La curiosidad sin límites de Santi Moix

El artista expone un friso cerámico de más de seis metros en la galería Marlborough de Barcelona

BarcelonaEl artista Santi Moix no deja pasar ninguna oportunidad de experimentar con los materiales. Mientras que con la pintura siente como una obligación el tener que hacer historia, la escultura le despierta “la agilidad de los dedos”, como dice él mismo citando a Salvador Dalí. Así que a lo largo de los años Santi Moix ha hecho esculturas con caucho, con cerámica de la Bisbal, gres y chamota, y ahora muestra en la galería Marlborough (Enric Granados, 68) hasta el 22 de enero los frutos de haberse adentrado en la porcelana: una instalación de 6,5 metros de ancho protagonizada por unos setenta objetos y personajes que desbordan de las alforjas de un burro.

“Me gusta mucho hacer escultura para pintar mejor, entiendo mejor lo que hago en un soporte plano”, explica Moix. “Entre la pintura y la escultura hay una circulación de ideas”, subraya el artista. El origen de estas nuevas esculturas se remonta a la lectura de El asno de oro de Apuleyo. A primera vista, entre la multitud de piezas se pueden reconocer unos personajes enmascarados, una rama de acebo, un sapo, unos pimientos, unas cebollas cortadas por la mitad, hojas y un mosquito. Detrás de estas piezas está el deseo de hacer con cerámica la flor de la iglesia de Saurí que pintó. Esto lo volvió a poner en contacto con el ceramista Joan Raventós y ahora también trabajan en una exposición conjunta en 2022 en el Terracotta Museu de Ceràmica de la Bisbal d'Empordà para repasar la trayectoria conjunta.

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La exposición lleva por título 1280°, una referencia a la temperatura de la segunda cocción de la porcelana, y es la primera de Moix en la galería Marlborough. La muestra coincide con el hecho de que Santi Moix, que está establecido en Nueva York, vuelve a tener taller en Barcelona después de casi treinta años, en un almacén de unos amigos anticuarios. “Te empiezas a enamorar de las piedras otra vez”, dice el artista, al mismo tiempo que explica que en Nueva York ha vuelto a dibujar con modelo y cómo tiene la necesidad de mantenerse presente en la vida artística de la ciudad. “Pintar con caballete es tan importante como una instalación de Dan Flavin”, explica.

Mantener la libertad y la agilidad mental

Otra razón por la cual Moix se ha puesto a explorar un nuevo material es el requisito que la directora de la Marlborough, Mercè Ros, le puso cuando lo invitó a exponer en la sala: que hiciera algo que no hubiera hecho nunca. “Hay artistas con mil capacidades y a veces acabamos viendo siempre lo mismo”, advierte Ros. Aun así, la exposición también incluye algunas pinturas recientes para que el público pueda ver cómo las esculturas y las pinturas de Moix se complementan. “Se trata de mantener la libertad y la agilidad mental, que la técnica no te sobrepase; es como un juego de niños”, dice Moix. El abanico de precios de las esculturas está entre los 3.850 euros de las más pequeñas hasta los 120.000 euros de la gran instalación.

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Santi Moix resolvió el reto de la delicadeza de la porcelana reforzando las piezas con fibra de vidrio, y después tuvo que encontrar una solución para montar las diferentes piezas en un conjunto unitario. Para conseguirlo, se puso en manos del escultor Pere Casanovas, el artífice de las esculturas de colegas como Pablo Palazuelo, Antoni Tàpies, Antoni Llena y Frederic Amat. Precisamente, a Moix le gusta denominarlo “Pere el Gran”, por cómo le aportó la idea de la estructura de la obra, consistente en una barra metálica de la cual cuelgan las piezas, y del montaje. “Tardamos tres horas en cargar y descargar el camión para llevarle las piezas, y en cambio la instalación se monta en veinte minutos”, dice el artista, que ya está pensando en la próxima exposición en la Marlborough, otra vez espoleado por la directora. Todo apunta a que el dibujo será el protagonista.