La última jugada maestra de un asesino con demencia

Puede parecer paradójico, pero lo mejor deEl método Knox es que no se trata de una gran película. En una época en la que el valor de un filme se mide basándose en sus posibilidades de participar en la carrera hacia los Oscar, es tonificante encontrar títulos que no tienen ningún interés en seguir este juego y prefieren desplegar un encanto más discreto. Como Caballero y asesino, su poco visto debut en la dirección, Michael Keaton propone aquí una aproximación inusual a la figura del asesino a sueldo encarnando un profesional a quienes diagnostican una enfermedad neurodegenerativa que, en cuestión de semanas, devorará un cerebro que hasta ese momento funcionaba con la precisión de un reloj suizo. Así, el protagonista tiene el tiempo justo para dejar preparadas sus últimas voluntades… y para ayudar a su hijo, enfadado en un caso de asesinato.

Detrás de la cámara, Keaton disfruta narrando una historia rocambolesca y salpicada de ironía, pero eso no significa que bromee con la situación del personaje titular: las acciones de Knox tienen peso moral, y la desintegración de su lucidez es contemplada con un sobrio aliento trágico. Y, como suele suceder en los filmes dirigidos por actores, El método Knox resulta especialmente sensible al trabajo del reparto, como denota el tratamiento que da a las breves apariciones de Al Pacino: en vez de fomentar su perfil más histriónico, Keaton prefiere que el protagonista de El padrino magnetice la escena con una humanidad que hacía tiempo que no tenía ocasión de exhibir.