Tom Cruise es el salvador del mundo y de la última 'Misión: imposible'
La energía y el carisma del actor propulsan la octava entrega de la saga, estrenada en el Festival de Cannes
Enviado especial al Festival de CannesEn 1996, en la primera entrega de la saga Misión: imposible, Ethan Hunt, el personaje que interpreta Tom Cruise, era un agente más de una misión en Praga que termina mal. Tres décadas y siete entregas después, ni Tom Cruise es una estrella más ni Ethan Hunt es un agente secreto cualquiera. El actor se ha convertido en una especie de mesías del cine de entretenimiento pensado para ser proyectado en una pantalla grande y con impresionantes escenas rodadas en escenarios reales, y Hunt es ahora un héroe casi mitológico con el destino manifiesto de hacer posible lo imposible y salvar el mundo de su destrucción segura. Tan pesada carga de llevar que solo un actor con la autoestima y la determinación casi patológicas de Cruise podría asumir sin que la película cayera en el ridículo.
Misión: imposible. Sentencia final, que se ha proyectado este jueves en el Festival de Cannes, amplifica los problemas y las virtudes de la anterior e irregular entrega de la saga: las grandes escenas de acción de la película son de una espectacularidad despampanante, pura energía cinematográfica que atrapa al espectador con un Tom Cruise que ha nacido para colgarse recuperar un disco duro de un submarino. Por el contrario, la película acumula en la primera hora una sobredosis de metraje expositivo cargado de diálogos dramáticos de los que el espectador podría prescindir perfectamente.
Cruise no se ha pronunciado oficialmente sobre si esta entrega será la última de la saga. De hecho, cuando el miércoles irrumpió por sorpresa en la charla que ofrecía en Cannes el director Christopher McQuarrie, prefirió hablar de Sentencia final como "culminación" y trasladó la responsabilidad sobre la continuidad de la saga al público (es decir, en taquilla). Sin embargo, su edad (62 años) hace pensar que sí, que esta misión será la última. Y lo peor de que Misión: imposible se acabe es, precisamente, que esta conciencia de final de trayecto compartida por cineastas y público se traduce en un exceso de gravedad y autoconciencia del filme, que contiene muchos insertos de entregas anteriores y recapitulaciones del camino recorrido. La autonomía que tenía cada episodio de la saga se sacrifica ahora en el altar de la culminación de la obra que decía Cruise, exagerando la dimensión heroica y trágica del protagonista.
Dicho esto, la nueva Misión: imposible ofrece, sobre todo a partir de la segunda de las cerca de tres horas de metraje, un ejercicio de cine de acción prodigioso y valiente que se está intentando superar constantemente con secuencias superlativas en las que importa más el trabajo de dirección y de los extras que las horas de trabajo de los técnicos de efectos especiales. En esta ocasión falla un poco el malvado de turno, una IA sin voz ni cuerpo que, de alguna forma, funciona como metáfora de todo este cine intangible de imágenes digitales intercambiables que Hollywood ha abrazado y que hemos acabado viendo con indiferencia. Esto nunca ocurre en Misión: imposible, sobre todo por el tesón suicido de su estrella, que aunque no hace él mismo todas sus escenas de acción –mito alimentado por el marketing–, sí consigue algo mucho más importante: que te olvides de quien las hace.
El carisma y el tesón de Cruise son la materia prima y el principal activo de la película, que reúne alrededor del protagonista a un equipo con caras habituales, con Simon Pegg y Ving Rhames al frente y un puñado de incorporaciones de la entrega anterior y, para cerrar el círculo, incluso de la primera. Falta humor y un guión más competente que no se enrede en tantas descripciones innecesarias, pero será difícil encontrar un espectáculo comparable en la cartelera durante el resto del año. Y es un final más que digno de una saga que ha logrado mantenerse relevante durante tres décadas y evolucionar con criterio y ambición.