“Cuando entré en clase él tenía 40 años más: él era el maestro y yo la víctima perfecta”

Ignasi empezó a vivir con un profesor del Institut del Teatre que le invisibilizó

Albert Llimós i Núria Juanico
y Albert Llimós i Núria Juanico

Barcelona“Hace unos años habría dicho que fue mi maestro”. Poner nombre a una relación que duró ocho años y ser consciente que había sido un “abuso” llegó al cabo de mucho tiempo, después de iniciar una terapia de catorce años que le permitió entender que había sido víctima de su profesor, 40 años más mayor que él.

Ignasi Cristià llegó de Cambrils al Institut del Teatre de Barcelona en 1988, cuando tenía dieciocho años. En segundo ya vivía en el Masnou, en casa de su profesor, un reconocido pintor y escenógrafo catalán. “Cuando entré en clase él tenía 40 años más que yo, que era un adolescente inmaduro. Él era uno de los mejores profesores de la carrera y una persona reconocida dentro de la profesión, y empezó a perseguirme por todas partes de manera evidente”, explica Cristià, que recuerda como la relación entre aquel chico “tierno” de 18 años acabado de aterrizar en la gran ciudad y aquel prestigioso profesor de 60 se normalizó por parte de todo el mundo, tanto dentro del mismo Institut como en el mundo artístico en el que se movían. Pero nadie podía imaginarse “en qué tipo de prisión me había puesto”, reflexiona.

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Invisibilidad

A pesar de las cuatro décadas de diferencia de edad, durante aquellos años de principios de los 90 convivieron como una pareja. Sin embargo, con las jerarquías muy definidas. “Era una relación de poder. Era lealtad, no le quería. Creó un ambiente de dependencia y me cortó las alas. Jugó a crear una dependencia total. Yo tenía miedo, ahora lo veo, a perder todo lo que él me daba como maestro. Me hizo creer que mi talento solo saldría adelante gracias a él”, explica ahora Cristià. El profesor le anuló. La edad y la posición preeminente del docente marcaban la manera de relacionarse entre ellos dos, pero también con sus círculos de amistad y profesionales. “Durante dos o tres años no tuve identidad, era invisible”. Hasta el punto que en muchos de los actos a los que asistían no le presentaba, sino que le convertía en una figura, siempre en segundo plano.

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Todo arrancó en un viaje a Lleida. Durante el trayecto abordaron el tema de la homosexualidad. A la vuelta le invitó a cenar en su casa, y despacio se fue ganando su complicidad. “Cuando vio que estaba maduro, me propuso sexo”, dice Cristià, que recuerda una frase que nunca olvidará: “Me veía como una copa de cristal de Murano y no quería que nadie me rompiera”. Sin embargo, en realidad, quién le estaba agrietando era él. La relación provocó que aquel chico de Cambrils, que era una “víctima perfecta” por las circunstancias personales en que había crecido, acabara desatando “el afecto del sexo”. Las cicatrices fueron muy grandes.

La relación duró hasta julio de 1997, cuando conoció a otra persona que le permitió romper la relación, y una década después inició terapia. “Estaba en un pozo, iba hacia el abismo. Si no hubiera hecho el proceso no podría estar aquí, me habría autodestruido”, relata.

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Cristià ha ido superando etapas, hasta ser capaz de “poner nombre” a lo que pasó. Sin embargo, mantiene la frustración de no poder mirar “directamente a la cara” al maestro, muerto en 2018, y decirle “lo que pensaba”. Una relación hiriente, marcada por un abuso de poder. “No quiero que haya nadie más que haga el mismo mal. Tiene que quedar constancia de lo que pasó por si alguien se ve reflejado y dice «esto me está pasando a mí». Yo, en su momento, no encontré a nadie”.

Abuso y consentimiento

A raíz de la investigación sobre los abusos sexuales en el mundo de las artes escénicas, el ARA ha recogido varios testimonios de gente del sector que mantuvieron relaciones con un adulto cuando eran muy jóvenes, algunos menores, y que con el paso del tiempo comprobaron que había habido abuso y manipulación. Si tienes alguna denuncia sobre abusos y acoso puedes ponerte en contacto con el equipo de investigación aquí.