Hayao Miyazaki no quiere que leas esta crítica
El maestro japonés de la animación estrena 'El chico y la garza', su probable última obra
'El chico y la garza'
- Dirección y guión: Hayao Miyazaki
- 124 minutos
- Japón (2023)
- Animación
Mientras escribo esta crítica siento que traiciono a Hayao Miyazaki porque el creador de Studio Ghibli quiere que el público se acerque a ver El chico y la garza sin pistas: la ilustración de una urraca bajo cuyo plumaje parece esconderse un personaje es la única imagen con la que contaban los espectadores cuando el filme se estrenó en Japón en julio. Una decisión arriesgada, porque es muy difícil estar a la altura de las fantasías que sus seguidores se han formado durante los diez años de espera que han pasado desde El viento se levanta. Pero a Miyazaki esto no le preocupa demasiado, quizás porque no ha venido a complacer a nadie.
Como suele ocurrir con las obras tardías de los grandes artistas, El chico y la garza es esencial y a la vez aberrante, una fantasía desnuda donde el creador de Porco Rosso acompaña a un chico, Mahito, en su viaje por una dimensión paralela en busca de la madre, muerta en un incendio. El periplo del personaje por océanos y palacios majestuosos y sus encuentros con periquitos gigantes y otras criaturas puede hacer pensar en el reverso masculino de El viaje de Chihiro, pero el filme resulta más crepuscular que iniciático, gravitando en su último tramo hacia un demiurgo que sabe que el mundo que ha creado se encamina a la extinción. Es difícil no ver en esta figura un reflejo del Próspero de La Tormenta de Shakespeare (otro texto de imaginación radical y con ecos de final de partida) y, sobre todo, del propio Miyazaki, que parece haber aceptado que no tiene herederos que den continuidad a su legado y nos invita a llevarnos los pasajes de su imaginación que más nos hayan conmovido. Si éste debe ser realmente el último regalo que nos hace Miyazaki (hay voces que afirman que ya está preparando un nuevo proyecto), no se me ocurre una mejor manera de despedirnos de uno de los raros genios que nos hacen sentir afortunados por el simple hecho de existir en nuestro mismo plano temporal.