Cine

José Luis Guerin: "La calidez de la vida normal ya no existe en el centro de Barcelona"

Cineasta. Estreno 'Historias del buen valle' en el Festival de San Sebastián

Enviado especial a San SebastiánVeinticuatro años después deEn construcción, una de las películas más importantes e influyentes del cine catalán de este siglo, José Luis Guerin (Barcelona, ​​1960) vuelve a filmar las transformaciones urbanas y sociales de la ciudad en la que nació y ya no vive –se trasladó a Francia la década pasada–. Las muestra en el documental Historias del buen valle, que opta a la Concha de Oro del Festival de San Sebastián. El cineasta observa el barrio barcelonés de Vallbona prestando atención a lo que le hace singular: el aislamiento respecto a la ciudad –por la autopista y la C-17–, la pervivencia de una cultura agrícola y, sobre todo, los vecinos, de una diversidad que pone de manifiesto la decena de lenguas que se sienten en el filme: árabe, castellano, catalán, gallego, hindi anhelos, filma sus celebraciones y casi se remoja con ellos en el Rec Comtal para mostrar la belleza y dignidad de un barrio y su gente en su mejor película desde, precisamente, En construcción.

¿Por qué Vallbona?

— Me vino dado. La película tiene su origen en el encargo que me hace el comisario de arte Jorge Ribalta para un proyecto sobre barrios desfavorecidos en el Macba. A mí me tocó Vallbona, no lo elegí yo. Pero En construcción también fue un encargo. Me da igual si una película parte de mí o es un encargo, lo único que me importa es la apropiación que puedes hacer del material con tu mirada. Y en Vallbona sentí que, en un barrio tan pequeño y humilde, tan desconocido, se estaban entregando los grandes conflictos del mundo actual: la pugna entre el mundo rural y la ciudad capitalista, la especulación inmobiliaria, la migración, la crisis climática... Y como cineasta, siempre me interesa partir de una realidad muy pequeña, muy local, para encontrarlo.

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Los personajes del documental muestran gran confianza en la cámara. ¿Cuánto tiempo les estuvo filmando?

— Dos años y medio. La película es de largo plazo. Mi método pasa por una alternancia entre las fases de rodaje y las de montaje. De ahí surge mi narrativa, porque durante el montaje tomo conciencia del valor de una frase o de una pausa, y esto me provoca el deseo de desarrollarlo en el siguiente rodaje. Son soluciones que nunca se te ocurrirían en un guión, te las va dando la misma realidad. Y a través de este método se va creando una relación de proximidad con las personas que vas filmando, que te dan cosas que serían completamente inaccesibles para una televisión que viene con prisas a capturar algo de ese sitio.

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Uno de los vecinos le propuso filmar un western en Vallbona. Y, de hecho, el documental tiene mucho de western, desde la idea de frontera entre la civilización y la vida salvaje a la presencia constante del tren, uno de los motivos clásicos del género.

— Es curioso, porque la única película que se ha rodado parcialmente en Vallbona, que yo sepa, es una muy diferente a la mía, en las antípodas, pero que también tiene este elemento de western: Pequeño indio, de Marc Recha. En este espacio, la llegada de la civilización la encarnan las obras del tren de alta velocidad, que transformarán su forma de vida, así como la colisión entre las casitas de autoconstrucción clandestina y espontánea y los nuevos bloques de apartamentos. Es un barrio que va reformulando su memoria, que pierde una memoria y genera otra. Pensé mucho en la idea de western crepuscular en el que termina algo y comienza otra. Porque no olvidemos que Vallbona es un barrio de Barcelona, ​​aunque los propios vecinos de Vallbona digan "voy a Barcelona" cuando van al centro de la ciudad, como si ellos no formaran parte. De hecho, cuando llegas a Barcelona por carretera, el rótulo de Bienvenidos a Barcelona está puesto cuando ya has pasado Vallbona, como si se avergüenzaran.

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La mirada crepuscular ya estaba en En construcción, que era un réquiem del Barrio Chino tal y como había existido durante el siglo XX. Historias del buen valle también es, en cierto sentido, un elogio fúnebre de una forma de vivir en Vallbona que los propios vecinos perciben como perdida.

— Sí. La frase más recurrente de los vecinos durante el casting fue que habíamos llegado tarde, que no podía hacerse una película sobre Vallbona porque ya había pasado todo. Para muchos vecinos, la historia de Vallbona era la de las primeras construcciones de las casitas en clandestinidad y, sobre todo, las luchas tremendas por conseguir alcantarillado, electricidad y servicios básicos que todo el mundo tiene en la ciudad, pero no en la periferia. Pero yo quería filmar el presente, porque el cine es, para mí, una herramienta sobre todo para el presente, que reproduce lo que tienes delante. Pero filmar el presente dejando que se intuyan los sedimentos del pasado, y que apunten a un tiempo futuro. Hacer que coexista el tiempo histórico con otro no menos importante, que es el biológico, el de las cosechas, plantas y estaciones del año. Y el reto del montaje era cómo convertir esta diversidad de tiempo en un único tiempo cinematográfico.

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Esta película y En construcción le acreditan como uno de los grandes cronistas cinematográficos de las transformaciones de Barcelona. Sin embargo, hace unos años que se marchó de la ciudad y vive en Francia.

— Sí, pero yo siempre entendí el cine como un viaje. La mejor virtud del viajero, que la del turista, es que eres más sensible a cualquier detalle observado. La cotidianidad de atravesar tu calle puede hacer que no la veas, pero cuando llegas de un largo viaje lo redescubres. Durante los últimos años que viví en Barcelona acabé aburriendo el centro de la ciudad, y siempre me alejaba: cogía el metro, la línea roja, normalmente hasta los extremos de la ciudad, hasta los barrios donde podía reconocer una vida cotidiana natural. La calidez de la vida normal ya no existe en el centro de Barcelona.

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En 2012 ya hablaba de este movimiento centrípeto suyo hacia la periferia de la ciudad.

— Nos ha pasado a muchos barceloneses. Pero yo descubrí las periferias de Barcelona gracias al cine. Cuando era un chaval, en los años 70, las películas se estrenaban en los grandes cines del centro, donde eran más caras y, si eras menor, no te dejaban entrar. Para repescarlas después estaban los cines de reestreno, que estaban en los barrios. Y yo, que era un niño del Eixample, recuerdo tomar un autobús y hacer enlace tras enlace para ver una película en el cine Dante de Horta. Y gracias a eso descubrí la ciudad. A veces era un choque, por la confrontación entre el glamour que veías en la pantalla y la realidad cruda al salir a la calle. El país que teníamos en los años 70, con tantas carencias, ha cambiado mucho. Siempre maldecimos la ciudad, pero la vida en los barrios ha mejorado mucho: la calidad de las bibliotecas, centros cívicos, parques... Vallbona es un caso excepcional porque está muy aislada.

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Una de las dedicatorias finales de la película es en el cineasta colombiano Luis Ospina. Su crítica a la pornomiseria con la que algunos cineastas filman las realidades desfavorecidas parece un principio rector deHistorias del buen valle.

— No lo había pensado en absoluto. Las personas a las que está dedicada la película [también aparece Jonas Mekas] son ​​personas a las que amaba mucho y con quien tenía una relación cercana, y que murieron durante la construcción de esta película. No es tanto por la admiración que me inspiran o la deuda que tengo con ellos como cineastas como por el cariño que me tuvieron. Si hubiera terminado la película un poco después también habría incluido Carlos Balagué, que era una persona muy entrañable que me ayudó en problemas legales que tuve a cambio de nada. Además, habría habido también una frase en catalán, porque las dedicatorias están en la lengua de cada persona.

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En los créditos iniciales, en vez de "Dirección: José Luis Guerin" pone "Work in progress: José Luis Guerin".

— Siempre he buscado alternativas a lo tan cursi de "Un film de..." o "Dirigido por...". Yo no tengo la sensación de haber dirigido nada. Y quería mostrarle al espectador que la película se está haciendo y que no está completamente cerrada. De hecho, viendo la película tomas conciencia de cómo se va construyendo: comienza con unas observaciones que filmo con Super-8 al inicio, después las entrevistas de un casting que hice... Y a medida que evoluciona se va haciendo más sofisticada y va cambiando; la película es un organismo mutante. La idea, que es muy propia del cine moderno, es que en la misma película está contenido el proceso de su fabricación, que es también lo que ocurre en el barrio, que está en work in progress, un barrio en busca de su identidad.

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El año pasado, El 47 puso el foco sobre la lucha vecinal de Torre Baró. Historias del buen valle sobre la realidad de Vallbona, también en Nou Barris.

— Yo llevaba un año y tres meses rodando mi película cuando llegaron los deEl 47; empecé mucho antes que ellos. Curiosamente, Vallbona formaba parte de Torre Baró, eran un mismo barrio hasta que en los 60 la Meridiana y el nudo de autopistas crecieron y dejaron Vallbona aislada. Pero las luchas son similares.

¿Qué lectura hace de la coincidencia? ¿Está tomando conciencia la sociedad de la importancia de reivindicar las periferias urbanas?

— No tengo la perspectiva suficiente para responder. Hay más películas sobre la periferia, así que parece inscribirse en un interés más general. Por un lado, es producto de una realidad que vivimos y sufrimos todos, la gentrificación de los centros urbanos, que se están convirtiendo en espacios de turismo y parques temáticos. La vida real y las historias que nos permiten hacer cine se están marginando en las periferias. Por otra parte, lo estimulante siempre está en los márgenes. El primer título de la película era Al margen, pero alguien hizo un documental con el mismo título y estoy muy contento, porque prefiero Historias del buen valle. Yo también soy un cineasta de los márgenes, de la periferia del cine, y creo que allí siempre encuentras lo más estimulante. En las periferias existen muchas dificultades y carencias, pero no quiero verlas como víctimas, porque ofrecen una singularidad, formas de vida y de resistencia que han sido completamente erradicadas de los centros.

Ya que menciona el título, ¿por qué Historias del buen valle y no Historias de Vallbona?

— En esta película hay hasta 40 pequeños personajes y muchas historias y tiempos, el pasado está muy presente. Entonces, ¿qué cohesiona todo? Un marco geográfico. Había que aludir a la geografía por donde transitan todas estas historias. Y si dices Vallbona, es como si en Madrid dices Cuatro Caminos, no ves cuatro caminos sino una estación de metro. Y me gustaba que en el título hubiera el eco del nombre del barrio, pero que no fuera el nombre del barrio.