Fiesta, telebasura y corrupción en la Comunidad Valenciana

Hubo un tiempo en el que la fiesta no terminaba nunca en la Comunidad Valenciana; un tiempo en el que no existían límites para pasarlo bien, para exprimir el sufrimiento de la gente en hora punta o para aprovecharse políticamente del sistema. Tiempo de oportunidades para unos, de incertidumbre para otros, pero que forman parte de la historia reciente del País Valencià y del relato de Valenciana, segunda película de Jordi Núñez (Lo que sabemos), que adapta la obra homónima del dramaturgo Jordi Casanovas para recrear la estética y la falta de escrúpulos de esos 90 tan infames.

La manera de aproximarse al período, siguiendo las vidas y los anhelos de tres mujeres periodistas amigas desde la facultad es una de las virtudes de la historia. Por otra parte, tampoco cuesta reconocer a las figuras públicas de la vida real que se esconden tras el nombre de un buen puñado de personajes secundarios, pero Valenciana no es un filme de denuncia, sino una crónica melancólica sobre nuestros pecados y nuestra incapacidad para frenar la falsa euforia y dar por terminada la fiesta cuando todavía estábamos a tiempo. Ángela Cervantes, Tania Fortea y especialmente Conchi Espejo están fabulosas transformando a sus personajes en mujeres de carne y hueso, más allá de que cada una de ellas personifica el mundo de la música, el periodismo y la política, y sostienen con convicción un film necesitado, por otra parte, de un trabajo de dirección y edición mucho más aseado.