miedo del cambio”. “No he sido nunca nostálgico, siempre he sido futurálgico”, sentencia.