Arte y Arquitectura

Manifiesta reivindica a Ricarda abriendo al público la Casa Gomis

La bienal llena de arte y debates la emblemática casa amenazada por la ampliación del aeropuerto

Llegar desde Barcelona no es sencillo –dos metros y un autobús si se toma transporte público–, pero una vez allí, en la playa de El Prat, el corto camino hacia la Casa Gomis, la perla arquitectónica de la finca de la Ricarda, tiene un punto de iniciático. Ahora más que nunca, claro, cuando la sombra de la ampliación del aeropuerto vuelve a planear sobre el pinar, el estanque, las marismas y los pocos pájaros que aún se atreven a detenerse. El camino está perfectamente indicado con unos cubos informativos que ya son exposición y que explican el contexto, la historia y el conflicto deun espacio natural que Manifesta reivindica con mayor efectividad que mil declaraciones.

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Y es que pasada la verja –hay que pagar entrada y reservar antes, y ya está muy solicitado– se entra en otro mundo cuya banda sonora es el rumor del mar y el canto de las cigarras durante los pocos segundos en qué no se siente el ruido del motor de los aviones que despegan. Las esculturas de Moisés Villèlia puntúan el sendero de tierra y, más adelante, las pizarras de Larry Achiampong –con frases como “Sobre nuestra sangre y nuestros huesos se fundó vuestra ciudad” escritas con yeso varias veces como un castigo– aparecen aquí y allá entre las esparragueras y el pino laricio del jardín. Y, por fin, la casa. Lo había visto tantas veces retratada que era como si ya la conociera. Espléndida. Con los muebles originales de Antoni Bonet Castellana, el arquitecto que diseñó esta joya del racionalismo que en su tiempo acogió veladas de casi todos los grandes artistas de vanguardia catalanes. Por supuesto que aquí la obra que todos vamos a ver es la casa, pero dentro y fuera hay una buena variedad de obras que, con mayor o menor éxito, estetizan el chisme de ver cómo vivían los ricos ilustrados.

Algunas obras ya estaban por encargo inicial del matrimonio Gomis Bertrand, como el mural textil de Magda Bolumar en el comedor; y otros podrían haber estado también desde el inicio sin desentonar, como los grabados de Tàpies, las cerámicas de Chiara Camoni, el neón de Enrique Ramírez o las fotografías de Carlos Pérez Siquier. Hay quienes, aunque antiguas, reviven con nueva fuerza al mostrarse juntas, como es el caso de las fotografías de Fina Miralles y el vídeo de Ana Mendieta que comparten, en una de las habitaciones de los niños, una misma visión poética sobre la mujer, la naturaleza y el dolor. Y otros se han hecho, o rehecho, para la bienal, como el proyecto Competición de Pesca no Ilegal, sobre las especies invasoras, del colectivo Embassy of the North Sea, o el Parlamento de los árboles, de Elmo Vermijs, sobre la resiliencia de los bosques y la reivindicación de sus derechos.

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Existe también el trabajo de investigación de Lola Lasurt sobre Los Amigos del Sol, que recupera el pasado –también con una serie de tres performances– de este movimiento naturalista pionero con la recopilación de parte de su archivo. Pero archivos, abundantes en esta bienal, ya hablaremos, porque los que se exponen en Gustavo Gili, otra joya arquitectónica del racionalismo catalán, deben degustarse poco a poco y explicar con calma. Habrá mucho que ver en Manifesta 15. Empieza el espectáculo.