Pixar se encadena a su fórmula

Una de las teorías que han tratado de explicar el bajón creativo de Pixar es la proliferación de secuelas en una compañía que, durante su primera y magnífica época, estrenó nueve películas originales y sólo una secuela (Y cuál una: Toy Story 2). A partir del 2010 –y en sintonía con la hegemonía de las franquicias del Hollywood actual–, Pixar se convirtió en una máquina de explotar nostalgia y alargar sagas. La solución a la crisis artística parecía pasar por el retorno a las historias originales y el riesgo creativo. El problema es, lisa y llanamente, que las nuevas películas originales de Pixar no lo son demasiado originales. Y a golpe de repetir las mismas ideas narrativas y estéticas están consiguiendo que las aburrimos.

A Elio, la fascinación por el espacio y la existencia de vida extraterrestre son el refugio de un niño huérfano y solitario que hace realidad su sueño de ser abducido por alienígenas, aunque debiendo interpretar el rol de embajador de la Tierra en una especie de ONU interplanetaria (8 optimismo científico)ET, Exploradores) son las referencias obvias de un filme que, sin embargo, se encadena al libro de estilo del estudio y que, a partir de cierto momento, subordina cada fase del relato al proceso de superación emocional del protagonista. Por debajo de este ejercicio de terapia infantil hay una película de aventuras bastante entretenida con algunos gags eficaces y un secundario templado (Glordon), pero en la falta de ambición de la animación –especialmente en cuanto a los humanos– y la irregularidad del ritmo se aprecian las cicatrices de la producción, original (Adrian Molina) y se reescribió la personalidad de Elio para borrar cualquier rasgo queer.

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