El terror invisible que amenaza a todas las mujeres

Una secuencia extraordinaria abre El lamo: en una discoteca bañada en luces estroboscópicas, una joven baila eufórica hasta que, de repente, se empieza a dar cabezazos contra una barra. Es una carta de presentación impecable por parte de Pedro Martín-Calero, cineasta que debuta en el largometraje con este estilizado y efectivo filme de terror, también marcado por la personalísima voz de su guionista-autora: Isabel Peña, colaboradora habitual de Rodrigo Sorogoyen, propone aquí una intrincada estructura narrativa en la que tres mujeres jóvenes (entre ellas una irreconocible Ester Expósito morena) separadas en el tiempo y el espacio se enfrentan a una presencia maligna que sólo ellas pueden ver, aunque siempre a través de una pantalla.

Peña y Martín-Calero hilvanan las tres historias hábilmente, tejiendo un discurso contundente –la violencia de género como mal invisible y trauma intergeneracional– sin renunciar a la construcción de un clima amenazante y de unas siete piezas aterradoras que recuerdan tanto obras clave del terror japonés actual como It follows, referencia inapelable de la película. Los problemas deEl lamo están relacionados, justamente, con su ambición: la estructura tripartita provoca la comparativa inevitable entre las historias –la del estudiante de cine argentina es demasiado superior a las demás–, y su visión amarga hacia el tema denunciado da pie a un final abierto que puede confundirse con un cierto titubeo a la hora de clausurar el relato.