Cuando el carisma de un farsante se impone a la verdad histórica

En un momento de Marco, los directores Aitor Arregi y Jon Garaño recuperan unas imágenes de archivo en las que se le pregunta a Javier Cercas sobre la coincidencia de su libro El impostor con la novela (no mencionada explícitamente) de Maria Barbal En la piel del otro, también sobre Enric Marco. El escritor responde que lo más sorprendente es que no existan aún más obras sobre quien presidió el Amical de Mauthausen haciéndose pasar por un antiguo deportado en el campo de Flossenbürg. , los responsables de Loreak asumen de forma autoconsciente la fascinación por este mitómano y la introducen en el arco narrativo. Así, el filme acaba trazando la evolución desde que el Marco joven descubre que construirse un pasado como víctima le ayuda a obtener un estatus hasta que el Marco viejo pierde el control sobre el relato de su propia historia una vez se desvela su impostura.

Arregi y Garaño despliegan esta narrativa pivotando sobre la paradoja de un personaje que puso su carisma falsario al servicio de una causa justa. El filme apunta cuestiones primordiales sobre los vínculos entre identidad social y verdad histórica, pero a menudo hace evidente su discurso más a través de los diálogos que de los recursos de la puesta en escena. Su principal activo es Eduard Fernández, que no se limita a emular a la perfección su referente sino que le encarna con todas sus humanas ambigüedades, de la autoindulgencia narcisista a la desesperación. Su trabajo es tan descomunal que termina generando una contradicción interna. También en la película, el personaje de Marco acaba haciendo sombra al dolor inmenso de los miembros traicionados del Amical, que ven como les arrebatan por segunda vez la memoria colectiva, primero negada por el franquismo y después apropiada por quien se va erigir en su portavoz más mediático.