Marvel toma oxígeno con su equipo de suplentes

En una escena de Thunderbolts* el Guardián Rojo (David Harbour) fantasea en voz alta con la idea de que algún día se hagan figuritas del grupo de antihéroes que acaba de formar. Pero su hija, la espía y asesina con mala conciencia Yelena Belova (Florence Pugh), le hace callar: "¡Yo no soy una herramienta de marketing!" El diálogo resume la tensión habitual entre la estrategia corporativa de Marvel y el esfuerzo de algunos de sus creadores para que las películas del estudio tengan alma y personalidad. La buena noticia de Thunderbolts* es que, a diferencia de algunos de los últimos productos del estudio, no parece dirigida por una IA: Jake Schreier (Un amigo para Frank) no tiene un currículo para tirar cohetes, pero logra dotar de consistencia y temple la aventura de estos antihéroes de segunda y malvados reformados, una narrativa de superación y redención que el cine de superhéroes ha exprimido duro en los últimos años de la mano de James Gunn y sus Guardianes de la Galaxia o elEscuadrón Suicida.

Sorprende un poco la desgana con que Sebastian Stan interpreta –por décima vez entre películas y series– Bucky Barnes, menos central de lo esperado del actor más veterano de la franquicia; el peso dramático de la película termina en manos de una mucho más motivada y carismática Florence Pugh. Ella y el misterioso Bob (Lewis Pullman) son lo más destacado de unos Thunderbolts que sólo cogen el nombre de los cómics en los que se inspiran. O quizás ni eso, como ya insinúa el asterisco del título, porque si la sorpresa final del primer cómic de Thunderbolts era que aquel nuevo supergrupo estaba formado por un grupo de malvados haciéndose pasar por héroes, al final de Thunderbolts* descubrimos que, a pesar de la voluntad de tener una identidad propia, la película no deja de subordinar su existencia a convertir la próxima entrega deLos Vengadores en un evento.