¿Puede el amor entre una 'stripper' y el hijo de un oligarca ruso sobrevivir al capitalismo?

Es curioso que dos de los estrenos más notables de la temporada coincidan en su asimilación de los códigos de una de las tradiciones más nobles del cine: la de la screwball comedy. Si hace unos meses elogiábamos cómo Christian Petzold destilaba una comicidad bajada de revoluciones en El cielo rojo, ahora es Sean Baker quien electrifica la cartelera con Anora; más que una película, una bola de energía que se llevó la Palma de Oro al último festival de Cannes. En el ojo del huracán encontramos al personaje titular, una bailarina de striptease a la que Mikey Madison da el aura desestabilizadora de las figuras que inmortalizaron a Katharine Hepburn o Claudette Colbert, y una dosis extra de determinación vital. La joven Anora cree que su suerte cambia cuando conoce al Vanya, el alocado hijo de un oligarca ruso: en un cerrar y abrir de ojos, pasa de negociar las tarifas por su tiempo y cuerpo a llevar un diamante de considerables quilates al dedo y tener un certificado de matrimonio expedido en Las Vegas bajo el brazo; algo que no cae muy bien entre la familia del Vanya, que activará los engranajes para deshacer la relación.

Es en este punto cuando el espejismo de comedia romántica creado por el filme se desvanece, y nos damos cuenta de que esto no es un cuento de hadas, sino un episodio más en la eterna historia de la lucha de clases. Como The Florida project y Red Rocket, Baker deja que el sentido moral de la película fluya orgánico y contradictorio; humano, en definitiva. Por eso, los personajes tardan en reconocer la naturaleza del lío en el que están metidos, y el primer encuentro entre la protagonista y los esbirros que deben convencerle de anular la boda estalla en una memorable secuencia de humor físico. Una situación que sólo se calma cuando todo el mundo toma conciencia de que no son más que mano de obra bajo las órdenes y los caprichos de los poderosos con los que se encaman.