El fin del mundo, en tiempo real

El maestro de la crítica francesa André Bazin defendió siempre el plano secuencia como el recurso fílmico que, al mantener la continuidad del espacio-tiempo sin la intervención del montaje, más podía acercar una película a la realidad. Qué habría pensado, el cofundador de Cahiers du Cinéma, ¿de la deriva retorcidamente exhibicionista que iría cogiendo esta técnica y, sobre todo, de cómo el cine contemporáneo la ha contaminado con efectos digitales hasta llevarla al terreno de lo imposible? Seguramente se retorcería a su tumba si le llegaran los ecos de un título como MadS, que narra el surgimiento de un brote epidémico potencialmente apocalíptico en directo, a través de un solo plano secuencia de hora y media.

O, vete a saber, quizás daría su visto bueno a la idea del director David Moreau, que sí consigue canalizar la sensación de imprevisibilidad que según Bazin es indisociable de lo real. Sea como fuere, y más allá de la coreografía logística que comporta, es indudable que la opción formal de MadS procede como un guante al tono febril y caótico que exige un relato que pivota entre los tres vértices de un triángulo amoroso durante una noche de fiesta y violencia en la que los efectos de una droga rojiza se mezclan con la transmisión de un virus que convierte a los infectados en bestias sedientas de sangre; eufórico que hace pensar en una secuela apócrifa de [REC] imaginada por Gaspar Noé.