El Liceu ovaciona a una 'Giselle' espléndida
Una gran noche de ballet clásico con el Bayerisches Staatsballett
'Giselle'
- Bayerisches Staatsballett
- Coreografía: Peter Wrigh
Hacía quince años que Giselle no pisaba el escenario del Liceu (en su versión clásica original) y este martes, en un teatro a rebosar, el Bayerisches Staatsballett ofreció una lectura elegante y austera del mítico ballet romántico con un éxito indiscutible: diez minutos de aplausos finales, con todo el público de pie.
En el primer acto, sobrio y extremadamente elegante, los decorados y el vestuario de colores otoñales nos adentran en un cuadro al más puro estilo romántico alemán. El coreógrafo Peter Wright profundiza en los aspectos narrativos potenciando la mímica y la expresividad de los personajes a la vez que sigue al pie de la letra la coreografía original de Petitpa en lo que se refiere a los solos de los protagonistas. Ksenia Shevtsova, como en Giselle, ofreció una interpretación inocente y frágil con una técnica perfecta y completamente entregada en la escena de la locura. Jakob Feyferlik, en el papel de Albrecht, demostró elegancia y solidez.
En cuanto a las escenas de conjunto, Wright sustituye a las danzas campesinas de parejas y tríos por números corales más efectistas y de altísimo nivel técnico, con una batería impresionante de los chicos, virtuosismo en puntas de las chicas y una coordinación impecable que dan un profundo aire de modernidad a la obra.
En el segundo acto, nocturno y fantasmagórico, las escenas de conjunto fueron de una precisión extrema, con todas las Willis, como un solo organismo, moviéndose a la vez en lo que parecía un juego de espejos. Shevtsova se mostró etérea, de presencia hipnótica, y lució una técnica brillante mientras que los treinta entre-chat-sis de Feyferlik hicieron saltar los aplausos del público. Los solos de violín y viola de la orquesta, bajo la dirección llena de matices de Robertas Servenikas, subrayaron la belleza del drama. Quizás los únicos puntos débiles en toda la actuación fueron la Myrtha de Elvina Ibraimova, a la que le faltó carácter, y el Hilarion de Robin Strona, que flaqueó técnicamente pese a su expresividad.
En definitiva, una noche memorable que cautivó a los espectadores y que confirma que cuando los grandes ballets clásicos se presentan con rigor, musicalidad y virtuosismo técnicos siguen emocionando al público.