Woody Allen: "Si no tuviera la suerte de ser gracioso, habría acabado conduciendo un taxi, como mi padre"
El cineasta presenta en Barcelona su 50ª película, 'Golpe de suerte', y actúa en el Teatre Tívoli
BarcelonaQue la gira del grupo de jazz de Woody Allen pase este lunes y martes por el Tívoli de Barcelona, solo unos días antes del estreno el 29 de septiembre de Golpe de suerte, ha sido, efectivamente, una suerte que ha permitido al director neoyorquino presentar en persona su nueva película al público barcelonés, uno de los más fieles a su cine, hasta el punto de que hace unos años se habló de abrir a la ciudad un museo dedicado a Woody Allen. El proyecto cayó en el olvido cuando las acusaciones de abuso de su hija convirtieron al director en una figura controvertida, tanto que, antes de encontrarse con él, la prensa ha sido advertida de no realizar "preguntas personales, sobre el Me Too o Luis Rubiales" o la entrevista con los medios sería cancelada.
Con 87 años, Allen atiende a la prensa con educada frialdad, seguramente acentuada por una sordera que hace que se repliegue en sí mismo: evita los ojos del interlocutor y concentra la mirada en un punto indeterminado de la mesa, recurriendo a menudo a la traductora para que le repita las palabras que no entiende al oído –parece que el bueno es el derecho–. Tampoco sonríe, pero durante la conversación todavía es capaz de provocar alguna carcajada entre los periodistas. "Cuando era joven, siempre conseguía hacer reír a la gente –admite Allen–. Trabajaba en los cabarets y la gente venía, yo hablaba y ellos se reían. Pero no es mérito mío, es cuestión de suerte. No fui a la universidad, así que si no tuviera la suerte de ser gracioso habría acabado conduciendo un taxi, como mi padre".
Un hombre afortunado
La suerte es también el leitmotiv de Golpe de suerte, en la que una mujer joven y casada con un marido rico y controlador se encuentra un día por azar a un antiguo compañero de escuela, ahora un escritor pobre y romántico, con quien tendrá un affaire que desencadenará una trama criminal llena de curvas. "En la vida real, la infidelidad es una mala cosa y trae muchos problemas, pero en el teatro, la literatura o el cine es uno de los grandes temas, uno de los más excitantes". Allen añade incluso que, "básicamente", él solo ha tenido que "lidiar con la infidelidad en la ficción", una afirmación que Mia Farrow seguramente discutiría, y quizás también los periodistas que entrevistan a Allen, si pudieran hacer preguntas personales.
A la hora de reflexionar sobre su prolífica carrera, que con Golpe de suerte llega a las 50 películas, Allen insiste de nuevo, como si fuera un mantra, en la suerte. "Estuve en el lugar justo en el momento adecuado. He trabajado duramente, pero también he tenido una suerte tremenda", dice Allen, quien afirma que "fue un accidente" que se convirtiera en director: "La única razón fue que yo era un escritor y me contrataron para escribir el guion de What's new pussycat?, de 1965. Yo escribí el mejor guion que pude y ellos hicieron una película terrible, pero que tuvo mucho éxito. Así que juré que no volvería a escribir un guion a menos que pudiera dirigirlo yo".
Resulta irónico, entonces, que la relación de Woody Allen con su propio cine sea tan complicada. "Siempre me decepcionan mis películas, y una vez las hago no las vuelvo a mirar nunca más", dice. "Cuando ponen una película mía en televisión cambio de canal enseguida, porque no paro de ver las cosas que están mal y que podría haber hecho mejor. Las únicas películas mías que me gustan son Match Point, Vicky Cristina Barcelona, Midnight in París, Balas sobre Broadway, La rosa púrpura de El Cairo... Quizás haya 10 películas mías que me gustan, pero las 40 restantes no me gustan nada".
El 'streaming', menos "excitante"
Allen no cierra la puerta a volver a dirigir y asegura que "todavía tiene ideas para películas"; eso sí, solo lo haría si aparece "alguien con el dinero para hacerlo, porque lo más duro de dirigir es conseguir el dinero". Sin embargo, reconoce que la perspectiva de dirigir una película hoy en día no lo seduce tanto como hace años, y no lo dice por su edad. "Ahora, cuando haces películas se proyectan solo dos semanas y entonces van a la televisión o los portales de streaming. Y ya no es tan excitante ni glamuroso hacer películas si después están dos semanas en los cines y la mayoría de gente las ve en el dormitorio o en el comedor de su casa".
Pero su reflexión más curiosa sobre el tramo final de su carrera, en el que algunos críticos lo acusan de dejadez a la hora de dirigir y otros reivindican la ligereza y libertad de su cine, es la sensación de "responsabilidad" cada vez mayor que Allen siente hacia su cine. "A medida que te haces mayor y tu técnica mejora, te empiezas a sentir más responsable, porque tengo un público muy fiel en todo el mundo que va a ver mis películas, y no quiero decepcionarlos, les debo hacer un esfuerzo para hacer la mejor película posible", dice. Evidentemente, esto no quiere decir que siempre consiga lo que pretende. "Nadie es lo suficientemente bueno para mejorar siempre, y muchas veces fracasas. Pero con el tiempo también te das cuenta de que no hacer una buena película no es tan terrible, nadie te disparará por no hacerla. Así que, después de fracasar, lo intentas de nuevo".