Adam Driver resucita a Enzo Ferrari y Pablo Larraín convierte a Pinochet en un vampiro
El actor estadounidense reivindica en Venecia la labor del sindicato de intérpretes de Hollywood
VeneciaAnte la escasa entidad artística de las películas presentadas hasta ahora en la Mostra de Venecia, el interés del festival recae principalmente en la batalla que mantienen los sindicatos de intérpretes y guionistas de Hollywood contra los productores de la meca del cine. La cuestión ha cogido vuelo este jueves cuando, en la rueda de prensa de Ferrari, la película dirigida por Michael Mann y protagonizada por Adam Driver, el actor aprovechó el foco mediático para reivindicar la labor de su sindicato: “Estoy contento de estar aquí presentando una película que no está vinculada al AMPTP –iniciales en inglés de la Alianza de Productoras de Cine y Televisión de Hollywood–. Y, de hecho, estoy aquí gracias a un convenio provisional que el sindicato SAG-AFTRA está utilizando como una efectiva táctica de negociación”. Según Driver, “este convenio provisional permite el rodaje de películas independientes y, por otra parte, pone sobre la mesa el interrogante de por qué algunas distribuidoras pequeñas, como Neon y STX International (responsable de Ferrari), han podido garantizar unas condiciones que representan el sueño del sindicato, mientras que grandes compañías como Netflix y Amazon Prime Video no lo hacen”.
Michael Mann también ha querido expresar, en nombre de todo el equipo de Ferrari, la solidaridad "con la lucha de los sindicatos de actores y guionistas". Las palabras del autor de títulos como El último de los mohicanos (1992) y Ali (2001) han llegado acompañadas de un ataque directo a la industria de Hollywood: “Pudimos hacer Ferrari gracias a que Adam [Driver], yo y otros productores nos recortamos nuestros salarios. Ningún gran estudio nos firmó un cheque para poder producir esta película”.
El año más turbulento de Ferrari
Más allá de las referencias al conflicto entre los intérpretes y productores de Hollywood, la proyección de Ferrari no ha cumplido las altas expectativas generadas por el primer largometraje dirigido por Mann desde Blackhat (2008). Y cabe decir que el personaje de Enzo Ferrari, con su pasión desatada por el automovilismo y su turbulenta vida familiar, encaja a la perfección en la flamante genealogía de hombres obsesivos y melancólicos que conforman el imaginario del director de Ladrón (1981), Collateral (2004) o Enemigos públicos (2009).
Ferrari, basada en la biografía Enzo Ferrari: the man, the cars, the razas, the machine, de Brock Yates, concentra la acción en 1957, un año en el que, según Mann, “confluyeron la mayoría de los conflictos que marcaron la vida de Enzo": "Su empresa estaba a punto de quebrar, él todavía lloraba la muerte de su hijo Dino, su matrimonio con Laura Garello se estaba derrumbando y el hijo que había tenido con su amante, Lina Lardi, le preguntaba si debían llamarle Piero Lardi o Piero Ferrari”. Así, Mann se propone entrecruzar la dimensión profesional y la cara familiar del legendario piloto y empresario de Módena, pero el problema es que ninguna de estas películas dentro de la película acaba de encontrar el norte. Por un lado, la parte automovilística se disuelve en un exceso de tramas que atañen a numerosos pilotos, problemas con la prensa y un buen puñado de cuestiones tecnológicas, financieras y políticas. Y, por otra parte, el drama familiar sufre su propio desequilibrio, ya que el conflicto matrimonial, en el que Penélope Cruz brilla con luz propia, deja en nada el estudio de la relación de Enzo con la amante que encarna Shailene Woodley.
Pablo Larraín y un vampiro llamado Pinochet
También en la Sección Oficial de la Mostra se ha podido ver El Conde, en la que el chileno Pablo Larraín construye una ingeniosa pero redundante fábula según la cual el dictador Augusto Pinochet sería en realidad un vampiro nacido poco antes de la Revolución Francesa. Habiendo perdido el favor del pueblo, Pinochet desea morir, pero su anhelo de tranquilidad choca tanto con los intereses de sus cinco hijos, que intentan rapiñar la fortuna amasada por el padre, como con la misteriosa aparición de una joven monja contratada por exorcizar al dictador.
Más allá de la dimensión fantástica, El Conde, que se estrenará en Netflix el 15 de septiembre, dispara con furia contra el legado del pinochetismo, que pervive en un Chile que, tras el estallido social del 2019 y pese a la victoria electoral de la izquierda de Gabriel Boric, parece ahora a merced del auge de una ultraderecha liderada por José Antonio Kast, un heredero político del dictador. Larraín, que señala a través de un personaje que su país se ha convertido en un nido de “héroes de la avaricia”, sabe muy bien lo que supondrá para el público chileno contemplar a su Pinochet-vampiro sobrevolando el actual Santiago de Chile y paseando por el Palacio Presidencial de la Moneda.
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