Cine

Albert Serra muestra la sangre, el horror y el absurdo de la tauromaquia

'Tardes de soledad', inmersión total en la experiencia del toreo, se presenta en el Festival de San Sebastián

Enviado especial a San SebastiánHay que comer fuerte antes de enfrentarse a Tardes de soledad, el documental sobre la tauromaquia que Albert Serra (Banyoles, 1975) ha estrenado este lunes en el Festival de San Sebastián. Viaje inmersivo a la tauromaquia, la película muestra la violencia y la brutalidad de la tradición, y lo hace sin filtros morales: simplemente expone el sufrimiento y la agonía desesperada del toro, mirando de cara a la muerte de un animal noble. Pero también muestra el contexto en el que se produce: el ritual y la experiencia del torero, y todo lo que le rodea.

Sería un error confundir Tardes de soledad con una película de denuncia del toreo. Quien sienta rechazo por la tauromaquia verá la película con repulsión y el corazón encogido; quien lo entienda como un arte apreciará la profundidad con la que Serra filma y desnuda la práctica del toreo en busca de la verdad que siempre invocan a sus aficionados. No es un ejercicio de equilibrismo entre ambas posiciones, sino un acto de valentía artística: enfrentarse a la belleza, el horror y el absurdo de una práctica que buena parte de la sociedad rechaza.

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Como siempre, las películas de Serra evolucionan durante el rodaje y, sobre todo, el montaje. Inicialmente, Tardes de soldedad debía seguir a dos toreros jóvenes, Andrés Roca Rey y Pablo Aguado, pero Aguado no aparece en la película presentada en San Sebastián. La cámara de Artur Tort sigue a Roca Rey en las corridas y explorando la confrontación con el toro desde ángulos inéditos de una potencia innegable; pero también presta atención al torero, a los momentos de concentración anteriores y posteriores, a los viajes en coche y los tiempos de espera y preparación. Las imágenes son impactantes, pero lo más fascinante es el sonido de la película, que captura con una proximidad inédita los resoplidos del animal, los tacos del torero y la claca constante de comentarios y exclamaciones del equipo de Roca Rey.

Este último aspecto es, inesperadamente, el más revelador de la película: una sinfonía castiza de expresiones de virilidad y exaltación hiperbólicas que rozan el humor absurdo (“¡Qué ser humano! ¡Es un superhombre!”, ha provocado un alud de risas en la proyección). La masculinidad concentrada de todos estos comentarios contrasta con la mirada concentrada de Roca Rey, siempre sumida en su mundo interior, y genera sonrisas irónicas cuando el documental observa el evidente homoerotismo del vestuario tradicional del matador.

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La elección de Roca Rey es un acierto: un torero sobrio, ajeno a la exhibición de testosterona que le rodea y de pocas palabras. “He tenido mucha suerte”, dice simplemente después de una corrida particularmente difícil, como sorprendido por seguir vivo. Era difícil, pero Serra ha encontrado un torero al que cuesta odiar aunque te repugne el toreo, seguramente por el compromiso sincero y total con su profesión, y también porque Serra deja fuera de la ecuación a la persona y prefiere centrarse sólo en el profesional. El resultado es un ejercicio de complejidad poco habitual en estos tiempos de consignas y juicios sumarísimos: una película que deja testimonio de la barbarie y de la belleza estética de una práctica brutal sin pedir permiso ni perdón. Albert Serra lo ha vuelto a hacer.